jueves, 25 de febrero de 2016

Los mismos lugares (Cap. IV bis)

A los cinco minutos de haberme metido ese cartoncito en mi boca, me agarraron unas ganas galopantes de cagar. Me excusé con el grupo y me metí corriendo en la pollería de la esquina. Solté todo lo que venía cargando desde que había llegado a Humahuaca. Fue como una liberación. Sospecho que el ruido llegó a Tilcara, y quizás también hasta Brasil. El baño era tan pequeño que había que contornear el cuerpo para cualquier maniobra que quisiera hacerse. El calor adentro competía con el mismísimo infierno, y el agua caía a chorros por toda mi cabeza. El olor infecto se colaba por toda mi piel. Estuve un rato largo. Había mucho que sacar. Cuando por fin terminé, abrí la canilla para lavarme la cara, las manos, pero fue en vano. El agua era invisible. Me sequé la transpiración con la remera que venía usando hace días y esquivando los charcos salí del baño. En la barra pedí un vaso con agua. Una parte la tomé, otra la usé para lavar mis manos y el resto la cabeza. La señora me miraba con gran extrañeza. Le agradecí y me fui para juntarme otra vez con los pibes.

-        -   Uh loco, ahora sí que estoy liviano.
-          - ¿Qué paso Coco? Te fuiste corriendo. Cómo te pegó ¿Eh?
-          - No boludo, me agarraron unas ganas de cagar tremendas. Laxante nos dio este hijo de puta. Era todo chamuyo eso de la pepa.
-          - ¿Vos decís? Miralo a Robert como está. No habla hace diez minutos. Está más loco que las cabras.
-          - Pura sugestión Panza. No pega una mierda esto. Al final tanta historia para nada.
-          - Fumemos un poco. Quizás lo activa.
-          - ¿Cómo sabes?
-          - Ni idea boludo. El Seba siempre que toma después fuma y viste como queda.
-          - Y bueno dale, ya fue. No hay nada que perder.
-          - Tengo una sorpresita coquito querido. Algo que me estaba guardando para una ocasión así.
-          - ¿Qué cosa? No me vengas que tenes merca porque en esa no te sigo ni en pedo.
-          - Ja. No boludo. Tengo un porro tremendo que me convido la mina que me cogí en Tilcara. No sabes lo que es.

Fumamos todos menos Robert. Incluido Morgan que nos convidaba de su whisky. Eran las cuatro de la tarde y el sol no daba tregua. Con Lucho fuimos hasta el campin a buscar los instrumentos. Las pocas cuadras se hicieron bastante largas pero sirvieron para terminar de sanar las viejas heridas. Llegamos hasta la carpa a los abrazos y carcajadas. De vuelta paramos en el bar de la noche anterior. Compramos una cerveza y un agua y fuimos hasta la plaza. Cuando llegamos estaban solo el Panza y Morgan riéndose cada uno en su idioma.

-        -   ¿Y Robert?
-          - Ni idea, le pintó irse a caminar.
-          - Ah, le pegó fuerte. ¿No dijo a dónde iba?
-          - No. De repente desapareció. ¿Ustedes? Trajeron una birra. Que grandes.

Le pasé la cerveza, después saqué la guitarra y nos pusimos a improvisar un poco. Lucho me seguía con el cajón y el Panza con unos coros muy agudos y a destiempo. Morgan que miraba toda la escena, dejó un segundo la botella de whisky en el pasto, sacó una pequeña bolsa de su bolsillo, metió el dedo, levantó un poco de lo que había dentro y se lo llevó a la nariz. Después se sumó a la banda como segundo corista. Era una versión muy libre de Simpathy for the devil, pero nosotros nos creíamos los Rolling Stones en el medio de la puna tocando para una multitud que de a poco iba creciendo. El primero en arrimarse era un chico que no pasaba el metro sesenta, muy flaquito con un sombrero que seguro pesaba más que él y con una melódica en la mano. Se puso a soplar y acertaba una de cada cinco notas, pero a nadie parecía importarle. Después se acercaron otros dos pibes. Uno con una guitarra y una cerveza, que dejó en el centro como señal de ofrenda, o de contraseña para entrar en la orquesta. El otro no traía nada en las manos pero vestía la camiseta de Rosario Central. Inmediatamente me acordé de Juli. Mientras seguía inventando la letra de la eterna canción pensé que quizás podría ser amigo o conocido de ella. Quizás era el ex novio también pensé, y había llegado hasta ahí para ponerme los puntos. Lo miré mal un segundo, al toque corrí la mirada, y más tarde lo volví a mirar esta vez sonriéndole y haciendo una seña para que se acomoden, para que se sumen a la ronda.

La canción fue mutando mientras la plaza se llenaba de gente. El Panza saltaba, se reproducía, no le daba el espacio para tanta alegría. Lucho no bajaba la intensidad ni un segundo del cajón. Era el corazón de Humahuaca latiendo y transpirando el verano. Yo había dejado la guitarra en las manos del amigo del pibe de Rosario Central, que ahora era mi nuevo compañero. Robert, seguía sin aparecer.

-        -   Qué bueno esto loco. Nos habían dicho que Humahuaca era más tranquilo pero llegamos recién y ya se armó tremenda ronda.
-          - ¿De dónde vienen?
-          - De Tilcara. Demasiado bardo ese lugar. Estuvimos unos días y nos fuimos porque íbamos a terminar mal.

Era rosarino. Había estado en Tilcara hasta hace unas horas. Si bien era un pueblo atestado de  gente en enero, era casi seguro que se había cruzado con Juli. Si es que no se conocían de antes, lo cual era bastante probable también. Tenía que desviar la conversación. Quería hacerlo, quería saber de ella. Parecían haber pasado siglos desde la última vez que me miró enojada al costado de la ruta. Defraudada. Por otra parte, tampoco tenía la certeza de que ella y sus amigas hubieran ido para Tilcara, aunque tenía de mi lado el alto porcentaje de que la mayoría vamos para los mismos lugares.

-        -   Sí, nosotros aguantamos dos noches nomás. Creo que si nos quedábamos una más me moría.
-          - Totalmente. Es un descontrol.
-          - Conocimos una rosarinas en Salta.
-          - Si, está lleno.

Me sentí demasiado estúpido. Demasiado porteño con ese comentario. Era obvio que había rosarinos viajando por el norte. También habría cordobeses, tucumanos, santafecinos no rosarinos, chaqueños, de todas las provincias, quizás uruguayos; y claro, porteños boludos como yo.

-        -   ¿Che, y hasta dónde viajan?
-         -   Hasta Bolivia si el camino nos deja. ¿Ustedes?
-          -  La idea era ir para Iruya un par de noches y ya pegar la vuelta para Buenos Aires pero ahora que se cagó la ruta no sé qué vamos a hacer. Che perdón que sea medio molesto con lo de las rosarinas, lo que pasa es que uno de los pibes estaba con una y quería saber si se las habían cruzado en Tilcara.- No sé si por miedo o por pudor pero no le dije nada de lo mío con Juli. 
-         -  ¿Cómo se llaman?
-         -  Juli, Andrea y Paula creo, aunque todo el mundo le dice Poli.
-          -  Ah sí, las conocemos hace años. ¿Cuál es la que está con tu amigo?
-          -  Andre.
-          -  Ah menos mal.
-          -  ¿Por?
-          -  Porque si era Juli, a tu amigo lo veía mal chabón.

En el mismo instante en que esas últimas palabras salían de su boca y se transformaban en flechas que iban en dirección a todo mi cuerpo, el ácido se disparaba con fuerza por todas mis venas. Tartamudeé. Trastabillé. De repente sentí un gran mareo, y me empezaron a picar primero las piernas, después los brazos y por último la cabeza. Se me erizaron todos los pelos. El corazón rebotaba como adentro de un pinball. Empecé a hamacarme, a ponerme en puntas de pie y luego bajar, y así sucesivamente. Recién cuando el huracán amainó un poco pude seguir hablando.

-        -   ¿Por qué? ¿Qué pasa con Juli?
-          -  Nada. Hace un año más o menos salió un par de veces con mi amigo, pero nada serio. Y la otra noche se reencontraron en Tilcara y estuvieron juntos de nuevo. Igual nada más. ¿Vos tenías onda con ella?
-         -   No, nada que ver.

Vi al amigo que estaba con la guitarra disfrutando con el Panza, con Lucho y con los demás, y sentí un odio que subía de los pies a la cabeza y se tambaleaba. Me tropecé y me caí sobre una chica que estaba sentada a mi izquierda. Me preguntó si estaba bien pero no pude contestar. Solo me levanté ayudándome con los brazos y me fui gateando para atrás. La luz del día dejó todo al descubierto. Se me acercó el rosarino y me preguntó si necesitaba algo. Le dije que por favor me trajera una botella de agua. El pecho se me empezó a cerrar como si lo estuvieran apretando con una prensa. Era una sensación desconocida, la garganta se había vuelto finita como un hilo de plomo que no dejaba pasar casi la respiración. Yo me rascaba intentando abrirla pero era en vano. Me volqué la mitad de la botella en la cara y la otra me la fui tomando en pequeños tragos.

-        -   Che loco, ¿estás bien? Tenes la cara pálida.

Yo solo podía mirarlo, con bastante miedo, y ponía las manos sobre sus rodillas para sentirlo.

-        -  ¿Queres que llame a tus amigos?

Yo seguía apoyado sobre su cuerpo como un ciego que busca sostenerse en el medio de una tormenta. De repente se levantó y sentí que el mundo se me venía encima. Me deje caer sobre el pasto.

-       -   ¿Qué haces ahí boludo? Ja. Levantate Coquito.
-       -   
-       -   Che, ¿estás bien Coco? A ver, dame una mano.

Entre los dos me levantaron y el Panza me llevó abrazado hasta un árbol lejano intentado disimular lo que ya todo el pueblo sabía. Un pibe borracho y drogado en enero en el norte. Nada nuevo bajo el sol.

-        -  Quedate acá un rato sentado, tranquilo. Respira hondo. Te voy a buscar agua.
-        -   No, por favor bancame, no te vayas.
-        -  ¿Pero estás seguro que no queres agua? Te va a hacer bien.
-        -    No, gracias, ya me trajo el rosarino. Además estoy un poco mejor ya.

No estaba nada mejor, pero no quería quedarme solo. Tenía mucho miedo, a todo. A todos. Además sentía una rabia incomparable. Era un enojo que viajaba por mi cuerpo y se amontonaba en mi lengua endureciéndola. Quería insultar pero no me salían las palabras. Quería mandar a todos a la mierda. A Juli, al pibe de la guitarra, y sobre todo a mí. El Panza se sentó a mi lado, en silencio. Me conocía bien, y sabía que esta vez no bastaba con un par de chistes. Sabía que lo mejor era quedarse ahí quieto, callado, acompañando, abrigándome. Nos quedamos los dos ahí un rato. Pueden haber sido segundos, pero también días y quizás años enteros. Era la primera vez que tomábamos ácido. Yo no lo disfrutaba para nada, al contrario lo estaba padeciendo. Me sentía completamente paranoico, como si todos los que estaban presentes menos el Panza, conspiraran en mi contra. Y el jefe de esa banda conspirativa era, claro, Morgan. Él nos había drogado. Él había hecho que se cruzaran Juli y el rosarino. Claro que era él, que sentía envidia porque aquella noche en Cachi, yo había estado con Juli. Él, que había luchado con osos, que desafió las rutas con su Harley, no se bancaba perder con un sudaca con resabios de pubertad. Ahora me empezaba a cerrar todo. Que yankee hijo de puta pensaba. No contento con separarme de Juli, había hecho desaparecer a Robert con alguno de sus trucos de sugestión para que se pierda por ahí a flashear colores; y Andre se vaya con otro, quizás con él mismo. Pero qué tipo sin ningún escrúpulo. Era obvio que en cualquier momento iban a aparecer las tres chicas, y con Robert desaparecido y yo completamente disminuido, se iban a ir con los rosarinos. Y Morgan, como un perro viejo que no deja comer si él no come, disfrutaría desde la oscuridad de su alma, tomando whisky, tomando merca, riéndose de nosotros, gritando para sus adentros que así es la vida, que no es un juego, y que es muchas más dura y cruel de lo que realmente pensamos. Pero no podíamos dejarnos ganar por un yankee. No en mi país.

-        -  Panza. ¿Vos crees que todo esto estuvo armado?
-        -   ¿Qué cosa? ¿De qué hablas Coco?
-        -   Esto. Morgan, las pepas, el rosarino de central, su amigo que estuvo con Juli.
-        -    No entiendo un carajo Coco. ¿De qué amigo hablas?
-        -    El que toca la guitarra. Ese estuvo con Juli. Varias veces en Rosario, y acá en Tilcara una vez.
-         -   ¿Y qué es lo que está armado?
-         -  Eso. Que Morgan nos drogó a propósito para alejarnos de Juli y de Andre. Fijate como está Robert. Ni siquiera está. Lo hizo desparecer por ahí. Y a mí me dejo indefenso. Y claro, ahora va a llegar Juli y va a ver al rosarino tocando la guitarra lo más bien, después me va a ver a mí completamente hecho mierda, y con quién crees que se va a quedar.
-        -   Estas diciendo muchas pelotudeces Coco. Juli va a estar con quien quiera. Esto no es una competencia para ver quién se queda con ella. No es un objeto. Va a estar con vos si quiere, si la tratas bien. Pero así, como estas ahora, lo dudo hermano.  
-       -   Ya sé. Me quiero matar. ¿Para qué tomamos eso Panza?
-       -  Yo estoy bárbaro. La estaba pasando espectacular hasta que vos empezaste con tu show. No le eches la culpa a la pepa. Es tu cabeza la que está mal.

No recuerdo cuando había sido la última vez que lloré tanto. Lloraba por los ojos, por la nariz, por la boca. El llanto era como el río caudaloso, y mi cuerpo la ruta que se quebraba en mil partes.

-        -   Dale pelotudo, no te me pongas a llorar. Dejate de joder.

Yo intentaba frenar pero cada espasmo y cada palabra del Panza eran un impulso para volver a romper con más fuerza. Lo abracé. Busqué un refugio. El pecho caliente me fue calmando.

-        -  Panza, contame algo.
-        -  ¿Qué querés que te cuente?
-       -    No sé, lo que sea, cualquier cosa que me saque de acá.
-       -    Vamos a dar una vuelta. Dale parate.

Nos fuimos a caminar un rato. El Panza, que estaba bien arriba con el ácido, me contaba una cosa atrás de otra casi sin respirar. Cuando se emocionaba así la voz se le volvía finita, y después gruesa y carrasposa. Pasaba por todas las desafinaciones de la exaltación. Me agarraba con su brazo, me miraba con los ojos grandes y redondos como pelotas. Se reía y la boca inmensa parecía que iba a comerme. Tenía la cara roja. Yo lo había empezado a disfrutar por fin. Fuimos hasta un almacén. Compramos unos CJ, los cigarrillos jujeños, y una cerveza Norte. El Panza siempre tenía unos pesos extra para estos momentos. Yo lo parasitaba. El sol empezaba a esconderse atrás de las montañas. Subimos el monumento del indio y nos sentamos a disfrutar la birra. Apareció un niño a cantarnos su copla. Le comentamos que no teníamos plata, y que ya estábamos presos de su profecía. Nos miró desconcertados, se quedó parado como esperando algo, y a los pocos segundos se fue. Cuando terminamos la botella, decidimos bajar a la ronda, a ver a mi guitarra, a ver a Lucho. Nos interceptó antes de llegar a la plaza.

-        -  ¿Dónde estaban boludos?
-        -   Nos fuimos a dar una vuelta por ahí. ¿Qué onda la plaza?
-        -    Bien, tengo las manos hinchadas de tocar. Como pegó lo del yankee.
-        -    Ni me lo digas.

-        -    Che está tu noviecita con las amigas. Llegaron recién.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario