miércoles, 29 de octubre de 2014

El show debe comenzar

De los parlantes del pequeño equipo despegaba el riff de whole lotta love y la voz de Robert Plant despertaba al barrio. El rock era la banda sonora de esas calles de Ramos mejía,  gracias a Oscar, un rockero de la vieja escuela que desde su kiosco de diarios musicalizaba el asfalto de la calle Pasco. Las señoras no entendían mucho aquellos sonidos, pero le tenían mucho aprecio al hombre que hacía treinta años que trabajaba en el barrio. Los adolescentes en general tampoco eran adeptos al rock and roll y en general pasaban sin levantar la oreja. De vez en cuando algún melancólico que había entrado ya en la mitad de siglo de vida movía la cabeza cuando sonaba alguna canción de los Who y daba su aprobación con el pulgar arriba al señor kiosquero. Todo tipo de personas pasaba por ahí, la señora que iba a hacer las compras, la señorita profesional con sus tacos, los hombres de traje y corbata, los jóvenes de camisa y pantalón, los adolescentes de remera y zapatillas anchas, los niños de guardapolvos blancos, los viejos de botón hasta el cuello y pantalón hasta el ombligo, las madres con sus coches y sus bebes, las madres con sus conjuntos deportivos y sus bebes profesores de gimnasia, los que no tenían a donde ir, los que no sabían de donde venían, los vampiros que regresaban a sus tumbas, las parejas enamoradas, las acostumbradas, las enamoradas a las costumbres, y todo el espectro de gente que uno pueda imaginarse dentro de un barrio bonaerense. Sin embargo, de todos ellos, cada vez menos eran los que paraban en el kiosco. El negocio estaba pasando sus peores años. Ya casi nadie compraba diarios porque los tenían en las pantallas de sus computadoras. Se fue perdiendo la hermosa costumbre de la mancha de café sobre el papel. Muchas revistas habían dejado de venderse en la zona y se amontonaban unas a otras cubriéndose de polvo y olvido. La crisis se agudizaba cada vez más y Oscar no sabía cómo salir adelante. No podía esperar un milagro, estos son las excusas de los vagos, de los que esperan, y no de los que hacen. El mayor problema para él, era que a su edad era muy difícil comenzar un camino nuevo. Al menos esa era su creencia, la de muchos.

Era sábado a la noche. Los domingos eran su único día libre en la semana así que había decidido salir a tomar algo por la zona para liberarse un poco de todo el trajín de la semana, y de la crisis financiera y existencial que lo agobiaba. Se subió a su viejo y fiel auto y fue hasta el bar que atendía El turco, que después de tantos años de cervezas y música ya podía considerarse un gran amigo de Oscar.

-              Turco, ¿Cómo va eso?
-              Oscarcito, que lindo verte. Hace rato que no venías por acá. ¿No te habrás enganchado alguna mina por ahí que te tiene agarrado no?
-              Ojalá turquito, estoy solo como loco malo. ¿Vos como andas? ¿Cómo viene el bar?
-              Bien che, no me puedo quejar, el alcohol no pasa de moda por suerte. El rock un poco si pero todavía hay gente que no perdió el buen gusto.
-              Decímelo a mí, voy a tener que empezar a poner otra música en el kiosco a ver si al menos se acerca alguien porque como viene la mano no sé donde voy a terminar.
-              Y, está fulera la cosa, pero tranquilo Oscarcito, ya van a venir tiempos mejores. Tomá, está es invitación de la casa.
-              Gracias turco. ¿Toca alguien hoy?
-              Claro, hoy vienen unos pibes que la rompen. Tocan covers pero le meten su onda. Para vos que te gusta Elvis, hacen una versión de “Always on my mind” medio blusera que suena increíble. Te van a gustar, quedate a verlos.
-              ¿A qué hora tocan?
-              Ahora en un rato. Ya deben estar por llegar.

Mientras el turco iba y venía, Oscar, acodado a la barra, solo movía el antebrazo desde su boca a la madera. El resto de su cuerpo parecía haber perdido cualquier tipo de vida útil. Ni siquiera lo que estaba adentro del mismo parecía tener signos vitales. Estaba en pausa, suspendido en el tiempo y espacio. La mirada hacia ningún lugar en particular, los oídos abiertos, dejando entrar sin ninguna contaminación mental, las canciones que se sucedían, los pedidos de los demás clientes, los gritos del turco, los crujidos de las puertas de los baños, las botellas destapándose, los vasos chocándose, las carcajadas de los más jóvenes envalentonados, los balbuceos de los borrachos conocidos, y los cantos amateurs de todos los cantantes amateurs del bar.

-              ¿Podes creer que no viene la banda al final? ¿Che, me escuchaste lo que te dije? Oscar, che, ¿me estás escuchando? ¿Qué te pasa? Parece como si estuvieras hipnotizado.
-              ¿Cómo? ¿Qué decis?
-              ¿Qué te pasa? Te estaba diciendo que los pibes estos, los de la banda al final no vienen. No sé qué problema tuvieron con la camioneta pero no van a venir. Una cagada. Hace bastante que no pasaba esto. Voy a ver si lo llamo al colorado a ver si está para pasarse a tocar unos temas en la viola al menos.

La oportunidad estaba ahí. Pero para eso, primero tenía que salir de la hipnosis que se había apoderado de su cuerpo y mente. Segundo, tenía que enfrentar sus miedos, y tercero, hablar con el turco. La parte de enfrentar sus temores puede postergarse quizás.

-              Turco, esperá. ¿Quién es el colorado?
-              Es uno que vive acá cerca que a veces viene con la guitarra y toca un par de canciones. No es gran cosa, pero antes que nada.

Respiro profundo, bajó apenas la mirada y se animó a decirlo.

-              Yo puedo tocar si queres. Es decir, si necesitas, obvio, pero sino no importa. Te digo porque quizás necesites. Pero como quieras, sino llamalo al colorado, o no sé.

Se había metido en una zona pantanosa y no sabía cómo salir. Por suerte el turco lo ayudo a regresar a la normalidad.

-              Pará, no te pongas nervioso que no te entiendo nada. ¿Me acabas de decir que vos sabes tocar la guitarra?
-              Sí, pero olvidate, mejor…
-              Pará, callate un poco. No sabía que tocabas. ¿Y también cantas?
-              Sí, pero turco…
-              Basta, deja poner excusas. Hace años que nos conocemos. ¿Cómo no me lo habías dicho antes? Podrías haber tocado. ¿O hace poco que estas con esto? Mirá que mantenemos cierto nivel acá. El colorado no será Jimi Hendrix pero algo toca. ¿Hace cuanto que tocas?
-              Y…hace rato ya. Desde que era chico. Mi viejo tenía una guitarra en casa, y me llevaron a un profesor. Al principio no me gustó mucho pero poco a poco me fui enganchando. Después, más de grande también tomé clases de canto.
-              Pero mira vos. ¿Y nunca te presentaste en vivo?
-              Solo una vez. En la adolescencia. Pero no me fue muy bien así que a partir de ese día decidí que solo iba a tocar para mí. Así que olvidemos esto y llama al colorado mejor. No sé para que te dije todo esto.
-              No, para, quiero escucharte ahora. Dale Oscar, si acá están todos borrachos, son un público fácil, les cantas un par de temas de rock y les alegras la noche. Acá tenemos amplificador, guitarra y micrófono. Eso sí, yo confío en vos, en que no sos un desastre.
-              Eso es lo de menos. El problema es que tengo pánico escénico. Me cuesta muchísimo enfrentarme a los demás.
-              Pero decime una cosa. ¿A vos te gusta tocar la guitarra? ¿Te gusta cantar?
-              Más que nada en el mundo turco, es mi pasión.
-              Entonces andá y hacelo.
-              El problema es que me da mucho temor, mirá como estoy transpirando ya de solo pensarlo. Me llegó a sentar delante de todos y creo que me puedo llegar a desmayar.

El turco, que era una persona expeditiva, no iba a quedarse toda la noche escuchando los lamentos y los traumas de su viejo amigo.

-              A ver. Sandra, baja un segundo la música, haceme el favor. Sí, la música, dale, un momento nomás. Gracias. Muchachos, muchachos escuchen. A ver por favor, silencio por favor muchachos. Sí, che vos, callate un poco por favor. Miren, la banda que iba a venir tuvo un inconveniente y no van a poder tocar, pero no se preocupen que esta noche tenemos un invitado de lujo que nos va a deleitar con su voz y su guitarra. El amigo Oscar, en unos minutos va a subir a cantarse unos temas. Gracias por la atención.  Ahora sí Sandra, ya podes subir la música de nuevo.

-            No me hagas quedar mal Oscarcito que te presente como si fueras el nuevo Johnny Cash.

Después de estas alentadoras palabras, el turco se fue y lo dejó completamente indefenso, desnudo, 
vació de palabras y de mente. Otra vez hipnotizado. Lo había expuesto ante un par de decenas de borrachos, y algunos empleados, entre ellos Sandra. No tenía idea que hacer, que pensar, que sentir. Podría salir corriendo inmediatamente y no volver a pisar ese bar, pero viviría escondiéndose en su refugio de diarios hasta que por fin la crisis lo terminé de matar. Además, era lo que había hecho hasta ahora. Vivir escapándose, de él mismo, de sus deseos, de sus pasiones. Quizás este momento no apareció de casualidad. Quizás sí, quizás hubo mucho de estos momentos que dejó pasar en sus más de cincuenta años de vida, pero ahora estaba ahí, con la posibilidad en la palma de su mano, con la guitarra en la palma de su mano si así lo eligiera. No fue otra sino Sandra la que lo empujó a ese abismo tantas veces fantaseado en su cabeza.

-              Ya está todo listo señor así que cuando quiera se sube y arranca. Acá tiene un afinador para la guitarra, usted regule el volumen que quiera. Suerte.

Ya no quedaba alternativa, no podía escapar después de que la chica le había preparado el terreno. Así lo hiciera por no ser descortés con la señorita, o por amor al arte, era el momento de ir al improvisado escenario y desnudarse ante el público. El show, esta vez, debía comenzar.


Cuando levantó la mirada y pudo ver como todos esos ojos esperaban expectantes a que sonara el primer acorde, el silencio se volvió aterrador. La guitarra se le escurría de las manos mojadas, el micrófono le daba pequeñas descargas cuando rozaba con los labios húmedos, y los pies no podían quedarse quietos. De pronto se encontró en un mundo hostil, un mundo que no podía manejar, que desconocía, que estaba por fuera de su zona de comodidad. No había ningún diario, ninguna revista para vender, no había otra canción que sonara. A partir de ese momento, él, era su propia canción.

                                                                                       FIN

jueves, 23 de octubre de 2014

M#los entendidos

-          - La verdad, no entiendo mucho lo que me queres decir
-          - Te digo que no puedo decir todo lo que quiero.
-          - ¿Por qué?
-          - No lo sé. Tengo esto que nose como decirlo.
-          - ¿Pero qué es tan difícil? ¿Tenes algún problema conmigo?
-          - No. Es distinto. Intento decirlo pero no sé como.
-          - Que raro che. Mirá que a mí me podes decir lo que quieras que no te voy a juzgar.
-          - ¿Qué me queres decir con eso?
-          - Y…que si tenes alguna duda, que todo bien, yo no te voy a decir nada.
-          - No te entiendo.
-          - Dale che, no te hagas el boludo que te conozco bien.
-          - En serio que no sé que me queres decir con eso.
-          - Yo sé que es un tema difícil, que la sociedad muchas veces juzga, pero son tiempos de cambio. Hoy en día por suerte hay mucha más tolerancia. Además, vos sabes que  conmigo podes abrirte.
-          - ¿Conmigo qué?
-          - Mirá Ramón, yo me doy cuenta que conmigo te comportas de manera diferente, que me miras de otra manera.
-          - ¿Qué decis? Eso no es cierto.
-          - Tranquilo. Ya que estamos voy a aprovechar para decirte que yo también me siento distinto cuando estoy cerca tuyo. Hay una conexión entre nosotros, se siente en el aire.
-          - ¿Vos me queres decir que te gusto? ¿Vos sos puto?
-          - Che, no me digas así, no seas despectivo. Además yo también te gusto a vos. Sacate los prejuicios, animate.
-          - Creo que no me entendes lo que te estoy diciendo. No es eso, no soy puto, o trolo, o como te guste decirle. ¿Cómo que te gusto?
-          - Uh…ehh…si, me gustas. La verdad que no tenía planeado decírtelo pero pensé que a vos te pasaba lo mismo conmigo. ¿Estás seguro que no es eso?
-          - Cien por ciento seguro.
-          - Uh, la puta madre. Que cagada me mandé, perdóname, no me mires raro ahora.
-          - ¿Che, pero siempre te guste? ¿Desde qué momento?
-          - Hace un tiempo, pero dejemos las cosas como estaban. No quiero que ahora te alejes de mí.
-          - Pero es serio esto. Perdón si te confundí, no fue mi intención.
-          - No pasa nada Ramón, está todo bien. Mejor olvidemos esto. Total, hace años que me vengo reprimiendo. Creo que ya me acostumbre.
-          - No, no sirve eso. Tenes que decir que es lo que sentís. No sirve reprimirlo, es peor.
-          - ¿Pero qué queres que haga? Mis viejos me van a matar, la gente se va a alejar de mí. Se va a armar mucho lío. Prefiero dejar las cosas como estaban.
-          - No. Tenes que decirlo.
-          - Para vos es fácil porque no te pasa, pero ponete en mi lugar.
-          - Te entiendo, debe ser difícil. ¿Quién conoce de esto que te ocurre?
-          - Che, no tenes que ser tan correcto hablando. Podes ser más frontal, ¿somos amigos no?
-          - Es que no sé como decirlo
-          - Ves, yo sabía que era al pedo habértelo dicho. Ahora te vas a alejar seguramente.
-          - No es eso.
-          - ¿Ah no? ¿Y qué es entonces?
-          - Es qué es difícil decirlo.
-          - Si tan jodido es para vos decirlo entonces no digas nada. Yo te entiendo. Debe ser raro que un amigo tuyo te diga que es gay. No solo eso, sino que además de ser gay, te diga que le gustas. Pero bueno perdón, no era mi intención decírtelo, lo que pasa es que pensé que te pasaba lo mismo, porque estabas muy misterioso, muy nervioso. Ahora me siento un pelotudo bárbaro. Lo único que te pido es que olvidemos todo esto, que tratemos de seguir la relación como era antes de esta charla. No me la hagas más difícil de lo que es.
-          - Loco, no es eso. Si preferís los hombres, perfecto, no tengo inconveniente.
-          - ¿Entonces porque hablas tan raro? Ni siquiera me nombras.
-          - Es que no puedo decir tu nombre.
-          - ¿Cómo? Para un poco. Ahora que tu amigo te dijo que era puto, no podes manchar tu heterosexual boca con mi nombre. ¿Quién te crees que sos?
-          - No. No te enojes, no es eso. Te respeto como siempre te respeté.
-          - Entonces dejá de hacerte el misterioso, el raro y volvé a ser el de siempre.
-          - No puedo, me estoy volviendo loco.
-          - ¿Qué carajo de te pasa?
-          - No puedo decir todo lo que quiero decir. ¿Me entendes?
-          - No te entiendo un carajo. ¿Te sentís bien? ¿Estás drogado?
-          - Existen ciertos términos que no puedo poner en mi modo de decir.
-          - ¿Términos?
-          - Si, por ejemplo. ¿Cómo es el nombre del fruto prohibido?
-          - ¿Fruto prohibido? ¿Manzana?
-          - Si, ese fruto.
-          - ¿Qué pasa con la manzana?
-          - No puedo decir eso. Ni el otro fruto que comen los monos.
-          - ¿De qué estás hablando? ¿Por qué no podes decir esas palabras?
-          - Porque perdí eso que tienen esos términos. Si yo te digo e, i, o, u, ¿Qué me respondes?
-          - Que sos un pelotudo, que te estaba abriendo mi corazón y que me saltas con una pelotudez enorme.
-          - No, en serio te pregunto.
-          - Te volviste completamente loco. No sé, las vocales. ¿Qué pasa con eso?
-          - Te repito. E, i, o, u.
-          - Te repito. V, o, c, a, l, e, s, las putas vocales.
-          - Pero, creo que lo que vos decis no es del todo correcto. Fíjese bien.
-          - Uh, ya me cansé de este jueguito. Al final resultaste ser un pelotudo importante. No entiendo como me enamoré de vos pero la verdad me estoy desenamorando rápidamente. Lo lograste Ramón, podes quedarte tranquilo que no te voy a joder más. Chau.
-          - No, te pido que te quedes. Te necesito.
-          - Basta, no soy tu esclavo, tampoco te creas que sos el último hombre vivo. Me voy a buscar otro por ahí, me cansaste con tus misterios.

Se levantó bruscamente y lo dejó a Ramón balbuceando cosas incomprensibles. Se fue apenado, con la vergüenza de haber quedado expuesto ante su amigo y no haber sido correspondido. Ni siquiera lo había podido entender. Se fue triste. La persona que el más quería no solo no lo había comprendido sino que había intentado evadir el tema haciéndose el gracioso, o el misterioso, o lo que fuera. Mientras tanto, Ramón pagó la cuenta sin decir una palabra y se fue caminando hasta su casa. En una esquina, un hombre lo cruzó repentinamente y se llevó su valija. Cuando quiso reaccionar, el flamante ladrón ya se había alejado más de una cuadra. A los pocos metros había un oficial de policía. Llegó agitado por los nervios.

-         -  Señor, sufrí un robo.
-          - ¿Cómo dice? ¿Cuándo le robaron?
-          - Recién.
-          - ¿Cómo fue? ¿Dónde?
-          - Vino un tipo y me quitó el bolso, el bolso.
-          - ¿Dónde?
-          - Viste Dorrego y Soler. Bueno, no en ese sitio pero en uno que es muy próximo.
-          - ¿Usted me está tomando el pelo?
-          - No señor, le digo en serio.
-          - Mire, no tengo tiempo para perderlo con boludos como vos que se hacen los vivos, así que haceme el favor y andate antes de que pierda la poca paciencia que tengo.

Ramón no quiso insistir. Sabía que era en vano. Decidió irse solo, llorando en un profundo silencio. Había perdido su valija con cosas importantes de trabajo, pero lo más triste, era que probablemente haya perdido la confianza de uno de sus mejores amigos. Y todo eso por un problema que parecía pequeño y que se volvió realmente insoportable.


¿Cuál era ese problema?

martes, 21 de octubre de 2014

Después de la ceguera

La otra tarde mientras esperaba que el plomero termine de arreglar los infinitos problemas que existían en mi baño se me ocurrió una idea para cambiar el mundo. Durante más de treinta años me quemé las pestañas tratando de hacer de este planeta un lugar mejor, y aquella tarde, parado en el umbral del living, con la mente en blanco mirando, como si fuera una vaca curiosa y tonta como el hombre hacía su trabajo, una revelación se me presentó de manera intempestiva. Algo tan simple que me pareció extraño que haya tardado tanto tiempo en darme cuenta. Me había complicado tanto armando teorías, juzgando gente, dividiendo aguas, desechando creencias, religiones, ídolos, demonios que me sentí un completo tonto. Y fui feliz de sentirme así. Por primera vez en tantos años me sentí desnudo, como un papel en blanco que antes fue árbol, pero que tenía todo para ser escrito. Me la había pasado llenando papeles que por ser incapaces de ser borrados terminaban picados por el laberinto de mi vida o siendo fuego que calentaba poco tiempo y al instante volvía a ser noche y frío. Me había tenido que aprender, culpa de mi orgullo, todos los mandamientos de alguien que busca no ser parte de nada y al mismo tiempo tratar de entender como encajan todas esas partes en este rompecabezas deforme. Me había imaginado a mi mismo recibiendo premios, y luego entregándolos, y más tarde, criticándolos. Me había servido el mejor vino con los ojos vendados y había mentido descaradamente para ser un poco más respetable. Me había enfrentado a los religiosos con las definiciones de las enciclopedias de internet, y había rezado por los miles de ateos sin corazón. Me había estado cocinando durante años en un jugo tibio creyendo que hervía, y de esa manera me había evaporado tantas veces como creí hervir.

Es la hora de empezar entonces, de dejar de buscar la libertad en lugares equivocados, y dejarse llevar por ella a lugares desconocidos. Es la hora de entender que la razón no es lo que se tiene para ganar una discusión sino que es el motor que nos hace seguir adelante con la sangre animal que dispara el corazón. Es la hora de darse cuenta que la simpleza es parte de una complejidad sincera, como las líneas finas de una mirada profunda. Es la hora de levantarse, de mover las piernas, de caminar en la oscuridad sin miedo, de ser parte del reflejo que contrasta. Es la hora de hacer de nuestras miserias, las obras de arte más honestas. Es la hora de respetar al silencio como parte fundamental del lenguaje, pero también es la hora de decir todo aquello que no debe ser callado.

-          - Listo, ya está.
-          - Muchas gracias. ¿Cuánto te debo?
-          - 500 pesos.
-          - ¿500? Que barato
-          - ¿Te parece? Mirá que en realidad era una boludez el arreglo.
-          - Hizo más de lo que usted piensa.
-          - No sé de que estás hablando pero te agradezco. En general los clientes se quejan por el dinero que les cobro.
-          - Y…la verdad es bastante caro, pero gracias a vos creo que mi vida va a cambiar.
-          - Bueno pibe, me alegro si tu vida cambió pero yo tengo que seguir laburando.
-          - Si claro, acá tenes la plata. Una cosa más antes de que te vayas.
-          - A ver.
-          -  ¿Cuál es tu deseo? ¿Qué es lo que te mueve? ¿Lo sabes?