martes, 11 de noviembre de 2014

Los degenerados

Los brazos temblorosos sobre la mesada fría. La cabeza hundida como tortuga y cada lágrima que golpeaba sobre la espuma de las vajillas. Los hilos de saliva como serpentinas en su boca a medio abrir, lo espasmos en su espalda y el inminente mareo que provoca llorar. Ese era el cuadro en la cocina. Estaba sola como nunca. Sacó del cajón un gran cuchillo plateado, acarició sus muñecas, y lo guardó. Fue hasta el baño, tragó un par de píldoras y se derrumbó en la cama, a dormir, a olvidar, a detener el mundo.

Cada noche que su marido llegaba a la casa, un plato caliente y una copa de vino lo esperaban. Como si aparecieran por arte de magia en la mesa una vez que escuchaban las llaves girar en la puerta principal. Por ese mismo arte, el plato y la copa desaparecían, se limpiaban y volvían a aparecer la noche siguiente. Así creía el hombre que las cosas funcionaban ahí dentro. Nunca se detuvo a verle las palmas de las manos a su mujer.

Esa noche, cuando las llaves jugaron con la cerradura, ningún plato se hizo presente, la casa se encontraba en un silencio inusual, mucho más profundo que otras veces. No era un silencio de paz, sino más bien uno de total inquietud, un silencio nuevo dentro de las gamas de silencios por la que había transitado esa casa. Esta especie nueva de falta de sonoridad anticipaba la destrucción total, el estallido final. La famosa calma que antecede al huracán.

Con los pasos apurados por las señales que les mandaba el estómago vacío, la consecuente ira y los gritos que acompañaban , el marido abrió la puerta y no reparo en nada para comenzar con una serie de insultos y directivas hacia la pobre mujer que se hundía entre las sabanas húmedas.

-          - ¿Qué haces ahí tirada? ¿Sos pelotuda? ¿Me estoy cagando de hambre y no hay nada preparado? Haceme el favor de levantarte de una buena vez y andá a cocinar. Me la paso trabajando todo el puto día para mantener esta casa y vos acá al pedo como siempre rascándote. Más te vale que en diez minutos prepares algo porque sino vas a ver.

La mujer, juntó las fuerzas que le habían quitado las píldoras y logró levantarse de la cama. Sin siquiera levantar la mirada pasó como un fantasma sin hacer ruido por al lado de su marido y fue hasta la cocina. Volvió a tomar el cuchillo como había hecho horas antes y lo paso otra vez por sus muñecas como si lo estuviera afilando. Cortó las verduras tan rápido como el marido se sentó en la mesa a seguir con su sermón.

-          - Ya estoy cansado de estas actitudes que estás teniendo últimamente. Lo único que te pido es que me tengas la comida lista para cuando llegue del trabajo. ¿Tan difícil es eso? No te estoy pidiendo nada muy complicado. Cualquier boluda puede cocinar, lavar y planchar. No me quiero imaginar si te pido coger. Te agarra un infarto. Además, ¿qué mierda haces todo el día? Te la pasa viendo la televisión. Que vida miserable. ¿Por qué no te pones a hacer algo más productivo? ¿Qué pasó con ese curso de decoración que ibas a empezar? Te duró una semana la emoción, me quemaste la cabeza varias noches hablándome de esas boludeces y después a los pocos días lo dejas. La verdad no te entiendo Laura, no puedo entender porque estás así si nunca te faltó nada, si me rompo el culo todos los días para que tengas todo lo que quieras. ¿Esa es tu manera de agradecérmelo? Tirada en la cama, mirándome con esos ojos de boluda, que no dicen nada, con las manos atrás de la espalda que ni siquiera son capaces de preparar un puto plato de comida. ¿Cuánto te lleva hacer la comida? ¿Veinte minutos? Media hora a lo sumo. Solo te pido eso y no sos capaz de hacerlo.

-         -  ¿Hace cuánto no me pedís de coger hijo de puta?


La primera palabra de la respuesta ante la cruda pregunta de Laura se vio atravesada por el cuchillo previamente afilado en las muñecas de la pobre mujer y cada letra que pretendía salir de la boca del hombre se volvió sangre y saliva y se desparramó por toda la cocina como un río de redención hasta cubrir toda la sala de un mar rojo y calmo. Más calmo que nunca. Un nuevo silencio había llegado a esa casa.

                                                                    FIN