domingo, 28 de agosto de 2016

No es un buen día para trabajar

Te quedás quieto frente a la calle. Está en verde pero preferís esperar a que el hombrecito rojo empiece a titilar. Necesitás un semáforo más, un estribillo más ahí parado con el sol en la cara. Subís el volumen para no escucharte tan fuerte cuando caminás.
No sabés muy bien inglés, no entendés la letra pero la gritás, la expulsás. Tocás la batería en el aires espeso del mediodía porteño. Lo cortás con tus palillos invisibles.
Te toca cruzar y lo hacés. Disimulás moviendo la cabeza pero querés meterte en la canción. Querés volverte infinitamente pequeño, viajar miles de kilómetros para adentro y abrirte la piel, lamer la sangre hasta secarla. Querés dejar de caminar mirando las chapas de los números de la calle que te lleva hasta el trabajo. Nadie te mira, y vos tampoco mirpas a nadie. Empezás a transpirar la cara, y después el pecho y los pies.
En la esquina los colectivos se amontonan borrando el espacio. Los atravesás con tus instrumentos mágicos disolviendo el aire negro y caliente de los motores enojados.
Llegás hasta la puerta del trabajo y la misma señora que cada día te abre está de espaldas. Dudas entre golpear el vidrio o intentar cruzarlo. Elegís la primera. La señora se asusta, después sonríe y te abre. Le ponés el cachete tibio y húmedo, y su cara se choca contra uno de los auriculares que cuelga de tu cuello.
Querés disculparte pero no te sale. Mientras esperás el ascensor guardás la música en el fondo. Llegás a tu lugar, te sentás y te ponés a escribir, Hoy no es un buen día para trabajar.

lunes, 1 de agosto de 2016

Rara

Soy rara. Desde chica que mi abuelo me lo dice. Al principio me molestaba, pero con el tiempo me acostumbré, y creo que hasta llegó a gustarme el lugar de freak.
Todos los veranos íbamos hasta la costa a un pequeño departamento que tenían mis abuelos. A mí me encantaba pasar tiempo con él, a pesar de que me dijera que era rara. No lo decía de malo, sino todo lo contrario. Él insistía en que la culpa de que el mundo fuera una mierda era por aquellas personas que se hacían llamar cuerdas; eran las peores. En cambio los raros, como yo, como él, hacíamos de este mundo, un lugar mejor, o real.
Mis padres no eran raros, y siempre peleaban por cualquier cosa, pero casi nunca por mí. Siempre estaban de acuerdo en que yo era una nena sucia y desprolija que prefería jugar con sus propios piojos que con las muñecas.
Y era cierto. Me la pasaba todo el día sacándome piojos de la cabeza y aplastándolos. Mi mesa de luz era un cementerio de bichos y sangre seca.
Mi abuelo sentía envidia porque ya no tenía piojos en el poco pelo blanco que le quedaba. Un día me contó que cuando no tenía nada para comer, solía pasarse un peine y comerse todo lo que este arrastraba. Me dijo que los piojos grandotes eran los más crocantes y nutritivos. Además agregó que esto casi nadie lo sabía y que era mejor así, que guardara el secreto.
Una noche mientras hurgaba mi pelo con las dos manos, sentí entre los dedos un piojo el doble de grande que lo habitual. Lo saqué impaciente y ansiosa, y lo apoyé contra la madera de la mesa de luz. Cuando estuve a punto de hacerlos estallar con la uña me acordé de mi abuelo. Entonces agarré con cuidado al bicho y me lo llevé hasta la boca. Lo puse entre dos dientes y apreté fuerte. Un pequeño chorro de sangre tocó mi lengua, y el cuerpo maltrecho del piojo se pegó una parte a mi paleta derecha, y el resto se fue para adentro de mi boca. Era mucho más amargo y feo de lo que me había imaginado.
Empecé a escupir sin parar hasta quedarme sin saliva. Después corrí hasta el baño y metí la lengua debajo de la canilla fría. Hice varios buches con agua y luego me lavé los dientes.
Era la primera vez en la semana que me cepillaba y fue la última vez en mi vida que me comí un piojo.


La foto

Abrí un cajón y encontré la primera foto que le regalé. Yo estaba en la plaza de mi infancia. Yo era la infancia, con un gorro de lana y los cachetes ardiendo el invierno porteño.
Me acuerdo como si fuera hoy el día que se la regalé. Era una tarde mucho más caliente que la de la foto. Y mucho más triste. Era el velorio de mi padre. Lo llevé al despacho donde él escribía, y revolviendo los recuerdos encontré esa foto. Me la guardé junto con una de sus lapiceras y nos fuimos, en silencio hasta casa.
Después de humedecerla durante toda la noche, se la regalé y le pedí que la escondiera.
No volvía a abrir ese cajón hasta este día, como si lo hubiera estado esperando. Me sorprendió verla, y no pude evitar sonreír, y también llorar. Ya había pasado seis años desde la muerte de mi padre, pero yo lo recordaba todos los días, menos este, hasta que abrí el cajón.
A los pocos segundos, giré, por la inercia que dan los años, pero él también se había ido. Su parte de la cama estaba totalmente deshecha, y no por su cuerpo, sino por su alma que en mis sueños la había desarmado. A ella, y a mí. En ese momento pensé que nadie más iba a usar su parte. Que toda la cama era para mí, y para él en mis sueños; y para la foto que era yo, pero me recordaba a mi padre. Los dos hombres más importantes de mi vida se condensaban en un colchón, una foto y puñado sueños.
Más allá estaba la vida y la nada. Más allá estaban la cocina y el café frío, y todavía más allá, la sala y su cuerpo aún tibio.
Faltaba todavía media hora o un poco más para que vengan de la funeraria. No importaba, él no se iba a escapar. Entonces me tiré, me derramé sobre la cama, y dejé que mi cabeza me lleve a donde ella quisiera. Nos fuimos hasta Tandil, hasta las sierras. Su mano era tres veces más grande que la mía, y tenía ranuras como hilos que se conectaban y desembocaban en mi manita. Me llevó así, conectado, lento, hasta lo más alto. Desde arriba se podía ver toda la ciudad. Con uno de sus dedos más grandes me señaló un punto y me preguntó si veía aquella pared azul claro. Yo no veía nada más que todo el cielo, pero le mentí. Sentía vergüenza por no poder verla. Era la casa de su infancia. Yo no sabía que él había tenido infancia, que había sido un chico como yo. ¿Habrán sido también chicas sus manos? Pensaba mientras me tapaba el sol que me encandilaba.


El frío capital

Fui al cine y cuando volví a casa, algo se había ido. No puedo decir con exactitud que era aquello que me dejaba, pero logré sentir como se alejaba poco a poco.
Me senté en el balcón a mirar la noche, me quedé dormido sobre el vino y soñé. Soñé una niña que en la calle miraba una partitura y creaba melodías en su cabeza que le traían calor porque claro, este mayo estaba más crudo que los anteriores.
Me acerqué asombrado, casi hipnótico y le presté mi mano. la suya estaba mucho más caliente. Le pedí por favor que me cantara su canción, que moría de frío.
"Sobre las palmeras de este verano sin fín,
posa el tucán con su pico de colores,
lleva el disfraz del sol y de la noche
y canta pidiendo lluvia y amores"
Le pedí que la cantara otra vez y así lo hizo.
Es hermosa le dije con los ojos llenos de lágrimas. Su abuela se la había enseñado. Se la cantaba cada invierno, se la cantaba tirando humo por la boca, como ella ahora. Le pregunté si alguna vez había visto un tucán. Claro que sí me respondió. Cada vez que lo nombro, lo veo. Tiene el disfraz del sol y de la noche. Le dije que era cierto y que además, podía volar. Me dijo que si podía volar, debería hacerlo y no quedarse quieto pidiendo lluvia y amores. Le respondí que aunque volara, quizás no conseguiría que llueva. Me dijo que al menos lo hubiera intentado. Me lo dijo y se puso triste, y su mano comenzó a enfriarse. Me dio la espalda y puso la cabeza entre sus brazos. La abracé y la hice temblar.
Algo se había ido, y yo no podía saber que era. La solté rápido. Ella bajó el ritmo de los temblores y empezó a cantar.
"Sobre las palmeras de este verano sin fín,
posa el tucán con su pico de colores,
lleva el disfraz del sol y de la noche
y canta pidiendo lluvia y amores"
Yo la acompañé con el canto pero no lograba calentarme. Entonces me paré, abrí los brazos y me puse a saltar mientras gritaba cada vez más fuerte.
"SOBRE LAS PALMERAS DE ESTE VERANO SIN FÍN,
POSA EL TUCÁN CON SU PICO DE COLORES,
LLEVA EL DISFRAZ DEL SOL Y DE LA NOCHE,
Y CANTA PIDIENDO LLUVIA Y AMORES"
Y algo volvió, y nos envolvió.