domingo, 28 de agosto de 2016

No es un buen día para trabajar

Te quedás quieto frente a la calle. Está en verde pero preferís esperar a que el hombrecito rojo empiece a titilar. Necesitás un semáforo más, un estribillo más ahí parado con el sol en la cara. Subís el volumen para no escucharte tan fuerte cuando caminás.
No sabés muy bien inglés, no entendés la letra pero la gritás, la expulsás. Tocás la batería en el aires espeso del mediodía porteño. Lo cortás con tus palillos invisibles.
Te toca cruzar y lo hacés. Disimulás moviendo la cabeza pero querés meterte en la canción. Querés volverte infinitamente pequeño, viajar miles de kilómetros para adentro y abrirte la piel, lamer la sangre hasta secarla. Querés dejar de caminar mirando las chapas de los números de la calle que te lleva hasta el trabajo. Nadie te mira, y vos tampoco mirpas a nadie. Empezás a transpirar la cara, y después el pecho y los pies.
En la esquina los colectivos se amontonan borrando el espacio. Los atravesás con tus instrumentos mágicos disolviendo el aire negro y caliente de los motores enojados.
Llegás hasta la puerta del trabajo y la misma señora que cada día te abre está de espaldas. Dudas entre golpear el vidrio o intentar cruzarlo. Elegís la primera. La señora se asusta, después sonríe y te abre. Le ponés el cachete tibio y húmedo, y su cara se choca contra uno de los auriculares que cuelga de tu cuello.
Querés disculparte pero no te sale. Mientras esperás el ascensor guardás la música en el fondo. Llegás a tu lugar, te sentás y te ponés a escribir, Hoy no es un buen día para trabajar.

lunes, 1 de agosto de 2016

Rara

Soy rara. Desde chica que mi abuelo me lo dice. Al principio me molestaba, pero con el tiempo me acostumbré, y creo que hasta llegó a gustarme el lugar de freak.
Todos los veranos íbamos hasta la costa a un pequeño departamento que tenían mis abuelos. A mí me encantaba pasar tiempo con él, a pesar de que me dijera que era rara. No lo decía de malo, sino todo lo contrario. Él insistía en que la culpa de que el mundo fuera una mierda era por aquellas personas que se hacían llamar cuerdas; eran las peores. En cambio los raros, como yo, como él, hacíamos de este mundo, un lugar mejor, o real.
Mis padres no eran raros, y siempre peleaban por cualquier cosa, pero casi nunca por mí. Siempre estaban de acuerdo en que yo era una nena sucia y desprolija que prefería jugar con sus propios piojos que con las muñecas.
Y era cierto. Me la pasaba todo el día sacándome piojos de la cabeza y aplastándolos. Mi mesa de luz era un cementerio de bichos y sangre seca.
Mi abuelo sentía envidia porque ya no tenía piojos en el poco pelo blanco que le quedaba. Un día me contó que cuando no tenía nada para comer, solía pasarse un peine y comerse todo lo que este arrastraba. Me dijo que los piojos grandotes eran los más crocantes y nutritivos. Además agregó que esto casi nadie lo sabía y que era mejor así, que guardara el secreto.
Una noche mientras hurgaba mi pelo con las dos manos, sentí entre los dedos un piojo el doble de grande que lo habitual. Lo saqué impaciente y ansiosa, y lo apoyé contra la madera de la mesa de luz. Cuando estuve a punto de hacerlos estallar con la uña me acordé de mi abuelo. Entonces agarré con cuidado al bicho y me lo llevé hasta la boca. Lo puse entre dos dientes y apreté fuerte. Un pequeño chorro de sangre tocó mi lengua, y el cuerpo maltrecho del piojo se pegó una parte a mi paleta derecha, y el resto se fue para adentro de mi boca. Era mucho más amargo y feo de lo que me había imaginado.
Empecé a escupir sin parar hasta quedarme sin saliva. Después corrí hasta el baño y metí la lengua debajo de la canilla fría. Hice varios buches con agua y luego me lavé los dientes.
Era la primera vez en la semana que me cepillaba y fue la última vez en mi vida que me comí un piojo.


La foto

Abrí un cajón y encontré la primera foto que le regalé. Yo estaba en la plaza de mi infancia. Yo era la infancia, con un gorro de lana y los cachetes ardiendo el invierno porteño.
Me acuerdo como si fuera hoy el día que se la regalé. Era una tarde mucho más caliente que la de la foto. Y mucho más triste. Era el velorio de mi padre. Lo llevé al despacho donde él escribía, y revolviendo los recuerdos encontré esa foto. Me la guardé junto con una de sus lapiceras y nos fuimos, en silencio hasta casa.
Después de humedecerla durante toda la noche, se la regalé y le pedí que la escondiera.
No volvía a abrir ese cajón hasta este día, como si lo hubiera estado esperando. Me sorprendió verla, y no pude evitar sonreír, y también llorar. Ya había pasado seis años desde la muerte de mi padre, pero yo lo recordaba todos los días, menos este, hasta que abrí el cajón.
A los pocos segundos, giré, por la inercia que dan los años, pero él también se había ido. Su parte de la cama estaba totalmente deshecha, y no por su cuerpo, sino por su alma que en mis sueños la había desarmado. A ella, y a mí. En ese momento pensé que nadie más iba a usar su parte. Que toda la cama era para mí, y para él en mis sueños; y para la foto que era yo, pero me recordaba a mi padre. Los dos hombres más importantes de mi vida se condensaban en un colchón, una foto y puñado sueños.
Más allá estaba la vida y la nada. Más allá estaban la cocina y el café frío, y todavía más allá, la sala y su cuerpo aún tibio.
Faltaba todavía media hora o un poco más para que vengan de la funeraria. No importaba, él no se iba a escapar. Entonces me tiré, me derramé sobre la cama, y dejé que mi cabeza me lleve a donde ella quisiera. Nos fuimos hasta Tandil, hasta las sierras. Su mano era tres veces más grande que la mía, y tenía ranuras como hilos que se conectaban y desembocaban en mi manita. Me llevó así, conectado, lento, hasta lo más alto. Desde arriba se podía ver toda la ciudad. Con uno de sus dedos más grandes me señaló un punto y me preguntó si veía aquella pared azul claro. Yo no veía nada más que todo el cielo, pero le mentí. Sentía vergüenza por no poder verla. Era la casa de su infancia. Yo no sabía que él había tenido infancia, que había sido un chico como yo. ¿Habrán sido también chicas sus manos? Pensaba mientras me tapaba el sol que me encandilaba.


El frío capital

Fui al cine y cuando volví a casa, algo se había ido. No puedo decir con exactitud que era aquello que me dejaba, pero logré sentir como se alejaba poco a poco.
Me senté en el balcón a mirar la noche, me quedé dormido sobre el vino y soñé. Soñé una niña que en la calle miraba una partitura y creaba melodías en su cabeza que le traían calor porque claro, este mayo estaba más crudo que los anteriores.
Me acerqué asombrado, casi hipnótico y le presté mi mano. la suya estaba mucho más caliente. Le pedí por favor que me cantara su canción, que moría de frío.
"Sobre las palmeras de este verano sin fín,
posa el tucán con su pico de colores,
lleva el disfraz del sol y de la noche
y canta pidiendo lluvia y amores"
Le pedí que la cantara otra vez y así lo hizo.
Es hermosa le dije con los ojos llenos de lágrimas. Su abuela se la había enseñado. Se la cantaba cada invierno, se la cantaba tirando humo por la boca, como ella ahora. Le pregunté si alguna vez había visto un tucán. Claro que sí me respondió. Cada vez que lo nombro, lo veo. Tiene el disfraz del sol y de la noche. Le dije que era cierto y que además, podía volar. Me dijo que si podía volar, debería hacerlo y no quedarse quieto pidiendo lluvia y amores. Le respondí que aunque volara, quizás no conseguiría que llueva. Me dijo que al menos lo hubiera intentado. Me lo dijo y se puso triste, y su mano comenzó a enfriarse. Me dio la espalda y puso la cabeza entre sus brazos. La abracé y la hice temblar.
Algo se había ido, y yo no podía saber que era. La solté rápido. Ella bajó el ritmo de los temblores y empezó a cantar.
"Sobre las palmeras de este verano sin fín,
posa el tucán con su pico de colores,
lleva el disfraz del sol y de la noche
y canta pidiendo lluvia y amores"
Yo la acompañé con el canto pero no lograba calentarme. Entonces me paré, abrí los brazos y me puse a saltar mientras gritaba cada vez más fuerte.
"SOBRE LAS PALMERAS DE ESTE VERANO SIN FÍN,
POSA EL TUCÁN CON SU PICO DE COLORES,
LLEVA EL DISFRAZ DEL SOL Y DE LA NOCHE,
Y CANTA PIDIENDO LLUVIA Y AMORES"
Y algo volvió, y nos envolvió.


jueves, 21 de julio de 2016

Los mismos lugares (Cap.final)

Morgan estaba en el piso agarrado por Sebastián, el Panza y uno de los pibes que había dejado entrar Poli. Así y todo, el yankee se las ingeniaba para soltarse de vez en cuando y pegarle a alguno. Cada golpe era devuelto y multiplicado. Sobre todo por el rosarino que tuvimos que sacarlo porque casi le revienta la nariz. La única opción de suplantarlo era yo, ya que Robert estaba con el brazo roto y el otro de los pibes elegidos por Poli se había escapado despavorido. De pronto me vi apoyado sobre el pecho de Morgan agarrándole los brazos y con su cara justo frente a la mía. Tenía los ojos más grandes que de costumbre, casi que se salían de sus orbitas. Estaba mojado, empapado de sangre y calor. Me dijo algo imperceptible que supuse que era algún insulto. Yo le tenía mucha bronca. Era un enojo que se fue agrandando con los días sin ninguna explicación más que la paranoia y un sentimiento estúpido de excesivo patriotismo quizás. De todos modos, no me importaba lo que había hecho con la chica de rastas ni al dueño del bar. Al menos, no me importaba en ese momento. Tampoco me importaba que haya querido levantarse a Juli en Cachi. Creo que estaba enojado con él, porque no tenía los huevos de enojarme conmigo. Eso pensaba mientras lo miraba, con un poco de lástima y asco.

La sirena casi ni se escuchaba con la tormenta. Era una sola, pobre, sin luz que no tardó en llegar a la puerta del bar. Detrás suyo, un auto celeste, casi gris, con una luz roja en el techo en silencio. Entre la ambulancia y el auto del policía hacía una sirena, como las que estamos acostumbrados en la capital. En el primero venía Lucho con un enfermero y un médico. En el patrullero gris, Ariel y dos policías, uno de ellos era el que noches atrás nos había ayudado con la búsqueda de Robert. No pareció contento al vernos. Nos miraba con una mezcla de vergüenza y miedo. Como si fuéramos la causa de los últimos males del pueblo.

El hombre herido estaba apoyado sobre las piernas de la mujer que no había parado de llorar ni un momento. A su vez, ella era contenida por Andre, que entre palabra y palabra alguna lágrima filtraba. Pudieron detener la hemorragia hasta que llegó la ambulancia y entre el médico y el enfermero se lo llevaron junto a su mujer.

Los policías cerraron la puerta del bar y echaron a los pocos curiosos que se habían acercado, la mayoría mochileros. Nosotros tuvimos que quedarnos adentro como testigos. Me acerqué a Juli, pero ella seguía consolando a Ludmila y pareció ignorarme por completo. Le puse mi mano en su cuello pero siguió ignorándome así que empecé a pasarla por su pelo y a frotarla. Me miró mal, como queriéndome decir que no era el mejor momento. Lo entendí, y me fui otra vez con Robert. Aunque seguí mirándola a ella. Eran mis últimos momentos del viaje y quería mirarla el mayor tiempo posible. No me importaban los policías, ni Morgan, ni la sangre y las lágrimas, ni las tucas que el suboficial confiscaba pidiendo explicaciones. Era la última noche de un viaje que había sido atravesado por Juli. Lo único importante era ella. Y yo.

Y fue una larga noche que termino en día. Todos declarando en la comisaría, por lo de Ludmila, por lo del hombre del bar, por los porros y la merca, por estar vivos, de vacaciones. Pudimos zafar, gracias a Morgan que había desbarrancado un poco más. Faltaban un par de horas para que saliera el bondi de vuelta a Buenos Aires así que después de declarar nos fuimos para el hospital. Ahí nos dijeron que el hombre estaba bien, que por suerte el cuchillo no había atravesado ningún órgano vital y que en unos días ya podría volver a su casa. Fue un alivio general, como si todos tuviéramos un poco la culpa de lo que le pasó. Después nos separamos. Quedamos en encontrarnos en una hora y media en el camping, y aproveché ese tiempo para ir a dar el último paseo con Juli. Fuimos bordeando el río hasta donde termina el pueblo. Antes, frenamos en un almacén a comprar galletitas y una botella de agua. Le dejé mis últimas monedas, y el resto, o la mayoría lo puso ella.

Después de desayunar nos recostamos sobre el pasto a mirar el incansable río. Hablamos de cosas ajenas al viaje. Me contó que cuando era chica daba grandes paseos con su mamá por la costa del río Paraná. Que compraban siempre garrapiñadas hasta que se rompió un diente con una, y nunca más quiso comerlas. Pero que los paseos los hacían igual, aún en invierno cuando había sol. Le pregunté porque y cuando habían dejado de hacerlos. Me dijo que fue cuando su mamá se enfermó y estuvo de reposo casi un año. Y que ese tiempo, ya se había conseguido otro que la acompañe a pasear. Sentí celos por no haber sido yo el que la acompañara. Me reí de mis celos, y se los conté. Me sonrió. La sonrisa me llenó el corazón, y también me empezó a calentar. Le di un beso, cortó. Después uno más largo y ella me agarró la cabeza. Nos empezamos a doblar, a encajarnos. El sol nos tocaba los pies, pero el resto de nuestros cuerpos estaba a la sombra de un árbol. Le metí la mano por la espalda y fui bajando hasta donde empezaba su cola. Miré un segundo a ver si pasaba gente, pero parecía no haber más vida que nosotros dos y el río que sonaba. Seguí explorando el cuerpo que ya conocía. Ella hacía lo mismo conmigo. Nos empezamos a masturbar mutuamente. Le saqué la mano porque no quería arruinar el momento antes de tiempo. Yo seguí con la mía hasta que estuvo empapada. Me puse el preservativo que me había dado el Panza y bajándole el pantalón de bambula se la metí, primero tímida, y después con toda la fuerza. Ella me miraba y se mordía los labios. Soltaba apenas un hilo de grito, un gemido parejo que fue ganando volumen hasta que la callé con un beso. Al tiempo que mi boca se chocaba con la suya, mi cuerpo explotó. Los dos gritamos, casi en silencio. Un grito que solo nosotros escuchamos, y quizás el río.

***

-         - Coco, vos seguí caminando, no seas boludo, no pares.
-         -  Pero ahí está la vieja.
-          - No importa, no la mires y seguí.
- Pasamos por al lado de ella, como si fuera invisible, siempre mirando al frente y caminando cada vez más rápido. 

Empezó a gritarnos. Nunca nos frenamos. Detrás nuestro no venía nadie más, ni Robert ni Lucho. Nosotros dos seguimos hasta que pudimos mirar para atrás y no ver más a la vieja. Cruzamos el puente y recién ahí paramos a descansar y esperar al resto. Las primeras en aparecer fueron Juli y Poli.
-        -  ¿Y los demás?
-        - Siguen en el camping, están arreglando como pagar.
-        -  Son boludos, les dije que no tenían que frenar.
-        -  No tuvieron alternativa, además de la vieja, aparecieron dos tipos.
-        -  Como zafamos Coquito.
-         - Yo si fuera ustedes me iría de acá porque los dos flacos estaban bastante calientes y creo que los iban a ir a buscar.
-       -   No pasa nada boluda, ¿Te crees que van a armar semejante bardo por dos pendejos? Seguro pasa todo el tiempo Poli.
-        -  No sé, no creo que pasé todo el tiempo que se escapen de la manera que lo hicieron ustedes. No fueron muy vivos. Te cuento que Andre va a tener que poner guita por ustedes además. Yo ni en pedo pongo un peso.
-        -  Yo tampoco.
-        -  Tranquilas, nadie les pidió. Son bravas Coco eh.
-         -  No sé, Panza, no daba para irnos así. Mejor vámonos de acá.
-          - Pero no pasa nada, esperemos a Robert y a Lucho y nos vamos para la terminal.
-         -  Los esperamos directo allá en la terminal.
-          - Y bueno, si tan cagón sos, vamos.

Robert y Lucho aparecieron cinco minutos antes de que saliera el bondi. Venían agitados, transpirando por ellos y por nosotros dos. Andre venía más atrás puteándonos desde lejos. Le pedimos perdón, el Panza le dio plata, yo no tenía nada. Yo me había escapado porque realmente no tenía un peso. El Panza lo había hecho por deporte.

Ya era la hora. Despaché mi mochila y me volví para donde estaba Juli. Cuando estaba por decir algo, ella me calló. No hace falta decir nada, me dijo. Te voy a extrañar estos días, la pasé muy bien, y fue muy lindo conocerte agregó. Para mi fuiste lo más lindo de las vacaciones le respondí. Y le dije que pronto nos íbamos a volver a ver. Casi se lo prometo, pero preferí no hacerlo. En cambio la abracé, fuerte, para dejarle mi cuerpo marcado en su espalda; y le di un beso nuevo. Un beso de despedida, dulce y amargo a la vez.


El bondi arrancó, y yo me volví a sentar con el Panza. Y otra vez me dejó la ventana. Pero cuando miré para ver por última vez a Juli, ella ya estaba caminando con sus dos amigas, y solo alcancé a ver su espalda, y la marca de mis brazos en ella.

                                                                             FIN

lunes, 18 de julio de 2016

Los mismos lugares (Cap VI)

El Panza insistió en quedarse a pasar la noche en el pasillo del hospital. Lo acompañamos para no sentirnos mal, y para que no se mandara ninguna cagada. A la mañana entramos a ver a Robert. Estaba en una gran habitación con varias camas pero casi ninguna ocupada. Hacía mucho calor, y tan solo había un ventilador en el medio que refrescaba un segundo y seguía girando. Había pasado menos de un día desde la última vez que estuvimos juntos los cuatro, pero yo sentía que fueron años. Lo sentía en el cuerpo. Todos los sentíamos, sobretodo Robert que nos miraba con los ojos cansados, la boca seca, y el brazo derecho partido en mil pedazos. Lo primero que pensé fue si iba a poder volver a tocar la guitarra. Tendría que pasar mucho tiempo para recuperarse probablemente. Después de impactar contra el auto, había caído con todo su peso sobre su codo. El hueso le atravesó la piel. Sin embargo parecía contento de vernos. Se terminaba el viaje, eran los últimos días y no eran precisamente como los hubiéramos imaginado.

 Nunca nada, es o termina siendo como primeramente lo fue en nuestra cabeza porque ahí adentro las cosas y las personas están quietas; y acá, afuera, todo se mueve y se dobla. Nuestros impulsos brotan descontrolados ante nuevos estímulos y no hay nada que los pueda frenar. Podemos hacernos los tontos, podemos estirar la mentira hasta romperla y cuando se quiebre vamos a estar ahí desnudos ante el mundo. Las montañas y los caminos son una pintura. La más linda de todas, pero una pintura al fin. Lo que lo hace diferente es atravesarlos. Hasta allá fuimos, a ver esa gran obra de arte, y a llenarla de nuestras necesidades, de nuestras mierdas, de peleas, desamores y hospitales. No existen dos cosas iguales. Si un auto te atropella en la esquina de tu casa y tenés suerte de salir vivo, te avergonzarías de contarlo. Si te pasa en el medio de la puna de vacaciones con tus amigos, es una anécdota. Y en el fondo, lo que vinimos a buscar es eso. La escenografía es la mejor, sin dudas, pero lo que realmente importa es lo que se mueve.

Estuvimos un rato largo en la habitación. Robert no recordaba nada. Lo poco que sabía era gracias al médico y al tipo que lo había atropellado. Había llegado al hospital en un estado de shock. Ahora estaba más tranquilo pero muy sensible. Ni bien se puso hablar no pudo contener el llanto. Ninguno de los cuatro pudo. Habíamos pasado el límite, uno de nosotros estaba en la cama de un hospital agradeciendo contarla. En ese momento nos miramos incrédulos, sucios y flacos, con la cara llena de tierra y lágrimas. Nos prometimos cuidarnos, para siempre.

Después de las lágrimas, los abrazos y las teorías de lo que podría haber sido pero no lo fue, dejamos a Robert descansando y con la promesa de buscarlo por la tarde cuando le dieran el alta. Nosotros también estábamos cansados.

El panza y Lucho se fueron a dormir al camping, y yo me fui a dar una vuelta por el pueblo. No tenía sueño, y por más que lo tuviera no iba a poder dormirme a pleno rayo de sol quemando nuestra carpa. Mientras caminaba sin ningún destino vi que en mi dirección venía caminando Morgan. Automáticamente me metí en el primer negocio que había. Era un cyber. Me quedé parado mirando a la chica que lo atendía. Me saludó, y me preguntó si quería pasar a una máquina o a alguna cabina. Le pregunté el precio y le dije que tenía que buscar plata primero. Me miró con extrañeza y después levantó los ojos. Giré la cabeza y ahí estaba él como una sombra que no me dejaba en paz. No paraba de sonreír y darme golpes amistosos preguntándome como la habíamos pasado con el ácido. La chica parecía asustada con la situación. Le dije que era un amigo de Estados Unidos. Que podía cobrarle lo que ella quisiera, que se aprovechara. Me miró con vergüenza. Le pedí dos computadoras, y le dije que mi amigo pagaría por las dos.

Después de leer hasta la última noticia de fútbol tomé coraje y abrí mi mail. Tenía varios. Algunos familiares y otros tantos de Romi. Tres en total. No sabía bien por cual empezar, o si leer solo el último. Finalmente opté por ir en orden cronológico. El primero era una descarga eléctrica, bélica. Escrito casi sin pensar, sin poner comas ni mayúsculas. Un escupitajo en el medio de mi cara. El segundo, supongo que enviado minutos después era una adaptación formal del anterior con algunos perdones perdidos por ahí. El último era toda una declaración de principios.

Coco, durante estos últimos días pensé mucho. Escribí y borré una y otra vez. Creo que después de todo llegué a una conclusión.
Yo no sé realmente lo que sentís por mí, no sé si me amas y tampoco creo saber yo que significa amar. De todas maneras, de algo estoy segura. Y es de conocerte. Me di cuenta de porque necesitabas tanto hacer este viaje. Necesitabas demostrarte que podías solo, que podías valerte por vos mismo. Necesitabas probar cosas, salirte del libreto, expandirte. Probablemente hayas hecho varias de esas cosas, y creas que era lo que realmente te faltaba. Probablemente quieras cambiar el mundo, quieras vestirte de otra manera y caminar por calles que nunca caminaste. Probablemente quieras muchas cosas que acá no tenías. Pero te digo una cosa. El viaje termina, el verano termina. Cuando te bajes en retiro ya no va a haber norte ni nada, y todo aquello que relucía bajo el sol de las vacaciones se va a empezar a ensuciar con el aire de Buenos Aires.
Escribo esto porque ya me cansé de llorar, y después de tanto llanto mi cabeza se limpió. De todos modos siento un profundo dolor que va a tardar en irse. Lo único que espero de vos, es una charla, sincera y de frente. No te pido más nada.
Buen viaje, Romi.

Lo leí varias veces. Después le pregunté a la chica del cyber si tenía impresora. Negó con la cabeza. Me sentí perdido, me sentí completamente fuera de tiempo y lugar. Miré para todos lados, solo estaban la chica, una señora en otra computadora y Morgan. Los tres me resultaban extremadamente ajenos, como de otro lugar, de otro planeta. Busqué una explicación en sus caras, en sus espaldas, en su indiferencia. Quería volver a ser un chico, volver a ese momento donde me avergonzaba agarrar de la mano a una chica, volver a tomar jugo, o gaseosa, ir a la plaza con mi viejo, sacar a pasear al perro, escribir frases de canciones en mis cuadernos, fumar mi primer cigarrillo. No quería tener en frente de mi cara la prueba de que había crecido y que alguien estaba sufriendo mucho por algo que yo conscientemente estaba haciendo. Pero no había alternativa. Tenía que empezar a demostrar que podía caminar esos nuevos caminos.

Romi, ¿Cómo estás?
Antes que nada quería pedirte perdón por tardar tanto en contestarte, por hacerte esperar y sufrir, y sobre todo por no ser sincero con vos. El último mail que me mandaste me hizo entrar en razón aunque no estoy del todo de acuerdo con lo que decís. Puede ser que sea verdad que todo es lindo y nuevo porque estoy de vacaciones, pero también es cierto que estoy eligiendo eso, y por algo es. Yo no busqué que las cosas fueran así, simplemente se fueron dando. Me pasaron muchas en este viaje que me hicieron crecer, que me hicieron caer en la cuenta de que necesito un cambio, que necesito conocer cosas nuevas, mundos diferentes, y dejar de estar siempre en los mismos lugares y con la misma gente. No puedo saber que es lo que va a pasar cuando vuelva a Buenos Aires, a la vida tal como la dejé, pero si puedo hacer que esa vida active, que empiece a moverse por otros lados, que cambie. Y creo que es eso lo que voy a buscar, lo que quiero hacer. Te pido perdón pero ya no puedo seguir escondiéndote esto. Cuando vuelva vamos a tener una charla sincera, cara a cara. Espero que estés bien.
Coco.

Después de mandarlo sentí un gran alivio. Me había sacado un gran peso de encima. El insoportable peso de la ambigüedad. Ahora podía caminar más liviano los pocos días que me quedaban de viaje. No había más futuro que las horas que me quedaban.  Lo primero que quise fue ver a Juli. Fui rápido hasta el camping pero no estaba. Ninguna de ellas. Me crucé con uno de los rosarinos pero no sabía donde estaban. El Panza y Lucho dormían. Volví para el centro y fui directo a la plaza, a la feria, tenía que estar ahí. Y ahí estaba. Mucho más linda que otras veces, mucho más mía. Y yo de ella.

-         - Ya está.
-         - ¿Qué cosa? ¿Por qué estás tan feliz? ¿Qué pasó?
-         -  Le dije a mi novia lo que me pasaba. Ya podemos estar juntos sin culpa.
-         - Yo no tengo culpa.
-         -  Es cierto. Bueno ya podemos estar juntos. Ya no hay trabas.
-          -  Me alegro che.
-          -  ¿Qué te pasa? ¿No te pone contenta esto?
-          -  Sí, pero igual tengo miedo.
-          -  ¿De qué Juli?
-          -  De esto. Mirá si cuando volvemos nos damos cuenta de que fue cualquiera, de que nos dejamos llevar por el verano. Además no te olvides que yo vivo en Rosario.
-          -  Son trescientos kilómetros. Nada más
-          -   Ni nada menos.
-          -   Pero Juli, no te entiendo, me dijiste que tenía que ponerme los pantalones y ahora que me animé,        que me la jugué por esto, te echas para atrás.
-          -   Sí, lo sé, tenés razón. Pero así y todo no puedo evitar sentir un poco de cagaso por lo que va a pasar.
-          -   Pero no nos preocupemos por eso ahora. Disfrutemos los últimos días que nos quedan acá. Nos quedan tres noches para estar juntos. Hagamos que sean inolvidables.
-         
                                                                    *  *  *
-         -   Che Robert, ¿Cómo te sentís?
-         -   Bien, molesta un poco el yeso, pero la saqué barata. Lo que sí, no vuelvo a probar la pepa boludo, a ver si la próxima me mata.
-         -  No digas boludeces chabón que hoy es la última noche y hay que dejar todo.
-         -  No jodas Panza, con el porrito y la birra estamos bien.
-         -  ¿Y a vos que te pasa romeo? ¿Tu noviecita no te deja tomar pepa?
-         -   Callate salame, vos toma lo que quieras pero no jodas al resto.
-         -   Obvio papá, hoy voy a tomar de todo. Merca, pepa, porro, lo que tenga Morgan.
-         -   No hagas boludeces Panza que mañana nos tenemos que ir temprano.
-         -   Te estoy jodiendo coquito. ¿Che y que vamos hacer? Nos tenemos que despedir a lo grande.
-          -  No tenemos un mango.
-         -   Juntemos lo que tenemos y vemos para que alcanza.
-          -  ¿Y el camping?
-           -   Es lo de menos eso.
-           -   Acá vigilan, no es como Cachi o Purmamarca.
-            -  Ya veremos eso, ahora la prioridad es esta noche.

Juntamos los billetes. En esta pequeña sociedad comunista salí claramente beneficiado. Era el que menos aportaba y podía gozar de lo mismo que los demás. El Panza con sus billetes extras y Lucho que siempre tenía un canuto escondido. Tardamos un rato en convencerlo pero lo puso todo, o casi todo. Robert era de los pobres. Más de lo que pensábamos. Nos fuimos con las chicas, los rosarinos Ariel y Sebastián, Morgan que siempre estaba rondando y la de rastas que tocaba la guitarra, para la pollería. Todos sabían que era nuestra última noche. Todos tenían que aportar. Llegamos hasta la puerta pero estaba cerrada. Lucho propuso ir al bar de siempre. ¿Cuál era el bar de siempre? ¿Había en este pueblo un lugar donde siempre íbamos? ¿Ya nos habíamos convertido en borrachos del lugar? ¿Ya tenía nombre nuestro tabernero de confianza? Yo al menos no lo recordaba. El “bar de siempre” era aquel lugar lúgubre donde la primera tarde casi nos vamos a las piñas con Lucho. Un kiosco con un par de mesas llenas de borrachos del lugar. Curiosamente estaba vacío cuando llegamos. Parecía que ya habían dejado hasta el alma en la cancha y se habían vuelto como podían a sus casas. Lo raro era que no había nadie ni siquiera del otro lado del mostrador. Después de varios gritos y aplausos recién salió una mujer. No parecía tener comida, y mucho menos ganas de cocinar. Pero nosotros teníamos al Panza, que te terminaba convenciendo por cansancio. Pedimos todas las empanadas que pudieran hacer ella, su marido y sus hijos. Pedimos varias cervezas, vinos y además cerramos con llave el lugar. De pronto se transformó en un evento privado nuestra despedida del norte. Hasta nos dimos el gusto de aplicar el derecho de admisión contra algunos curiosos. Dejamos entrar a unas chicas amigos de los rosarinos, y a un par de pibes por pedido de Poli. Éramos una gran banda. Solo faltaban las barriales que se habían quedado ancladas en el frenesí tilcareño. En este pintoresco contexto de fiesta íntima empezaron a girar las botellas, los porros y las empanadas; siempre bajo la precisa selección del DJ Chajá, que no era otro que Robert con una gorra y unos anteojos negros. De a poco se fue descontrolando, hubo trencito, gente vomitando en el baño, algunos a los besos en los rincones, otros a los abrazos en el medio del lugar, peleas, reconciliaciones, gente vieja, y gente nueva; y todo lo que hace a una verdadera fiesta. Morgan no paraba de tomar merca con Ludmila, la chica de rastas, y esta vez por suerte no nos ofreció. Con el porro, la cerveza y el vino barato nos arreglamos muy bien para estar bien arriba. Vamos por los instrumentos me sugirió Lucho. Instintivamente busqué la aprobación de Juli, era mi última noche y quería hacer todo lo que ella quisiera. Se prendió rápido, y hasta ofreció ayudar para traer las cosas, pero Lucho insistió en que no, en que íbamos él y yo nomás. En el camino a la puerta también rechazó al rosarino.

-       -   Que despedida ¿no?
-        -   Linda.
-         -   Sí. Fue un lindo viaje en definitiva.
-        -    Pasaron muchas cosas.
-          -  Muchas.

La última cuadra hasta el camping la caminamos en silencio. Agarramos las dos guitarras y el cajón, y nos fuimos, otra vez en silencio los primeros metros.

-        -  Che, ¿Y con Juli qué onda? ¿Qué piensan hacer?
-        -   No tengo idea. Por el momento no puedo pensar. Supongo que una vez que vuelva a Buenos Aires y ella a su casa, vamos a pensar bien y veremos si esto da para que siga o no.
-       -   Está bien. Entonces con Romi ya fue ¿no?
-       -   Pienso que sí. Después del último mail creo que se terminó todo. Igual me tengo que juntar a hablar.

Media cuadra en silencio otra vez.

-      -    Che Lucho, te quería pedir perdón si en algún momento te la hice pasar mal loco.
-       -   No pasa nada Coco, me puse muy hinchapelotas en un momento, lo reconozco. También de paso te pido perdón. Quizás lo hice un poco de egoísta, pensando que me podía perjudicar mi relación con Belu.
-       -   No boludo, ¿Qué decís? Lo hiciste porque sos mi amigo y te pareció que me estaba mandando una cagada. Y yo lo valoro a eso, me costó, pero después de pensarlo bien, me di cuenta de que tenías los huevos para venir y decirme lo que pensabas. Los otros dos no tengo idea que es lo que piensan.
-       -   Están en la suya Coco, ni se meten, te quieren así, como sos.
-       -   Ya lo sé, pero no quería dejar de decirte que valoro mucho que me digas las cosas de frente si te jodieron. Sos un gran amigo.
-       -   Y vos también hermano, y no te quiero dar más sermones. Lo único que te digo es que ahora pienses bien que vas a hacer. Para que no sufra nadie.

La última media cuadra volvimos a estar en silencio, pero esta vez abrazados. Dentro del bar, todo era distinto. Había ruido, pero ya no de festejo, había abrazos pero no de amistad. Los cuerpos de Morgan y de uno de los rosarinos se revolcaban entrelazados por todo el lugar. Los gritos e insultos tenían un solo destinatario; y en un rincón, un par de las chicas parecían consolar a otra que no se llegaba a ver. Me acerqué y pude distinguir las largas rastas rubias. Nos miramos desconcertados con Lucho. Habíamos tardado poco más de media hora y ahora la fiesta se había convertido en una guerra. Morgan y el rosarino, mis dos enemigos, se batían a duelo por todo el salón. El argentino parecía más entero, y le pegaba una piña tras otra, pero el yankee parecía no sufrirlas. Su cara y su cuerpo eran una roca sólida, impenetrable. Tanto, que su rival empezó a cansarse. En ese momento, el Panza y el otro rosarino se metieron a separarlos. Había quedado Morgan de un lado del bar con la cara llena de sangre y rabia, con la dentadura blanca amenazante. Del otro, todos nosotros; algunos seguían insultando, otros discutiendo, y otros llorando y consolando.

-        -  Robert, ¿Qué mierda está pasando?
-        -  Este yankee hijo de puta se quiso abusar de la mina de rastas.
-        -  No quiso, abusó. – agregó Andre.
-        -  ¿Cómo? ¿Acá delante de todos?
-         -  No. La mina se fue al baño, al fondo, y el chabón la siguió.
-         -   ¿Nadie vio que la seguía?
-         -  No sé, quizás. Pero todos pensamos que estaban juntos.
-         -   ¿Y qué pasó?
-         -   Ari fue al baño y al rato aparece corriendo Morgan y atrás él, puteando y gritando para que no lo dejemos salir.


Mientras Andre y Robert me ponían al día, el Panza trataba de calmar a Morgan que cada vez estaba más desencadenado. Se trepó a la barra y se pasó para el otro lado. Atrás suyo había una pileta y una mesada larga donde había varias cosas secándose. Entre ellas, un cuchillo. Lo agarró y se quedó duro, con los ojos inyectados mirando fijo a Ariel, el rosarino. Todos nos callamos, incluso el Panza. Era un silencio demoledor y expectante. Solo se oía la respiración agitada de Morgan, los mocos de Ludmilla, y todos los corazones acelerados. Era un silencio que hizo tanto ruido que despertó al dueño del bar, que apareció justo por atrás. Sin dudarlo, se acercó hasta Morgan para intentar sacarle el arma, pero antes de poner una mano encima, el filo del cuchillo atravesó el costado izquierdo del hombre, justo debajo de las costillas. Solo una vez bastó para que caiga al piso de rodillas. La sangre brotaba caudalosa sobre su pierna hasta tocar el suelo. Morgan seguía parado, inmóvil con el cuchillo goteando en su mano derecha. Su cara se iba empalideciendo como si la sangre de su víctima le hubiera robado el color. El Panza, Sebastián, el otro rosarino, y Juli fueron corriendo inmediatamente a socorrer al hombre que se estaba secando detrás de la barra. Uno de ellos, creo que fue Sebastián, aunque no recuerdo bien por la confusión del momento, aprovechó la palidez del yankee para sacarle el cuchillo de la mano. Ariel y Lucho salieron corriendo al hospital a buscar ayuda. De pronto la fiesta se oscureció.

viernes, 15 de abril de 2016

Los mismos lugares (Cap. V)

En el centro de la ronda, el rosarino seguía alegrando la plaza con mi guitarra. Una chica con largas rastas rubias tocaba el cajón. Morgan seguía parado, duro como una estatua, erguido, como vigilando la escena. Más atrás, Andre, Poli y Juli cruzaban risas con el otro rosarino. Parecían felices.

-      -    Che Lucho, ¿ellas saben que estamos acá?
-      -  Si, las saludé hace un rato.
-      -    ¿Y, preguntaron algo?
-      -   Me preguntaron por los “demás”, pero nada muy serio la verdad. Así nomás, de compromiso. Les dije que ya iban a aparecer. A la única que parecía importarle un poco era a Andre.
-       -   ¿Y Juli? ¿Nada?
-       -  Casi ni habló ella. Apenas saludó y se fue con el de Central.
-       -   ¿Y al otro rosarino? ¿Cómo lo saludo?
-       -   No sé Coco, no me rompas las bolas. Robert sigue sin aparecer ¿Le habrá pasado algo?

El pibe me hizo una seña para que lo suplante en la guitarra. Intenté evadirlo, pero su perseverancia contagió a la chica del cajón, que yo ni siquiera conocía. No podía exponerme, así que tuve que aceptar la invitación. Lo último que quería era tocar en ese momento. El plan de Morgan y los rosarinos parecía funcionar a la perfección, y ahora yo era el boludo que endulzaba con canciones el reencuentro entre el rosarino y Juli. Era insoportable ver como todos se reían, como disfrutaban estar ahí. Era insoportable ver como Juli saludaba al Panza con un beso y un abrazo; y a mí, con una tímida manito a diez metros de distancia. Casi sin siquiera mirarme. Y yo, como un músico contratado para animar la fiesta ajena, solo atiné a devolver el saludo con una pequeña reverencia, y con una media sonrisa. Corté abruptamente la canción. La chica del cajón me miró desorientada pero no supe que responderle. Simplemente dejé la guitarra apoyada contra el pasto y me prendí un cigarrillo. Me quedé esperando, como un jugador suplente a que lo llamen para entrar. A la mitad del CJ decidí mandarme.

-        -  Dejaste la viola, que lástima. La estabas rompiendo hermano.
-        - No, recién la había agarrado. Vos estabas tocando muy bien. Hola chicas, ¿Cómo andan?
-       -   Bien- contestó Poli, que parecía ser a la única de las tres que le importaba un poco verme. O quizás era pura cortesía.

Juli ni siquiera me miraba. Para colmo, el rosarino le pasó el brazo derecho sobre el hombro descubierto de ella. Pude ver como se enrojecía toda la suave piel de su cara. Yo volvía a sentir los temblores de hace unas horas.

-        -  ¿Dónde están parando muchachos?
-        -  En un camping pasando el río.
-        -  ¿Por qué no vamos todos para allá y nos instalamos?

Hubo un silencio, corto, pero perceptible. Cómo si en el fondo todos supiéramos que no era la mejor idea. De todos modos, a Andre no pareció importarle.

-        -  Sí, dale, vayamos así lo veo a Robert.
-        -  ¿A Robert?- Pregunté ingenuo, sin pensar.
-        -  Sí, me dijo el Panza que se había quedado en la carpa porque se sentía mal. ¿Es mentira boludo? ¿Dónde se metió?
-       -   No, claro, se quedó porque estaba para atrás. Debe estar durmiendo.
-       -   No me importa, ahora quiero saber si está allá o no. Vamos.
-        -  Dale, vamos.

Agarramos las cosas y nos fuimos los ocho. Morgan se quedó hablando con la chica de las rastas. Cuando llegamos a nuestras carpas, no había ningún rastro de Robert. Fuimos a preguntarle a la señora encargada del camping, pero casi ni se acordaba de nuestras caras. Los demás aprovecharon para registrarse, mientras Andre nos dedicaba todo tipo de puteadas. El Panza insistía.

-        -  Nos dijo que se quedaba acá porque se sentía mal. En serio te digo. Capaz que se cansó y se fue a dar una vuelta.
-      -    Dale pelotudo, decime la verdad.
-      -    Pero Andre, es la verdad. Cuando nos levantamos, él se quedó durmiendo.
-      -    Ah sí, y ahora ¿Dónde se metió? ¿Por qué no está con ustedes? No me molesta que no esté, sino que me tomes por boluda.
-      -    No sé, no le dijimos a donde íbamos. Nos debe estar buscando. Lo que pasa…
-      -    Basta Panza. Déjate de joder con esto. Andre, Robert estaba con nosotros pero le pintó irse solo por ahí. Se fue al medio día y todavía no volvió. Debe estar bien, tranquila. No entiendo porque este boludo te dijo que se sentía mal.
-       -   No quería que se preocupe.
-       -   ¿Preocuparme? ¿Por qué se fue solo a dar una vuelta? No tiene nada de malo eso. Pero si me mentis, pienso que estas escondiendo algo boludo.
-       -   Perdón, pero hace una banda que no aparece. Mirá si le pasó algo.
-       -   Seguro que va a volver en cualquier momento. Ya es de noche.
-       -   No sé Lucho, mirá si le pegó mal como a este gil y está perdido por ahí.
-       -   ¿Qué cosa le pegó mal?
-       -   La pepa.
-       -   ¿Qué cosa?
-       -   La pepa. Ácido. Nos convidó el yankee.
-       -   ¿Ustedes tomaron eso?
-       -   Sí. No pasa nada. A mi y a Lucho nos pegó genial. Coquito tuvo su momento de crisis pero ya está bien. Es como un porro fuerte. No es nada raro. Todo el mundo la toma y todo bien. Preguntale a tus amigos, seguro alguna vez probaron.
-       -   No puedo creer que tomaron eso, y que lo dejaron irse solo como si nada. ¿Son boludos? Me voy a dejar mis cosas a la carpa y después vamos a buscarlo. Ni se les ocurra irse.

Nos quedamos en silencio esperando a que volviera. Yo estaba inquieto por lo de Juli y el rosarino, pero después de escuchar al Panza, me había empezado a preocupar también por Robert. Era muy raro que siendo ya de noche no hubiera aparecido. A los cinco minutos volvió Andre, acompañado milagrosamente por Juli. Inmediatamente dejé de pensar en Robert.

-      -    Bueno, vamos.
-      -    ¿Y Poli?
-      -    Se queda con los chicos.
-      -    ¿Vos venis con nosotros Juli?
-      -    No, la acompañé a Andre para que no se pierda desde la carpa. Si boludo, por algo estoy acá.

La respuesta a la pregunta estúpida del Panza me anticipaba que la cosa no iba a ser sencilla. De todas maneras estaba cansado de esperar, de ser un cagón. Apenas unos minutos después de emprender la odisea, ni bien pude, agarré del brazo a Juli disimuladamente y los dos quedamos atrás del grupo.

-      -    ¿Qué haces? Vamos, no es el mejor momento este.
-      -    Pará. Ahora seguimos, pero esperá que se adelanten un poco.
-      -    ¿Por? ¿Qué querés?
-      -    Hablar. Hace días que quiero hablar con vos. No aguanto más.
-      -    Mirá, no sé si es lo mejor hablar ahora. Tu amigo está perdido y vos estas drogado.
-      -    Ya se me pasó el efecto Juli. Necesito que hablemos. Por favor.
-      -    ¿Qué tenemos que hablar vos y yo?
-      -    ¿Estás con el rosarino? El de la guitarra.
-      -    ¿De qué hablas?
-      -    Dale, no te hagas la boluda. Ya sé que estuvieron en Rosario, y también en Tilcara. Y recién te abrazaba como si nada. ¿Qué pasa entre ustedes?
-      -    ¿Y a vos que te importa lo que me pasa con él? No tengo porque contarte con quien salgo o a quien me estoy cogiendo. Es tema mío.
-      -    ¿Y yo que soy entonces? ¿Uno más de los que te cogiste?
-       -    ¿Sabes lo que sos vos? Un pobre boludo, un cagón; pero por sobre todas las cosas, un egoísta.
-       -   ¿Egoísta? ¿Qué decís boluda?
-       -   Si, solo pensás en vos. Los demás no te importan un carajo. Ni yo, ni tu novia, ni tu amigo que está perdido por ahí, que ni sabes si está vivo.
-       -   Es obvio que está bien. ¿Y qué decís que no me importas vos ni mi novia?
-       -   No grites pelotudo. ¿O querés que se entere todo Humahuaca? ¿Sabes que es lo que sé yo? Que cuando tuviste que ponerte los pantalones, te cagaste encima.
-       -   Pero Juli, no es tan fácil como vos decís. Necesito tiempo para acomodar las cosas.
-      -    Bueno pibe, cuando acomodes tus cosas, si queres volvé y hablamos. Pero no me hagas perder más tiempo con pendejadas.
-        -  ¿Qué necesitas? Dale decime.
-        -  Qué te hagas cargo. Eso necesito. O sino, que me dejes en paz.

Se adelantó hasta donde estaban Andre y los chicos. Yo me quedé en el fondo, acompañado con un cigarrillo, como de costumbre. Y también por las pequeñas gotas que comenzaban a caer como cada noche. Preguntamos en todos los lugares típicos a donde íbamos. El barcito, la plaza, la pollería, la peña de Vilca, las otras peñas menos conocidas. Hasta fuimos a la terminal. Nadie recordaba haberlo visto. Habíamos llevado nuestra cámara de fotos para que lo vieran bien, pero así y todo nadie tenía la certeza de haberse cruzado con Robert.

-       -   Vamos a la comisaría. Allá deben saber.
-       -   ¿Por qué van a saber?
-       -   No sé chabón, deben estar al tanto de los boludos que se pierden por ahí. Además ya fuimos a todos lados.

El oficial de guardia no parecía muy feliz de ver a cinco jóvenes mochileros alterar su paz. Le prometimos no robarle más que un minuto de su merecido descanso. Le mostramos una foto de Robert pero negó con la cabeza casi sin mirar. El Panza, que seguía muy arriba por el ácido, insistía, le hablaba, le imploraba. Todos mirábamos la escena tensos sabiendo que había una línea muy fina que estábamos a punto de cruzar. La que dividía la tranquilidad del policía de la ira.

-       -   Por favor oficial, colabore con nosotros. Estamos muy preocupados por nuestro amigo. No se quede callado.

Con un marcado acento jujeño y una pasividad inalterable nos invitó a retirarnos alegando que no tenía tiempo para “cosas de chicos borrachos y drogados”. Nos fuimos antes de que El Panza empezara su glosario de puteadas. En la salida de la comisaría nos alcanzó uno de los policías, seguramente de un rango menor al amable oficial. Nos pidió que le mostráramos la foto. No lo reconoció pero nos dijo que su novia, enfermera, le había comentado de un joven que había ingresado en el hospital con algunas heridas. Nos miramos, primero incrédulos y después con miedo. Nos indicó como llegar hasta allí, a unas pocas cuadras. En el camino me bajó mucho la presión. Intenté disimularlo, no quería llamar la atención, no era el mejor momento. Pero unos metros antes de llegar al hospital, me desvanecí por completo. Oportuno lugar para caer rendido. Nadie me vio caer, me había quedado último en la fila y los demás caminaban con mucha prisa. No se cuanto tiempo habrá pasado hasta que abrí los ojos y vi la cara de Juli. Me abanicaba con un folleto y no paraba de hablarme. No podía distinguir si eran palabras de enojo o de preocupación. Me puso una botella de agua en la boca y fui tomando  pequeños sorbos hasta incorporarme. Tardé varios minutos.

-       -   Coco, ¿me escuchas?
-       -   Juli. ¿Qué pasó? ¿Dónde estamos?
-       -   En la calle. Te desmayaste.
-       -   ¿Y qué hacemos en la calle?
-       -   Te desmayaste Coco, acá mismo, en la calle.
-       -   ¿En serio? ¿Y Robert?
-      -    En el hospital. Está bien.
-       -   ¿Cómo sabes?
-       -   Porque Lucho me avisó, que está en una cama pero que está consciente.
-       -   Menos mal.
-       -   ¿Y a vos que te paso? ¿Por qué no avisaste que te sentías mal?
-       -   No sé Juli, te juro que no lo sé. No tengo idea porque me siento así. Tampoco entiendo como todo esto se volvió una mierda. Como puede ser que este viaje se haya convertido en esto. Todo está saliendo como el culo.

Las últimas palabras anticiparon el llanto, los espasmos, los mocos. Nada de eso era estratégico. Nada de eso buscaba sensibilizarla. Era una descarga, total. Sin embargo sus brazos, finitos, suaves tomaron mi cabeza y la pusieron entre sus pechos, tibios. Yo seguía temblando, con un llanto tormentoso que se confundía con el diluvio norteño. Nos amparaba un pequeño techo, sobre todo a Juli. A mí, la que me amparaba era ella, su cuerpo, su boca húmeda sobre mi pelo, sus piernas al aire rozando las mías.

De a poco el llanto se fue apagando. De a poco el calor de sus brazos, de su cuerpo se fue propagando. En mi oído izquierdo tenía su corazón acelerado que rebotaba en toda mi cabeza. Nuestros cuerpos se fueron acomodando como un rompecabezas que iba tomando temperatura, que se volvía febril. Mi pierna derecha entre la suyas, y la otra entrelazándose. Mis brazos envolviéndola, a su pequeña y hermosa espalda. Mi nariz respirando el olor de su cuello. El perfume que tanto había extrañado esos últimos días. Le di un beso casi imperceptible para el mundo pero imprescindible para los dos, tanto que apenas mis labios se apoyaron toda su piel se erizó. Sentí como tragó saliva. Sin dudarlo, fui directo hasta su boca pero esta vez con un beso abrupto, torpe, chocando sus dientes y rebotando. Retrocedí y volví al ataque con lengua y todo. Buscaba literalmente comerme su boca, su cara.

La erección la sentía en todo mi cuerpo que buscaba atravesar la ropa, aniquilarla. Sin despegarnos, y como pudimos, nos corrimos hasta la parte de atrás del hospital. No tenía forros. Nunca pensé que los necesitaría, mi optimismo agonizaba hasta este momento. Ella lo sabía, y era muy generosa. Antes de que fuera tarde agachó la cabeza y me bajó los sucios pantalones. Tomó aire y conteniendo la respiración empezó a lamer de a poco. Hace varios días que yo no me bañaba. Por un instante sentí vergüenza y hasta un poco de lástima, pero cuando lo metió todo en su boca me entregué por completo. A los pocos segundos descargué toda una semana de desesperación, desilusión y furia. Apenas llegué a hacerle una seña para que se corriera. Bañé parte de su cara y cuerpo. Por suerte seguía lloviendo cada vez más fuerte.

-        -  Perdón, no quería hacer esto, me dejé llevar.
-        -  ¿Perdón? Fue lo más lindo que me pasó en esta última semana de este viaje de mierda. Lo único te diría.
-       -   Pero no está bien Coco, estamos confundiendo las cosas.
-       -   No pensemos tanto Juli, tratemos de disfrutar mientras se pueda.
-       -   Pero no es fácil.
-       -   No me digas que te enganchaste con el chabón este.
-       -   No, pero que se yo. Vivimos en la misma ciudad al menos, y no tenemos que mentirle a nadie.
-       -   Pero no te gusta.
-       -   No.
-       -   Yo te gusto.
-       -   
-       -   Sí, yo te gusto. Y vos a mí, mucho. Mirá, yo no tengo idea de lo que va a pasar y la verdad que tampoco me importa mucho creo. De lo único que estoy seguro hoy es que quiero estar con vos, quiero abrazarte, agarrarte de la mano, ir a pasear por esta ciudad que hasta ahora me parece horrible. Quiero que estamos últimas cuatro noches sean inolvidables. Quiero irme feliz, porque ahora, hasta hace media hora, yo era un infeliz.

Nos quedamos quietos un instante. La tormenta parecía amainar a nuestro ritmo. Era un silencio distinto a los otros silencios. Era un respiro en mitad de la noche. Era tomar impulso para volver con toda la fuerza. Al menos para mí. Vi la debilidad en ella, sentí que había un hueco por el cual podía entrar, una filtración donde podía convencerla de cualquier cosa. Podía darle el mundo entero y hacía allá fui.

-       -   Juli, estoy convencido de que esto, de que nuestra historia no se va a terminar acá. Por algo nos cruzamos, y por algo estamos mojados en la puerta de atrás de este hospital.
-       -   ¿Y la distancia? ¿Y tu novia?
-       -   Todo eso tiene arreglo.
-       -   ¿Cómo? ¿La vas a dejar?
-       -   Claro Juli. –Sonaba convincente, aunque por dentro dudaba como nunca. El final tenía que estar a la altura del viaje. El cagón se reservaba para Buenos Aires. Ahora me llevaba el norte por delante.
-       -   No sé qué decir Coco. Tengo miedo la verdad. No quiero sufrir.
-       -   No vas a sufrir, eso te lo aseguro.

Me quedaban algunos días para convencerla, y convencerme. Por ahora, el discurso estaba bien. No había que abusar, y además tenía un amigo internado a metros.


-       -   ¿Vamos?- me miró con nostalgia, le sonreí y me devolvió la sonrisa. En la caminata hasta la puerta me abrazó. En este vaivén de emociones, mi corazón llegó hasta el pico más alto. Hasta ese lugar que queda después de las tormentas. Ese lugar que nos hace saber que todavía estamos muy vivos. El amor, o lo que fuera, se disfruta mucho más cuando tiene sus cicatrices.