jueves, 11 de octubre de 2012

2012: el fin del hombre


La ciudad era un caos. Vehículos por todos lados, personas corriendo sin rumbo alguno, bocinas, gritos, llantos, y hasta algunos disparos. Sobre los edificios un cielo encapotado amenazando con caerse a pedazos sobre las cabezas. En los balcones, la gente caminaba entre la duda de tirarse y tropezarse. Definitivamente este fin de año era distinto a los anteriores. No había papeles volando por el aire, ni fuegos de artificio sobre las estrellas. Este 31 de diciembre, el miedo se había infundido por toda la urbe. La razón, o la falta de ella, esta vez era mayor a cualquier otra antes pensada. Se acercaba el fin, el día del juicio final. La profecía maya tan temida por nosotros los simples mortales se olía cada vez más cerca.

 La locura corría como reguero de pólvora e iba contagiando hasta los más escépticos. Ya no quedaba ni un gramo de cordura, y si alguno estuviera escondido lejos de nuestro alcance, se disipó ante el primer rugir del cielo que por unos segundos hizo estremecer todo el pavimento y todos los corazones. Tanto, que algunos no aguantaron el estruendo y detuvieron su latir. Este primer trueno dio el puntapié inicial a la orquesta de luces y ruidos que comenzaron a bajar sobre las cabezas. El caos era total. Ahora no solo caían truenos, rayos y agua desde arriba sino miles de cuerpos que chocaban contra otros cuerpos o contra los autos o simplemente se estrellaban contra el asfalto. La sangre corría desbocada hasta llegar al río y los vidrios sobre el piso reflejaban la muerte y el desenfreno. No se encontraba ningún ser humano manteniendo la calma. Ni en las iglesias, donde se suponía que este fin los llevaría al paraíso tan anhelado podíamos encontrar serenidad. Ni en los hospitales los enfermos terminales aguardaban el final como si fuera algo esperable. Ni en los geriátricos los ancianos lograban conciliar la sagrada siesta diaria. Nadie estaba exento esta vez, nadie quedaba del otro lado, todos eran parte de esta locura, de este final, de este apocalipsis.

Mientras más se acercaba la medianoche, más fuerte era la tormenta, más sangre corría calle abajo y más corazones dejaban de temblar. A pocos minutos de que se termine el día, y junto a este, todo a su alrededor, eran pocas las personas que quedaban y el ruido comenzaba a apagarse y también la vida, al menos la de los hombres. Ya no se encontraba rastro alguno de carne humana desplazándose entre los escombros. Ya eran alimento de los buitres y de los lobos, ya eran adornos en este escalofriante cuadro de la ciudad en lágrimas.

Cuando el reloj marcó las doce, no se oyó ninguna copa chocar con otra, no se sintió ningún abrazo fundirse, no se vieron dientes mostrando sonrisas. El paisaje ahora era desolador, hasta los perros, ya saciados de tanta carne humana habían dejado la ciudad. La tormenta había cesado aunque el cielo seguía completo de un inmenso nubarrón, y los pocos relámpagos que quedaban fotografiaban la desolada postal como registrando lo que el hombre había logrado. La destrucción total.

A la mañana siguiente el sol asomaba en el horizonte. Comenzaba un nuevo día, un nuevo año, el 2013. El día duró veinticuatro horas, y el siguiente también. El sol continuó saliendo y poniéndose, las nubes pasando, y la lluvia cayendo. Había pasado lo peor. El hombre.
                                                                                                FIN