lunes, 21 de julio de 2014

El derecho a guardar silencio (SC parte II)


Eran las nueve de la mañana de un helado jueves de agosto. La calefacción ardía en el inmenso estudio.  Luego de quitarse de encima como capas de cebolla los infinitos abrigos, la doctora cerró la puerta de su escritorio, la cual solo abrió para llenar su taza de café.  En general, la abogada suele mostrar una actitud risueña con todos en el trabajo. Siempre se queda comentando algo con su secretaria. Pero ese día en particular, había caminado desde el ascensor hasta su recinto sin siquiera deslizar un saludo o una mirada. Como si fuera un caballo con anteojeras que sigue derecho porque le limitaron el mundo.

Pasaron tres eternas horas. El picaporte seguía inmóvil. El silencio detrás de la puerta hacía un ruido insoportable. Nadie se atrevía a callarlo. Todos esperaban la mejor excusa para cortar el espeso aire de esa fría mañana ya devenida en medio día.  ¿En qué momento la biología nos iba a regalar ese guiño? Las anteriores semanas, la doctora iba varias veces hasta el baño las primeras horas. Hoy, nunca. Ni siquiera en la hora del almuerzo  pudieron disfrutar de su compañía.

Ya entrada la tarde, cada cual empezó a ocuparse de sus asuntos y el silencioso ruido comenzó a disiparse. Josefina, la secretaria de la doctora, como una especie de pulpo con minifalda, atendía teléfonos, tomaba café, resaltaba apuntes, ordenaba expedientes,  mandaba mensajes de texto, escribía en la computadora. Y aún así, le sobraba tiempo para elaborar teorías acerca del estado de ánimo de la abogada y para correr rumores del flamante despido de la chica de la recepción, supuesta amante del Dr. Lombardo.

Toda esa polifuncionalidad posmoderna se cortó abruptamente cuando una gran mano sacudió la humanidad de Josefina.

-        -  A ver nena si me escuchas de una vez por todas. Estoy hace cinco minutos parado como un idiota y vos seguís en tus cosas como si no hubiera nadie.

La primera reacción de la secretaria fue de un gran susto cuando sintió la pesada mano en su hombro. Susto que se acrecentó al oír la voz del hombre, y mucho más aun cuando levantó la mirada y lo tuvo frente a frente.  Sintió asco, e inmediatamente culpa seguida de lástima. Se irguió en su silla, y en el momento en que iba a comenzar a empeñarse en ser lo más servicial posible para mitigar su culpa, el hombre continuó con su monólogo.

-         -  ¿Qué te pasa? ¿Te quedaste sin palabras ahora? Recién por el celular no parabas de hablar ni para respirar, y ahora, te quedaste muda. ¿Nunca viste a alguien así? ¿Tan feo te parezco?

-         -  (silencio)

-         -  De todas maneras, no me interesa que me digas nada. Lo único que necesito saber es si Jimena Rossi trabaja en este estudio.

-        -   Si, ella trabaja acá. Es abogada

-        -   Muy bien, me harías el favor de avisarle que la busco. Mi nombre es Rodolfo Lanzetta, ella me conoce.

-        -   Miré, yo entiendo que tenga una urgencia pero para ver a la doctora tiene que arreglar una cita con anterioridad. Ella en este momento está ocupada.

-          - ¿Una urgencia? Nunca dije eso. No existe ninguna urgencia, o existe toda. Pero en fin, ninguna en particular, así que no hay problema, puedo esperarla. Ya lo vengo haciendo hace ocho años.

-          - Si, como diga señor. Pero hoy no va a poder ser. Ella está con mucho trabajo y pidió que nadie la molestara.

-          - ¿Qué nadie la molestara? ¿Pero quién se cree que es ahora? ¿Cómo puede ser que una chica con ideales comunistas se convierta en una señora con oficina, secretaria y que pide que nadie la moleste? Mi abuelo tenía razón con eso de que si de joven no eras comunista eras un desalmado, pero sí de grande seguías siéndolo, eras un pelotudo. Al menos ella le hizo caso. De joven, idealista. Así seducía a compañeros, profesores, empleados de la facultad. De grande,  oficinista. Así debe seducir a viejos verdes millonarios, jóvenes verdes millonarios hijos de los anteriores, y a cadettes pobres aspirantes a millonarios. Al final, la misma mierda con distinta ideología.

-           -  Miré señor, la verdad es que no me interesa lo que usted piense de los comunistas ni de los millonarios, o de los comunistas millonarios. Lo único que le digo es que vuelva mañana, o que mejor aun se comunique antes por teléfono y arreglé conmigo una cita para ver a la doctora porque hoy va a ser imposible.

-         -  A ver si nos entendemos, ya te dije que tengo todo el tiempo. Y como ya me dijiste que estaba, me da lo mismo esperarla acá mismo o en la puerta del edificio, total en algún momento va a tener que salir y…

No llegó a terminar su frase que el picaporte de madera por fin giró. Los ojos rojos, fatigados, vacios de tanto llanto. La nariz chorreando, secándose también. Ya casi sin líquido. Un cuerpo desalmado, apagado. El silencio era conmovedor. Tanto, que Rodolfo no pudo soportarlo más.

-        -  Jimena…

El silencio volvía a conmover. Otra vez fue Rodolfo con su guillotina vocal quien corto el espeso aire que envolvía el ambiente.

-          - Jimena. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

-         -  (silencio)

-          - Jimena, por favor. ¿Te podemos ayudar en algo?

-          - (silencio)

-        -  Necesito que me digas algo, me estás preocupando. Soy yo, Rodolfo. ¿No me reconoces? La última vez que nos vimos fue en aquel colectivo. Yo ya tenía el rostro así.

-        -  (silencio)

-        -  (A la secretaria) ¿Vos sabes algo de lo que le pasa? ¿Por qué no habla? ¿Por qué no mira?

-        -  No tengo idea, desde que llegó que se encerró en su despacho y recién ahora salió.

Inmediatamente, Rodolfo tomó del brazo a Jimena y la llevó como a un trapo hasta la oficina y cerró la puerta.

-        -  Ahora que estamos solos, decime que es lo que pasa con vos. Necesito que me hables Jimena.

-        -  (silencio)

-     - Está bien, no digas nada. De todas maneras yo no vine hasta acá a escucharte, sino para que vos me escuches a mí. Desde la última vez que te vi que me dejaste con millones de palabras atragantadas. Te escapaste de mí como si yo fuera la peor de las basuras. Como si mi cara te recordara a tu peor pesadilla. Ni siquiera como un desconocido. Peor. Un conocido que te perturba. ¿Y ahora qué? Estás frente a mí, impertérrita, como si no estuvieras realmente. Dejaste el envase, pero tu corazón no, ni tu alma. La otra vez te fuiste corriendo. Hoy, tus piernas están ancladas al piso. No te podes mover. ¿Qué es lo que te pasa Jimena?

-          - (silencio)

-       -   Desde que tropezaste y caíste en la calle aquel día que no me puedo borrar tu imagen ensangrentada. La llevo pegada a mi retina, a todo mi cuerpo. Todos los recuerdos anteriores es como si se hubieran escondido detrás de ese rostro rojo. Disfruté verte en el piso. En ese momento entendí el significado de la justicia. Sentí como todo tu silencio se rompía como un cristal contra el asfalto y el ruido se volvía inmenso. Tanto que tuve que taparme los oídos, y también los ojos. Con el correr de los días, ese sentimiento de compensación divina se fue yendo y una pena muy grande me invadió. Comencé a sentir una lástima infinita ante ese cuerpo solo, oscuro, abandonado en la calle. Comencé a lamentar cada vez más mi actitud egoísta y resentida. Como podía ser que en vez de correr a buscarte me haya quedado disfrutando, solo. Como podía ser que la mujer que había amado en silencio durante tanto tiempo estaba ahí, indefensa, perturbada, y sin embargo yo, en vez de abrazarla, la dejé ahí con su vergüenza eterna. Por eso vine hoy hasta acá. A redimir mí culpa. Pero vos, como aquella vez, no me decís nada. Ni una sola palabra se escapa, y me vuelvo a sentir el mismo idiota, el mismo loco, deforme, monologuista. Por favor Jimena, no me hagas esto otra vez, necesito un gesto, una letra al menos. Necesito otra vez algo de justicia. Vos, que sos abogada, no te guardes el derecho al silencio. Dame un poco de justicia.

Las comisuras de los labios de la doctora se abrieron. La sentencia estaba a punto de dictarse. El tiempo se hizo mucho más pequeño que lo habitual y la voz seca, monocorde fue directa al corazón de Rodolfo.

-        -  Estaba embarazada. Hasta ayer. Lo perdí. Fui madre, solo por tres meses.

Silencio total.