martes, 29 de octubre de 2013

SILENCIO COLECTIVO

"Se ríen de mí por ser diferente, yo me río de ellos por ser todos iguales" (Kurt Cobain)

Hacía tanto tiempo que no la veía. No recuerdo cuando había sido la última vez. Probablemente haya sido en la facultad, en las clases de derecho romano. Aquellas eternas noches con el profesor Lombardo. Solíamos ir a tomar algo después y discutíamos sobre política. No compartía sus ideales comunistas, pero me excitaba ver el fervor con que defendía sus ideas. Como se le fruncía el ceño y como sus carnosos labios pronunciaban palabras como “marxismo” o “proletariado”.  Siempre tuve el deseo de que pueda poner en esa boca términos como “traqueotomía” “pancreático” o “motricidad”; pero no era estudiante de medicina lamentablemente.

Tardé poco menos de quince segundos en reconocerla. La misma expresión en su cara redonda, el pelo algo más corto que en sus épocas de universitaria.  Con los ojos negros fue buscando un lugar libre. Yo rogaba porque me mirara y me reconociera pero sabía que era difícil. Después de aquel accidente, los cirujanos hicieron hasta lo imposible por acomodar cada parte de mi rostro en su lugar. Desde aquel día, sabía que cada vez que suba a un colectivo la gente trataría de no sentarse cerca de mí. Por miedo, vergüenza o por lo que sea intentaría evitarme a toda costa. No los culpo, yo haría lo mismo.

 Eligió justo sentarse en el asiento de adelante. No había cambiado de perfume. ¿Para que hacerlo? Mi corazón empezó a latir tan fuerte que retumbaba por todo el vehículo. Tuve miedo de que me delate. Rápidamente mis manos se humedecieron. Tenía que tranquilizarme, yo tampoco había cambiado mi perfume.

No tenía idea hasta donde iba ella. A mí me quedaban aproximadamente diez minutos de viaje. Paradójicamente ese día no había tráfico, ninguna calle cortada, ninguna protesta, nada. ¿Dónde estaban los comunistas cuando los necesitaba? El tiempo era más tirano que nunca y no podía dejar pasar esta oportunidad. Había estado esperando este momento por varios años. ¿Cómo hacer para que no se asustara, para que no huyera a otro lugar? Entonces se me ocurrió una idea bastante idiota pero efectiva tal vez. Podría simular un llamado telefónico de alguna de esas empresas que se empeñan en arruinarnos el día ofreciendo felicidad en paquetes. Odiaba todo ese palabrerío estúpido, sacaba lo peor mí. De todas maneras para poder dar mis datos tendría que aceptar aquella supuesta oferta e ir en contra de mis principios; esta vez el fin justificaba los medios.

-Hola
- (silencio)
- Sí, soy yo
-(silencio)
-ehh….cuanto sería el costo final?
-(silencio)
- Y tiene internet ilimitado y llamadas gratis a cualquier otro que tenga cornostar?
-(silencio)
-Bueno si, me gusta el plan, ¿Cómo tengo que hacer?  ¿Cuándo empieza?
- (silencio)
- Si, Rodolfo José Lanzetta
-(silencio)
-Veintisiete millones, tres cuatro uno, seis seis ocho.
-(silencio)
-Mostrocard
-(silencio)
 -Disculpe lo que pasa es que estoy en un colectivo, y con la inseguridad de hoy en día vió. De todas maneras tienen que tener mi número de tarjeta  porque ya venía pagando con el plan anterior.
-(silencio)
-Dale muchas gracias y disculpe, no es de paranoico pero por las dudas.
-(silencio)
-Perfecto, muchas gracias, hasta luego.

Para el momento en que había finalizado la sobre actuación, mi corazón se había desbocado y un charco rodeaba mis pies. Por un instante pensé que no iba a lograr sobrevivir a tanta emoción. Sobre todo cuando su cabeza comenzó a girar como  la tierra alrededor de su eje (como me costaba recordar si era traslación o rotación, aunque por lógica debe ser esta última) hasta llegar a los 180 grados y se detuvo, frente a mí. Toda la seguridad con la que doblaba su cuerpo para encontrarse con aquel viejo compañero de universidad se desvaneció en un segundo al verme. Debe haber sentido tal vergüenza que su corazón, cual fija un domingo, atravesaba galopando y dejando atrás todos los demás corazones presentes, incluso el mío. No había vuelta atrás. Ella había arremetido con una confianza extrema y ahora estábamos cara a cara. ¿Qué habrá pensado ella? ¿Quién es este adefesio que le robó el nombre a mi amigo? ¿Podría ese hombre realmente ser Rodolfo? ¿Por qué giré tan rápido la cabeza? ¿Acaso tanta emoción me daba volver a verlo? Entre todas estas preguntadas que creí que ella se hacía, la que más me convenció para romper el silencio fue la última. Entonces, con el temor de quien se enfrenta al verdadero amor de su vida, deslicé entre mis labios un pequeño y tímido…Jimena. Pude sentir el tremendo nudo atándose en su garganta, entonces decidí seguir con mi monólogo.

-Jime
-(silencio)
-Soy Rodo
-(silencio)
-¿Estoy distinto no?
-(silencio)
-No te preocupes, a todo el mundo le pasa cuando me ve. Ya estoy acostumbrado a ver como sus gargantas se anudan y sus bocas tiemblan.
-(silencio)
-Espero que aun así, te alegre verme. Vos siempre me decías que las apariencias aunque fueran importantes, no eran lo esencial. Sigo siendo el mismo, el que te peleaba por tus ideales revolucionarios, el amigo “conservador”.
-(silencio)
-Por favor contéstame, estoy comenzando a dudar de que vos no seas quién yo pienso. O peor, que yo no sea quien yo pienso.  
- (los nudos no daban tregua y el silencio se volvía cada vez más insoportable)
-Me estás faltando el respeto, me haces quedar como un loco hablando solo, como un psicópata. Y además es una idea fácil de asociar a mi rostro. Por favor, decime algo
-(silencio)
-(levantando considerablemente el tono de voz) Jimena, por el amor de dios, contéstame algo, me estás poniendo nervioso. (Comenzó a brotar espuma de mi boca)
-(silencio)

En ese preciso momento, la rotación lentamente ponía de vuelta a su cabeza en su lugar y dentro de mi cuerpo un volcán reventaba mis tripas; y el fuego subía hasta mi cabeza y mi boca. Toda clase de insultos se clavaban como lanzas en su cuello. Podía oler su sangre helada cayendo por su espalda. Podía sentir como el huracán de mis palabras la arrancaban de su asiento y la alejaban rápidamente de mí. Podía oír su llanto, su vergüenza, la de los seres humanos. Y pude ver como enredaba sus piernas y rodaba por las escaleras hasta dar su cara contra el pavimento. Y también pude ver como su rostro empapado de sangre y hormigón volvía a girar y tras una roja catarata sus ojos y los míos volvían a encontrarse. La nariz rota, los pómulos raspados, los dientes clavados en la calle, y una pequeña palabra que pedía permiso por su boca y sonaba en todos los rincones del mundo, y de mi corazón. RODOLFO!