lunes, 18 de enero de 2016

Los mismos lugares (Cap. III)

Tilcara era todo lo que no necesitaba en ese momento si quería reflexionar, si buscaba estar tranquilo para poder alinear las ideas. Era una especie de Sodoma norteña. Un pueblo inundado de gente. Daba la sensación de que todos llegaban hasta allá y se quedaban anclados ahí, entonces se iba llenando hasta no dar abasto. La plaza estaba completamente repleta de jóvenes enajenados. De pronto la calma del norte, de las montañas se había llenado de vicio, de cemento. Era el famoso enero tilcareño. Todos con sus botellas recortadas con vino, con fernet, con lo que fuera. No había bajado el sol y yo ya estaba dado vuelta. Se había formado una big band con dos guitarristas, un percusionista y miles de coristas que cantábamos los redondos. En ese contexto, envuelto en la furia ricotera me olvidé de todo, de los cerros de colores, de Juli, del futuro. En esa tertulia habíamos encontrado a las barriales. Me abracé a Sabri, la del tatuaje de los piojos y saltábamos juntos mientras agitábamos las manos. Me decía cosas al oído que yo no entendía bien pero me limitaba a asentir con la cabeza y con una sonrisa.  Nadie en la plaza daba tregua y mientras más tarde se hacía, mientras más caía la noche, más fuerte cantábamos. Era un descontrol que parecía controlado. Si bien había varios personajes que podían pasar los límites, la mayoría nos estábamos divirtiendo. No era necesario que aparecieran bloques de policías a pie, y otros a caballo a dispersarnos. Muy gentilmente nos invitaban a retirarnos a nuestras cuchas. Si algún perro se ponía mañero, la gentileza le daba paso a los macanazos, que aumentaban la fuerza de acuerdo al retobe del animal. Es probable que yo fuera el más miedoso de toda la jauría. Sin chistar nos corrimos de la plaza mientras veíamos como maltrataban a los más corajudos. Como golpeaban sus lomos, como tiraban sus botellas y su alegría a la basura.

Nos fuimos con las barriales y algunos más hasta una plaza más pequeña y alejada a seguir la fiesta. Sabrina nos comentó que la noche anterior había menos gente pero que la policía también los había echado de la plaza principal. Parecía que estábamos en estado de sitio, era realmente triste ver como nos dispersaban como si fuéramos terroristas a punto de provocar el caos. Nos volvieron a encontrar, y esta vez, con una amabilidad mentirosa nos invitaron nuevamente a retirarnos. Uno de nuestros nuevos amigos sugirió una peña de folclore donde había vino, baile y no entraban las tortugas ni los caballos. A bailar zamba y carnavalito fuimos.

No duré mucho en la pista. A los veinte minutos de haber entrado a la peña todo el vino y el miedo anterior me subieron y solo logré contenerme hasta la puerta. Como pude, fui hasta la vereda y empecé a vomitar sin parar. Me salpiqué las piernas enteras. Alguien me sostuvo para que no me cayera y puso su mano en mi frente. Yo no paraba de vomitar. Escuchaba la voz de una mujer que me hablaba, que me pedía que fuéramos para adentro. Mi cuerpo solo temblaba, ella insistía en que era peligroso estar ahí en la calle en ese estado. Cuando le di un respiro al estómago, me agarró fuerte de los brazos y me llevó hasta la peña. Adentro la música y los gritos me revolvieron nuevamente. Me arrastró hasta el baño. Ahí las voces se duplicaron, ahora eran un hombre y una mujer discutiendo sobre mi deplorable estado. El hombre le decía a la chica que me llevaran afuera a tomar aire a lo que ella le replicaba que era peligroso por los policías que andaban dando vueltas por todo el pueblo. Finalmente, me sentaron en un pequeño patio que había al fondo de la casa y me trajeron una botella de agua. Me dormí apoyado sobre una maceta mientras los demás bailaban, divertidos, vivos.

                                                              *   *   *

-        -  Como estabas ayer hermano. Hace rato que no te veía así. Mirá lo que es tu cara, estas hecho mierda. – Además de tener un elefante encima me tenía que bancar a Lucho que me hablaba como una tía vieja. – Te pasaste anoche, era triste la escena. Vos vomitando y la mina está que te quiere coger hace rato sosteniéndote. Era patético. Te limpiaba como si fueras un bebé, como si fueras su hijo. Si todavía te tiene ganas es un milagro.
-         - ¿Qué pasó ayer? ¿De qué mina me hablas?
-          -Sabrina. Pobre piba, te limpió, te llevó de acá para allá, y te trajo conmigo hasta la carpa.
-          -Que desastre, pobre Sabri. ¿Y los demás?
-          -Robert se había ido temprano y el Panza se fue con una mina.
-          -¿Y ahora dónde están?
-          -El Panza no volvió todavía, ni idea donde se metió. Y Robert está en el cyber. Yo si fueras vos también iría, Romi no es boluda.

Tenía razón, ya habían pasado varios días. Era el momento de reportarse antes de que todo se vaya a la mierda.

Coco, ¿qué onda? Yo entiendo que estas viajando con tus amigos y no es mi intención joderte tanto con los mails, pero tampoco la pavada ¿no? Hace varios días que no me mandas nada, ni siquiera me contestaste el mail que te mandé hace unos días. ¿Te pasa algo? Si es así me gustaría que me lo digas, pero está incertidumbre me está matando. Prefiero que me digas que no me extrañas, que no me amas más, pero por favor decime algo aunque sea. Me estoy volviendo loca, encima la estoy jodiendo a Belu y tampoco se merecen ni ella ni Lucho que yo les rompa las bolas preguntando por vos. No sé, quizás te parece exagerado lo que digo pero la verdad es que no te la puedo caretear. Ya no sé que pensar. No puedo disfrutar mis vacaciones sin saber nada de vos, de lo que te pasa, de como estas. Te pido de corazón que me contestes algo, que me digas la verdad, y te pido perdón si te parezco muy pesada.

Espero que la estés pasando muy bien.
Te mando un beso enorme

Te amo, Romi.

Era el segundo de los mails que me había mandado desde aquel último que había leído en Salta. Era un baño de realidad, un balde de agua helada cayendo por todo mi cuerpo en el sopor del calor tilcareño. Podía sentir la desesperación en cada palabra, y la tristeza en todo lo que no se había animado a decir. Podía verla llorando en silencio frente al teclado, con los ojos húmedos, con las lágrimas bajando lentas, metiéndose saladas entre sus labios temblorosos. En el reflejo del monitor vi mi cara, seca, sin llanto. Era una imagen triste de mí. No había espejos en los campings, en las montañas, en los vicios. Recién ahora me podía ver después de varios días, en el rincón de una computadora.

Hice y deshice el mensaje varias veces. Al final terminé dejando varias puertas abiertas a lo que ella pueda o quiera entender o decodificar de una respuesta tan mentirosa como verdadera.

Romi, ¿Cómo estas?
Antes que nada, te pido perdón por haber tardado en responderte, no era mi intención joderte ni mucho menos. La verdad es que no hay una causa por la cual no te respondí antes. O quizás sí. Quizás no sabía bien que decirte y podía parecer medio forzado. Por otro lado entiendo que no me costaba nada reportarme. Además tenes razón en que ni Belu ni Lucho tienen que hacerse cargo de nuestra comunicación.
Te voy a ser sincero. Quizás es que estoy en mi primer viaje con amigos y la cabeza se me está abriendo a muchas cosas nuevas, pero la verdad es que no sentía una necesidad de responderte. No es que no te extrañe, de hecho pienso mucho en vos, pero acá estoy un poco en la mía y creo que está bueno que sea así, no sé, puede parecer raro pero es lo que siento. Está todo bien Romi, pero prefiero disfrutarlo así y después contarte todo cuando nos veamos. Por otro lado también me gustaría que vos disfrutes de tu viaje, de tus amigas y que no te preocupes por mí. Ya vamos a tener tiempo para estar juntos y contarnos todo linda. Ahora pasala increíble los últimos días y no te enrosques mi amor que está todo bien.

Te mando un beso grande!
Te quiero
Coco

Mostré la ambigüedad del cagón. Me hice el reflexivo, el hombre libre para no admitir que me tenía agarrado de las pelotas la primer mujer que se me cruzó en mi mambo norteño socialista. Lo releí una vez mandado y me sentí mal. Me puse a escribir otro donde confesaba todo pero no me animé a enviarlo. Mejor era esperar. Para los cagones siempre es mejor esperar.

                                                                          *   *   *

La caminata hasta la garganta del diablo la padecimos. El calor quebraba la tierra y las ganas, pero eran vacaciones, era Tilcara, y era un paseo obligado. Después de caminar errantes durante dos horas por el desierto montañoso llegamos a la cascada que se erguía como un oasis. Decenas de cabecitas buscaban su bendición, su bautismo. Era sanadora. Era la diosa agua, que apagó el fósforo que yo tenía por cerebro.

Ya frescos y a la sombra de una cueva que había quedado vacante sacamos las latas de paté, el pan y un paquete de papas fritas descolorido. Teníamos agua fresca que habíamos llevado en los termos de mate.

-          -Che coco, nunca contaste como fue que terminaste con Juli esa noche en Salta.
-          -¿Qué querés que te cuente Robert?
-          -Que nos cuentes que pasó, como te enganchaste tanto. Si te la cogiste ahí nomás.
-          -¿Para qué querés saber?
-          -Porque somos tus amigos chabón. Quiero saber, ¿tanto te jode?
-          -A mí no. Pero me parece que a alguno sí.

Robert no estaba muy al tanto de lo que me pasaba. A él le servía que yo esté con Juli, le hacía la segunda con Andre. No tenía idea si me arrepentía de esto, si estaba hablando con Romi, si a Lucho le jodía. Y era claro que le jodía. Y yo con mi gran bocota se lo tuve que refregar.

-          -Si lo decís por mí, contá lo que quieras. Ya sabes lo que pienso. Sos libre de hacer lo que se te cante el culo, y quédate tranquilo que no voy a decir nada.

Lucho seguía decididamente ofendido. Yo no tenía idea de su excesiva moral, y de a poco ya me empezaba a cansar. Por suerte para mí, para la tarde, para la anécdota, se levantó y se fue a caminar por ahí. No atiné a frenarlo ni mucho menos. En cambio, empecé con el relato.

-         - Bueno, ahora que se fue la madre teresa les cuento si quieren. Estábamos en el bar ahí en la Balcarce. Cuando El Panza y Lucho se fueron para el boliche con las otras minas, yo me quedé con vos, las rosarinas y los dos locos que conocimos en Cafayate. Los que tenían la banda de reagge. Ahí ya estábamos hablando con Juli, y con uno de los pibes. Cuestión es que se empezaron a ir todos a la mierda, y nos quedamos nosotros tres en la mesa. La charla estaba muy interesante, nos estábamos cagando de la risa. De entrada me pareció muy copada ella, pero la verdad es que yo no pensaba en hacer nada. Solo quería pasar un buen rato, conocer gente nueva; en fin, la cosa es que en un momento Juli se levanta para ir al baño. Ahí el loco me pregunta que onda con ella, yo le contesto que nada, y el insiste y me dice que es obvio que ella está caliente conmigo, que se nota, por como me mira, como se ríe. Y que además sino se fue con las amigas por algo era.  Yo le digo que quizás era por él y no por mí, aunque en el fondo sabía que no era así.  Me pregunta si yo quería que se vaya y nos dejara solos. Le digo que me daba lo mismo, que igual no tenía pensado hacer nada. Se ve que mucho no le importó lo que le respondí porque se fue igual diciendo que estaba de más ahí, que la mina había hecho todo el acting del baño para que se de esta charla entre nosotros. Le pedí entonces que si era así que se quede porque no quería quedar como un boludo. Pero ya era tarde, me saludó, dejó unos buenos mangos y se fue. Al toque llegó Juli, preguntando sorprendida por el chabón, o actuando la sorpresa, como si hubiera estado armado entre ellos, tácitamente. Ni idea que le dije pero nos pedimos otra birra y seguimos hablando como sí nada, con total naturalidad. Como si nos conociéramos hace muchos años. Nos cagábamos de la risa, en ningún momento hubo silencios incómodos ni nada. Seguimos hablando y tomando hasta que se nos acabó la guita y ya estábamos bastante borrachos. Ahí me invitó a fumar un porro a algún lugar. Ya estaba amaneciendo. Como en las dos plazas por las que pasamos había un par de policías fuimos hasta la puerta de su hostel y nos sentamos en el umbral a fumar y seguir hablando. Y bueno terminamos a los besos ahí, un rato más, hasta que se fue a dormir.
-         - ¿Pero no te la cogiste entonces?
-          -Esa vez no. No sé porque. Me dijo que quería irse a dormir, que estaba cansada, y que sé yo, tampoco me daba para insistirle. Además, yo sabía que me estaba mandando una cagada. Tenía un poco el freno de mano puesto.
-          -¿Y ahora qué pensas hacer con todo esto?
-          -No tengo la menor idea Robert, tengo un quilombo en la cabeza. La última vez que hablamos, en Purmamarca, se le dio por hacerme planteos. La mina está enganchada boludo, en serio.
-          -¿Y vos?
-          -Y…un poco también. Bastante creo.
-          -Suerte papá. Disfrutá estos días entonces que después se te viene la noche.
-          -Gracias por la onda, sos un amor, la puta madre.

Nos quedamos callados, un rato. Me sentía cansado, por la caminata, por la anécdota, y sobre todo por pensar en lo que se venía. Metí la cabeza por última vez en el pequeño río que se desprendía de la catarata. Cuando volvió Lucho no hubo que decir nada para entender que era la hora de volver, en silencio para el pueblo. Durante la caminata no abrí la boca, puse mi mente en una especie de limbo y escuchaba casi sin pensar las pocas palabras que se decían Robert y el Panza. Nada trascendental, solo algunos intentos vanos de cortar la incómoda atmósfera entre Lucho y yo.

Cuando llegamos al camping me metí en la carpa a intentar leer un poco pero fue inútil. No quería hablar con nadie, no quería comer, ni tomar mate, ni fumar, ni mucho menos tocar la guitarra; por eso rechacé amablemente la invitación de Robert. Quería estar solo, encerrado. Quería estar conmigo. Traté de poner la cabeza en otras cosas. Me puse a pensar en mi primera noviecita de la infancia, en las vergüenzas que pasábamos juntos, en la vez que nos tomamos la mano y como me corrió la cara cuando intenté darle un beso en la boca. Me acuerdo como si fuera hoy con la naturalidad con que me esquivó y siguió hablando de otra cosa. Unas cuadras más tarde volví al ataque, y nuevamente la gambeta. No me importaba, podíamos caminar mil cuadras, podía intentar mil veces, teníamos todo el tiempo por delante. Finalmente, cuando ya nos habíamos alejado lo suficiente para que ningún adulto distraído nos viera, me regaló su boca, sus pequeños y rosados labios finitos. Fue un beso corto, casi impalpable, pero fue el primero, fue el que inauguro todos los demás besos que se vendrían. Fue un noviazgo fugaz, pero no porque nos hubiéramos desencantado, sino porque su padre había sido llamado para trabajar en otro país. Ella siempre lo supo, pero no me lo dijo hasta el día anterior al viaje. Lloré como un chico, como lo que era, pero solo. No quería que nadie me viera llorar por una chica. Me sentí engañado. El primer engaño, el inaugural. Muchos años después nos volvimos a cruzar en un cumpleaños, ya crecidos, ya engañados y desencantados por otros amores. Ella intentó besarme, y le corrí la boca. Yo estaba de novio, con Romi. Y no pensaba engañarla.

                                                                           *   *   *


Faltaban cuarenta minutos para que saliera el bondi. Ya no aguantaba más Tilcara, su resaca, su plaza llena de vicios, sus policías, su calor.  Me prometí volver otro año para amigarme, pero ahí, ese día, odié Tilcara. Lo más triste fue que ni siquiera me había cruzado con Juli. 

lunes, 11 de enero de 2016

Los mismos lugares (Cap. II)

La luna de miel duró un día y una noche más. Después nosotros dejamos Cachi para volver a Salta y ellas decidieron quedarse. Nos despedimos tímidos, y sabiendo que la ruta nos iba a cruzar otra vez, que no hacía falta planear ninguna estrategia porque la atracción y la poca originalidad nos iba a volver a juntar tarde o temprano en algún otro pueblito perdido por ahí.

Llegamos a Salta con la idea de dormir en algún hostel barato y al otro día salir temprano para purmamarca. Encontramos un cuarto para cuatro casi regalado en el centro de la ciudad. A dos cuadras había un cyber. No tenía intención de leer nada y menos de mandar algo, no sabría que decir, no quería mentir, así que me quedé descansando con Robert mientras los otros dos se reportaban. Cuando volvieron, Lucho, que estaba de novio con una amiga de Romi me encaró.

-          - Mirá loco, toda esta situación me pone un poco nervioso. Esto de ser tu cómplice y de hacerme el boludo con Belu no me gusta nada. Recién en el mail que le mandé le dije que los dos las extrañábamos mucho, que hablábamos de ellas, que nos encantaría que estuvieran acá con nosotros y toda una sarta de estupideces románticas que son mentira. ¿Qué pasa si se enteran de todo esto? De rebote la voy a ligar yo que no tengo nada que ver solo porque a vos te pintó jugar a la parejita de hippies por los caminos del norte. Además yo a Romi la quiero y no me parece bien que le hagas esto. No quiero ponerme en moralista pero soy tu amigo y no me puedo guardar lo que pienso. Por lo menos andá y hablá con ella, de lo que quieras, pero mentile vos.

Lucho tenía razón. No podía meterlo en el medio, tampoco se lo había pedido pero entendía lo que me decía. Entendía su incomodidad. Se lo hice saber, le pedí perdón si le había hecho sentir mal por algo y me fui al cyber. 

Lindo: ¿Cómo estas mi amor? Seguro que re bien. Yo la verdad que también. La estamos pasando bárbaro, el lugar está buenísimo y las playas son espectaculares. Con las chicas todo perfecto. Mucho mejor de lo que me esperaba la convivencia. Ayer fuimos a una cascada con unos cordobeses que conocimos. Son copados aunque tienen otra onda. Me acordé mucho de vos ahí, seguro te encantaría el lugar, serías feliz acá. Y yo también si vos estuvieras!! La verdad es que te extraño muchísimo. No pensé que iba a ser tan difícil, pero cada cosa que hago, o lugar que vamos pienso que sería genial que estuvieras ahí conmigo. Pero por otro lado me pone contenta estar acá con mis amigas, y que vos estes haciendo el viaje que tanto querías. Contame un poco como la están pasando. ¿Por dónde andan? ¿Cómo son los lugares? Te extraño mucho, tengo muchas ganas de verte! Igual no pensemos en eso y disfrutemos los días que nos quedan.
Te mando muchos besos, te amo!
Romi

Me sentí un poco mal después de leer el mail, no lo puedo negar, pero también sabía que cuando me volviera a cruzar con Juli volveríamos a estar juntos. No podía cargar con la culpa. Por otro lado no tenía la menor idea de que responderle, no quería mentirle pero tampoco tirarle toda la verdad en un mail y cagarle sus vacaciones. Ella no se lo merecía.  Era mucha información para procesar así que decidí irme sin contestarle. Mañana sería otro día y podía volver antes de irnos para purmamarca.

Esa noche el Panza era el único que quería salir. Como yo le debía una y además necesitaba despejarme le hice la segunda y nos fuimos para la Balcarce, donde noches atrás había empezado mi periplo con Juli. Como era un día de semana había poca gente, la mayoría mochileros como nosotros. Nos sentamos en uno de los bares y nos pedimos una cerveza. Charlamos un rato de mi situación, siempre bajo el pragmatismo de mi amigo que me convenía. Después el Panza invitó a unas minas a la mesa. Eran tucumanas y estaban de viaje de egresados. Estaban muy exaltadas y no paraban de hablar ni reírse. Estallaban con cada comentario del Panza que estaba bastante afilado. Tenían bastante más plata que nosotros y mucho aguante. La mesa se fue poblando de botellas. Se nos sumó un amigo salteño que había conocido a las chicas hace unos días. Tenía más plata y más aguante. Invitó varias cervezas más. Tengo que admitir que la salida superaba bastante mis expectativas. Había salido con unos mangos en el bolsillo y ahora estaba borracho cantando zamba a los abrazos con un salteño. Nos sugirió seguir la cantinela en un karaoke que estaba a la vuelta. Yo siempre los odié pero en ese momento me pareció una idea genial así que nos fuimos hasta allá los seis. El lugar estaba completamente vacío salvo por el tipo que lo manejaba. Los primeros en pasar fueron el Panza y el salteño que a esa altura eran como gemelos separados al nacer. Después pasó una de las chicas alentadas por las amigas que no paraban de elogiar su voz hasta hacerle creer a la pobre que cantaba bien. La despedimos con una ovación de pie y ella hizo reverencias. Mi turno no tardó en llegar. Me subí al improvisado escenario y desplegué todo mi conocimiento de Alcides. Recibí menos aplausos de los que merecía. El salteño, bastante más rápido que el porteño ya estaba con una de las tucumanas en un rincón del tugurio. El Panza abrazaba a otra mientras no paraba de hablarle. La que quedaba fue la única que valoró mi actuación. Era la más callada de las tres pero ni bien bajé se me sentó al lado y empezó a hacerme preguntas. Yo estaba completamente borracho y le respondía como podía. Cuando me quise dar cuenta la tenía encima y me abrazaba. Esquivé algunos de sus besos. Definitivamente no quería tenerla arriba mío y menos besarla. Le pedí por favor que se bajara. Ella no entendía nada. Le comenté que no tenía nada que ver con ella, que de hecho era muy linda y simpática pero que no podía hacer nada porque estaba de novio. Ella insistía, como si me conociera, pero yo no daba tregua. Yo no quería ser infiel, y no lo era. Con Juli era diferente. Por suerte termino desistiendo y alejándose no sin antes escupir todas las maneras posibles de decirle a alguien que es un cagón. Fue a buscar a una de sus amigas, la que estaba con el Panza. La situación era patética, y todo gracias a mí. El tipo del lugar seguía manejando la consola pasando canciones con la letra que ahora se dibujaba en la espalda de la chica que yo había rechazado, y que estaba reunida con el Panza y su flamante enamorada tratando de llegar a un trato justo para los tres. Desde el baño venían los ruidos de la puerta que golpeaban los cuerpos del salteño y la chica restante. Yo estaba sentado con los brazos caídos y la pera pegada al pecho. Era por escándalo el menos atractivo de los siete. Junté fuerzas y decidí escaparme sin decir nada. Escuché un grito mientras cruzaba la puerta pero seguí mi camino.

Me alivió despertarme y ver que la cama del Panza estaba impoluta. Yo sabía que era capaz de convencer a la amiga.  Esta vez fui el último en levantarme. Hubiera seguido durmiendo de no ser porque Lucho no paraba de putear.

-          - Dale pelotudo, levántate que nos tenemos que ir o nos van a cobrar un día más. El chabón está muy pesado con el horario ¿Dónde mierda se metió este hijo de puta?

Era claro que Lucho seguía caliente conmigo. Me parecía muy exagerado de su parte pero no quería darle más motivos así que con la resaca a cuestas me levanté y en quince minutos tuve todo listo para irnos. Que gran ciudad pensé sentado en el cordón de la calle mientras cargaba energías con el sol de la mañana. Me olvidé por completo del cyber y de Romi.

                                                                      
                                                                          *    *   *

Todos los colores que había en las montañas. Eran mucho más que siete. Fue amor a primera vista. Hace diez días que estaba viajando y ya era la segunda vez que me enamoraba. Me imaginé viviendo ahí con mis hijitos, con mi guitarra, con mi mujer, no sé bien cual, pero con alguna; levantándome cada mañana con los cerros, los pájaros, la feria. Cuando se nos inundó la carpa la primera noche me propuse meditarlo mejor.

Purmamarca era la vedette, unos de los platos fuertes de todo el norte. El camping estaba repleto de pibes como nosotros. Ni una sola familia. Lo divertido esta vez era mirar como todos los grupos eran iguales con algunas pequeñas diferencias. Se podían contar una guitarra cada cuatro personas, una quena cada diez, una remera de los redondos cada siete, un equipo de mate cada tres, un abrelatas cada seis, una linterna cada ocho, un porro prendido cada cinco minutos, treinta y cuatro cigarrillos consumiéndose todo el tiempo y nueve personas escapándose por hora de las garras de la señora que cobraba. Una gran familia de borrachos, músicos amateurs y cocineros optimistas.

Me dormí temprano. Necesitaba recuperar horas de sueño, y además quería aprovechar la mañana para caminar un rato solo, y de una vez por todas empezar el libro que me había llevado. Llegué hasta uno de los cerros que se escalaban fácilmente. Me preparé el mate y abrí El guardián entre el centeno. Después de intentar leer la primera página tres veces, desistí y lo guardé en mi morral. Mi cabeza no estaba apta para empatizarse con otra historia.

¿Por qué sentía una imperiosa necesidad de cambio? No entendía lo que me estaba pasando. Yo era feliz. Tanto como se puede, pero lo era. ¿Por qué entonces querer cambiar? ¿Por qué patear el tablero y sacudir la comodidad? Para sentirme vivo quizás, para mantenerme en movimiento en una vida que no para si no queres que pare, pero que si te quedas ahí, quieto, se queda quietita a tu lado. El que no frena es el tiempo, pero la vida si, puede quedarse anclada a tu cuerpo, y te quedas mirando como las cosas mutan, las personas crecen, odian y aman; pero vos seguís en el mismo lugar, con menos tiempo por delante, pero con la misma vida, aburrida, estática. Con una felicidad acotada, que de a poco se vuele tedio. Y el cambio, ¿Qué es lo que garantiza? ¿Felicidad acaso? No. Pero nos asegura movimiento, y ahí encontramos más posibilidades de ser feliz. Y también de sufrir. Pero de todos los tipos de sufrimientos, éste, el activo, es el menos doloroso.

Volví al camping para estar un rato con mis amigos. Tantas cosas habían pasado esos últimos días que mi cabeza se había olvidado que estaba viajando lejos de casa con tres grandes amigos. Necesitaba su calor. Su olor. Compramos fiambre, pan y soda y nos fuimos a la plaza con las guitarras. Nos pasamos la tarde empachándonos de historias viejas, riéndonos como chicos, sin parar, con los pómulos doloridos. La panzada de la amistad, que había olvidado estos días y que era un bálsamo para mis neuronas. De pronto se había hecho de noche, y las risotadas seguían. Ya no importaban la comida, ni el frío que había bajado, ni Romi, ni Juli, ni el tiempo, ni la quietud, ni el sufrimiento y la felicidad. Las canciones se sucedían como las botellas, los porros, los cigarrillos y las nuevas amistades. La plaza estaba llena de vida. Habían llegado “las barriales” también y nos abrazábamos como amigos de toda la vida. Eso pasa en los viajes. Todo sucede a otra velocidad, mucho más rápida. Los amores, las amistades, las peleas, las reconciliaciones. Antes de volver para el camping después de agotar nuestras gargantas, arreglamos con las barriales para ir temprano al día siguiente para el salar. Ellas paraban en el camping de atrás de la iglesia.

Bajamos de la combi apunados. Durante el viaje, la altura pasó los 4000 metros, y la sensación en el cuerpo era nueva, ajena, como un estado límbico, de mareo y ensueño. Casi anestésico. El salar era un gran desierto blanco y gris por la lluvia.  El sol rebotaba en la sal pálida y castigaba los ojos de aquellos que nunca pensamos en llevar anteojos negros. Así y todo, apunados y casi ciegos, el lugar nos pareció increíble. De repente parecía que el mundo se había terminado ahí. Como si se hubiera quedado sin material, sin montañas. Había una parte sin pintar para que cada uno la llene como quiera, o pueda.

La idea era irnos esa misma tarde para Tilcara, pero como nadie nos apuraba y estábamos muy bien en Purmamarca decidimos quedarnos una noche más. Además, había grandes chances de que Juli y las amigas se aparecieran. Robert y yo no pensábamos movernos del colorido pueblo.
Cada contingente nuevo que aparecía por la plaza aumentaba nuestra ansiedad. Podrían camuflarse perfectamente entre los balis, los abrigos de llamas y las rastas. Las buscamos por todos lados, pero nunca aparecieron. Se habían hecho desear, y habría que esperar hasta la mañana siguiente a las nuevas masas de jóvenes para ver si entre ellas, se asomaban Poli, Andre y Juli. Me fui a dormir temprano para que amanezca más rápido.

Cada vez que la volvía a cruzar me invadía una timidez extraña. Las primeras horas me sentía una carga para ella. Pensaba que quizás había tardado varios días en ir para Purmamarca con el único objetivo de no cruzarme, y que al verme se sentiría agobiada. También pensaba que si me veía ahí, todavía en el mismo lugar luego de varios días, iba a suponer que era pura y exclusivamente por ella. Lo único que me aliviaba era que pensara que también lo hacíamos por Robert y Andrea. Eran un gran escudo contra mi inseguridad.

Intenté disimular la emoción lo más que pude cuando nos las cruzamos. Robert y Andrea en cambio se abrazaban y besaban como si se hubieran vuelto a ver después de veinte años. La impunidad que les daba la soltería. Ya estaban agarrados de la mano recorriendo la plaza mientras yo intentaba pasar al menos un minuto por reloj sin mirar a Juli para que no se espantara. Me había construido en mi imaginario a una chica tan frágil, tan perfecta que se partiría al primer golpe con la realidad; cuando no cabía ninguna duda de que el único que se podía romper si lo soplaban era yo.

Las acompañamos hasta el camping y nos fuimos a buscar algo para comer mientras ellas se acomodaban. A la media hora aparecieron con todo a cuestas. A Poli no le gustó mucho el lugar ni el ambiente y prefirieron mudarse atrás de la iglesia, a dónde habían parado las barriales. La entendí, no quería perder a sus amigas el tiempo completo. Era un buen indicio en el fondo. Poli era insoportable, orgullosa, gritona e histérica. Pero era totalmente transparente, directa. Decía lo que pensaba sin ningún tipo de filtros. Y eso, me facilitaba el camino muchas veces. El alegato textual de ella para no quedarse en el camping había sido que “además de estar lleno de rastas sucios con la guitarrita, mis amigas se la iban a pasar garchando con ustedes y yo me iba a quedar sola  cagada de embole”. Gracias Poli.
 
Después de los lomitos encaramos los siete para las montañas que están en frente del pueblo. Las que tienen menos prensa. Las que tienen menos colores. Pero las mejores para ir si se quiere ver a Purmamarca en su esplendor. Desde arriba se pueden ver los famosos cerros de colores envolviendo el caserío, y más atrás una gran cadena de montañas con distintos tonos de verde. El grupo estaba sólido. Hasta Lucho parecía ya haber olvidado el conflicto moral que le traía el flamante amorío entre Juli y yo. Y Poli, que a la primera impresión daban ganas de tirarla por el precipicio, ahora, con los mismos tipos de comentario, nos hacía reir a todos. Y hacía un gran dúo con el Panza. Era la única que lo ponía en vergüenza. Los dos se potenciaban recíprocamente y todos salíamos ganadores de ese duelo.
La tarde pasó entre porros, música y un monólogo de Poli bajo los efectos de la marihuana que se basó en un estudio sociológico de las diferentes clases sociales, drogas y el camino inexorable que nos tocaría en la vida. Todas ideas que nos erizarían la piel en la boca de algún mandatario, pero que en la inocente voz de esa chica nos hacía estallar a carcajadas. De pronto apareció la noche, y sin que nos diéramos cuentas las pocas luces del pueblo se empezaron a hacer notar desde arriba. También las estrellas.  Estábamos bastante alto para hacernos los guapos, y bastante fumados para mantener la cordura. La montaña ya era negra de por sí. La paranoia se empezó adueñar de todo. ¿Por dónde habíamos subido? ¿Tendríamos que pasar la noche ahí muertos de frío? ¿Acaso era ese el destino inexorable del que hablaba Poli?

Después de elaborar y discutir algunas teorías que rozaban lo ridículo, por fin Lucho tomó la posta del grupo y con su celular cual faro en la oscuridad nos fue guiando por un pequeño camino. Nadie sabía con seguridad si era el mismo por el que habíamos subido, pero todos lo tomamos con una decisión irrevocable. Dimos varias vueltas, frenamos otras tantas veces para certificar que el precipicio no nos agarrara desprevenidos. El norte está lleno de precipicios. Me gusta andar entre ellos, me hace sentir más vivo. Cuando la muerte está a un paso de nuestro cuerpo, estamos más vivos que de costumbre. El problema es cuando se hace de noche. Ahí la adrenalina y el vértigo le ceden su lugar al miedo. Y con miedo, uno se vuelve mucho más torpe, así que hay que tener mucho cuidado,  caminar lento, paso a paso, y siempre atrás de Lucho y su faro. Tardamos cuatro veces más en bajar que en subir, pero llegamos. Desafiamos a la física, y a la muerte.

Ya sanos y salvos, la idea era encarar para el camping de las chicas y preparar un buen asado. Siempre que la tarde resaltara por encima de las demás, había que culminar el día con algún pedazo de carne en la parrilla y muchas cervezas y vino. Sobraban los motivos después de haber bajado a oscuras.
Toda esa aventura me armó de valor, de amor, de ganas de vivir. La agarré de la mano a Juli y la invité a sentarse al costado de la ruta, los dos apoyados sobre las barandas. No les avisé a los demás. Simplemente nos quedamos atrás, y cuando se dieron cuenta ya estaban lejos.

-          - ¿Qué cagaso no?
-          - Si, puede ser. Igual fue divertido.
-          - Más o menos, yo soy bastante cagón con estas cosas.
-          - El chico de ciudad.
-          - Nada que ver, no es por eso. Me parecía medio cualquiera bajar de noche fumados de una montaña que no conocemos. Además, ni que fueras de un pueblito vos.
-          - Te estoy jodiendo boludo. No te pongas así. ¿Siempre sos tan serio?
-          - No. – La abracé. Ella me miró, sonrío y apoyó su cabeza en mi hombro.
-          - ¿Qué lindo lugar no?
-          - Sí, es tremendo. Todos los lugares me gustaron, pero este pueblo me partió la cabeza - Sabía que todo ese idilio, esos días de verano se iban a terminar pero mientras había decidido que tenía que disfrutarlos. El cuerpo ya estaba en el barro.
-          - ¿Te puedo hacer una pregunta?- De repente despegó su cara de mi cuerpo.
-          - Si, decime. 
-          - ¿Qué va a pasar con todo esto?
-          - ¿Con qué?
-          - No te hagas el boludo. Digo, ahora todo muy lindo, bajamos de la mano las montañas, está todo bien. Pero después, cuando se termine el viaje y vos te vuelvas a buenos aires y yo a rosario. ¿Qué va a pasar?

Era una pregunta que estaba tratando de evitar hasta el final del viaje. No quería arruinar los últimos días. Tampoco sabía que contestar. Por donde elaborar una respuesta para dejarla tranquila al menos hasta que todo esto se termine, y poder pensar mejor en mi casa, en mi aburrida ciudad, con una pareja que por más lejos que estuviera, era una gran mujer, una gran novia.

-         -  Te soy sincero. No sé. Me sorprendiste con tu pregunta. No me la esperaba.
-          - ¿Y no pensabas hablar de esto? ¿Te ibas a seguir haciendo el boludo hasta que cada uno se vaya para su lado? Te sale bien hacerte el boludo.
-          - Pero no es eso. Simplemente es que no sé que contestarte, no sé que hacer. No esperaba que pase esto. Yo vine con tres amigos a pasarla bien, a viajar un poco, y ahora estoy acá hasta las manos con vos que te conozco hace una semana, y me preguntas esto y no tengo idea que decir. No me puse a pensar en eso.
-          - Tu idea era seguir así una semana más, después cada uno a su ciudad, vos con tu noviecita, y yo sola como una pelotuda extrañándote. Bien, te felicito, sos todo un hombre.
-          - No, por favor, no me digas eso. Sabes que no va a ser así. Además, es más jodido para mi que tengo que ver que hago con mi novia. No es fácil mi situación, entendeme.
-          - ¿Qué te entienda? Nadie te obligó a nada. Si vos estuviste conmigo es porque quisiste. Hacete cargo flaco. La verdad sos un cagón al final. Te la jugas de poeta pero cuando hay que ponerlos sobre la mesa te quedas sin palabras, sin poesía. Mejor vamos, a ver si los chicos necesitan ayuda con algo.


Ayuda. Nunca la había necesitado tanto. Realmente no sabía que hacer. No podía acomodar en mi cabeza todo ese vendaval de cosas, de emociones de una semana a otra. Por eso prefería reprimir los pensamientos. Yo no sé si era un cagón como ella me decía, o si era honesto con el momento. ¿Acaso no era preferible pasarla bien la semana que quedaba y después ver que podría llegar a pasar? ¿Por qué tener que plantear esto ahora? ¿Cuál era la necesidad? Volvimos uno al lado del otro pero la sentía más lejos que nunca. Ella miraba para adelante y caminaba con un paso firme como queriendo esconder lo que sentía, la bronca, la tristeza. Yo miraba para abajo y caminaba en zigzag, queriendo demostrar que todo esto me preocupaba, que me sacaba del eje. Fue el segundo asado seguido que la pasé como el culo. 

martes, 5 de enero de 2016

Los mismos lugares (Capítulo I)

Me senté con el Panza y le pedí la ventana. No tuvo problema. El Panza nunca tenía problemas con nada ni con nadie. Eso lo convertía en una de las personas más agradables para convivir, para viajar, hablar, emborracharse, fumar, lo que sea. Era el mejor compañero que uno podía tener. Además era el más divertido, un imán en los fogones.

Las primeras tres horas, mientras subíamos y los oídos se tapaban no abrí la boca. Me quedé inmóvil con la frente contra la ventana y la mirada lejos, quieta, en pausa; escuchando las canciones que se sucedían en el mp3. De los Stones a Me darás mil hijos pasando por Los Redondos y alguna canción colada de Ismael serrano. Una jungla de música que viajaba por mi cabeza. Era la única persona despierta en todo el bondi además del chofer. De repente las montañas, los caminos y las flores habían desaparecido. Atravesábamos las nubes y el bondi se frenó. Pensé que se había perdido. Nos hizo bajar a todos alegando que no se animaba a manejar el resto del camino. Se venían horas movidas.

Nos subimos a otro colectivo, mucho más viejo y más pequeño que daba la sensación que a la primera piedra se desarmaría en mil pedazos. Solo un temerario podría dormirse. Me volví a sentar con el Panza. Está vez le dejé la ventana. El mp3 había agotado su batería. El bondi cruzaba a los saltos los precipicios. Tengo que admitir que empezaba a sentir miedo, vértigo, y bastante más culpa que la mañana anterior. ¿Y si se caía? ¿Y si nos moríamos todos ahí, en el medio de las montañas? El Panza leía como si nada. No aguante más.

-       -   Che panza, tengo que contarte algo.
-        -  Si, ¿qué pasa?
-         - Me mandé una cagada.
-          -¿Qué pasó Coquito?
-        -  La cagué a Romi. Viste las minas que conocimos el otro día en Salta.
-         - ¿Las rosarinas?
-          -Si, esas. Me quedé hablando toda la noche con una, la morocha petisa. La verdad es que empezamos a hablar, todo bien, sin pensar en nada raro y terminamos en la puerta de su hostel a los besos. Lo más raro es que en el momento no me importó, me dejé llevar. Recién ahora me cae la ficha. Me siento para la mierda boludo.
-          -¿Cuál es? ¿La que se parece a la hermana del sapo?
-          -No, esa estuvo con Robert creo. La otra, la petisa tetona. Juli.
-          -Ah sí, ya sé cuál es. Esta buena. Bien ahí.
-          -Ya sé que está buena panza, pero la cosa es que la cagué a Romi.
-          -Sí, sí. Bueno tranquilo amigo, ya está ya lo hiciste. No te que hagas la cabeza. No lo vuelvas a hacer y listo.
-          -Si, gracias. Soy un boludo.

Admiraba el pragmatismo o la indiferencia del Panza ante estos temas. Por eso se lo conté a él. Sabía lo que me iba a responder. Sabía que me iba a tranquilizar un rato. El bondi también se había tranquilizado un poco y las cosas volvían a su calma natural. Un rato al menos. Todos hacemos el mismo recorrido. Con algunas variantes pero en definitiva todos vamos para los mismos lugares.

                                               * * *

Cachi es un pueblo de Salta muy pequeño, muy lindo con callecitas empedradas, las montañas al fondo, un cementerio muy pintoresco, una radio local, la plaza, la iglesia y un par de barcitos para comer y tomar una cerveza fría. No todos los jóvenes  mochileros iban para allá así que el camping era más familiar que en los otros pueblos. Era todo lo que necesitaba para ese momento. Un poco de tranquilidad. Mirar familias, parejas, grupos, mirar sus ritos, sus comidas. ¿Por qué mi papá nunca me había llevado de camping? Si le encanta la naturaleza. ¿Cuáles eran sus modas, sus costumbres? Me pasé toda la tarde mirando a la gente del camping. La familia de la carpa roja, con dos hijos pequeños que daban vueltas por todos lados, que se perdían. La pareja de la carpa azul, el chico leía, y su novia le mostraba hojas y flores y le explicaba cosas que él asentía casi sin mover los ojos del libro. Ella era feliz. Las tres amigas de la carpa blanca, que se reían casi sin parar, tomaban mate, jugaban a las cartas. Por último, el hombre grande, solitario de la carpa negra, pequeña como un ataúd, que tenía todo perfectamente colocado. El tender con ropa secándose, el vaso térmico, las ollas, los cuchillos, sal, y todo lo que uno tiene en su casa. Esa era su casa. Y la moto su pareja. A la noche hicimos unos fideos un poco más ricos que los de la noche anterior. Tomamos un poco de vino. A las once lo único que se escuchaba eran los cierres de las carpas, alguna risa de las tres chicas, algún reto de los padres, y nada más. Nos dormimos temprano, cansados, del viaje, de nosotros, de todo un poco. Tardé un rato en dormiré. Pensé en Romi, la extrañe. Pensé en Juli. La extrañé también. Pensé en mi cama, mi casa. Las extrañé muchísimo.

Me levanté temprano, descansado. El Panza tomaba mate con las chicas reidoras. Me sumé a la ronda, tímido. Era una mañana perfecta, con un sol cálido y un vientito tibio. Robert y Lucho seguían durmiendo. Siempre eran los últimos en levantarse. Entre el Panza y yo nos alternábamos. El primero en despertarse se encargaba de preparar el mate y comprar algunos bizcochos o galletitas. La sociedad funcionaba a la perfección. Para el mediodía, estaban todos despiertos y decidimos activar. Nos fuimos los siete, las reidoras incluidas, a comprar fiambre, pan y bebida y a dar una vuelta por el pueblo. Llevamos las guitarras, la quena y el cajón peruano. Las reidoras eran muy simpáticas. No eran muy lindas pero le ponían la mejor onda. Tenían buen porro además, y bastante más calle que nosotros. Eran de González Catán. Nos apodaron “los chetitos”. Ellas eran “las barriales”. Tardamos un rato en ponernos de acuerdo donde almorzar. Los avatares de la democracia, de la convivencia y de los viajes. Al final nos decidimos por la plaza, a la sombra. Estuvimos un rato largo. Comimos, fumamos, y tocamos un poco. Robert, que era un aprendiz con la quena, con la guitarra era todo un profesional. Yo le hacía la segunda, y cantaba. Lucho seguía el ritmo con el cajón. El Panza armaba cigarrillos, y hacía reír a todos. Las barriales se animaban con algún estribillo y con las palmas. Todos estábamos muy bien. Pasamos una tarde muy agradable. Después las barriales volvieron al camping para poder bañarse ya que más tarde había que hacer larga fila para poder darse una ducha. A nosotros mucho no nos interesaba estar limpios salvo a Lucho que se fue con ellas. El resto fumamos un poco más y fuimos hasta el cementerio. Los nombres de los muertos eran mucho más originales que los nuestros. Les dedicamos algunas canciones hasta que empezó a caer la noche y decidimos volver por miedo a que alguno de los finados decidiera callarnos. Había sido un gran día y la mejor manera de rematarlo era con un buen asado, vino y cerveza. Dejamos los instrumentos en el camping, buscamos plata y nos fuimos para la carnicería; Lucho, ya bañadito, Yami  que era una de las barriales, y yo. Compramos vacío, choris, morcillas y verduras para una ensalada. Además de varias cervezas y una damajuana. Era sábado y el camping se había llenado bastante. Robert y el Panza arrancaron con el fuego.  Abrimos las cervezas primero para que no se calentaran. Me acerqué al Panza. Yo estaba muy tranquilo, muy contento y quería estar cerca suyo.

-          -Panza querido. Que fueguito se mandaron.
-          -¿Lindo no? Estas ramas prenden como loco.
-          -Está genial.
-          -Che Coco. ¿Viste quienes llegaron?
-          -No.
-          -Las rosarinas. La petisa morocha y las amigas.

De repente toda la calma, la tranquilidad que sentía, desapareció. Un huracán me retumbaba por dentro. Se me erizaron todos los pelos del cuerpo. No podía negar la emoción que sentía por saber que Juli estaba en el mismo camping. Era una sensación ambigua.  Por un lado quería que nunca hubiera existido aquel momento en Salta, deseaba no haberla conocido, quería estar tranquilo comiendo un asado con mis amigos y las barriales. Por otro lado quería que todos desaparecieran, y quedarme solo con ella, tomando algo, charlando sin parar, perdiendo el tiempo.  Traté de disimular lo mejor posible.

-          -¿Cómo sabes? ¿Las viste?
-          -Si boludo, las vi llegar hace un rato. Saludaron de lejos.
-          -No te puedo creer. Que mala leche.
-          -¿Qué pensas hacer?
-          -¿Qué pienso hacer con qué?
-          -Con la mina.
-          -Nada. ¿Qué voy a hacer? Estoy de novio.
-          -Está bien. O sea que está libre.
-          -¿Qué decís boludo? Más vale que está libre. Hacé lo que quieras. Pasame la birra.

No entendí bien que quiso decirme pero solo la idea de que la mina estuviese con el Panza me ponía muy nervioso. ¿Con tantas disponibles justo quería encararse a Juli? ¿O solo me quería joder?

Comí el asado con un nudo en la garganta. Me habían quedado atragantadas las palabras del Panza. No disfruté el vació, ni los choris, ni la cerveza. No disfruté de nada. Me reía por compromiso y para que nadie me pregunte si me pasaba algo. Odié al Panza como nunca. Había buscado serenidad en él y ahora quería vaciarle la damajuana encima y prenderlo fuego. Para colmo, era el centro de la ronda, el alma de la fiesta.  No pude soportar más. Excusé que tenía que ir al baño y me fui a fumar un cigarrillo lejos, a la oscuridad. Caminé hasta que no escuché las risas provocadas por él. Me apoyé contra un árbol con un vaso lleno de vino. Saqué los cigarrillos pero no estaba el encendedor. Se lo había dado a una de las barriales. Entonces  me acerqué hasta el primer grupo de personas que vi. No pude verles las caras hasta que estuve frente a ellas. A la primera que reconocí fue a la que se parecía a la hermana del sapo, un compañero de la secundaria. La que creía que había estado con Robert. Después la vi a la rubia narigona, que no paraba de hablar, y por último a Juli, que estaba más atrás ordenando algunas cosas.

-          -Ey, que sorpresa, ¿cómo andan chicas?

La rubia narigona tomó la palabra para variar.

-          -Que haces che, ¿todo bien?
-          -Si bien. ¿Cuándo llegaron?
-          -Hace un rato. ¿Qué onda este pueblo? ¿Medio embole no?
-          -Qué se yo. Es tranquilo. A mí me gusta. Igual de noche no se puede armar mucho quilombo.

La rubia seguía hablando y yo lo único que quería era que se callase de una vez. Que se vaya a dar una vuelta con la “hermana del sapo”, y que me dejaran solo con Juli, que casi ni me miraba. Casi no me reconocía. Me estaba matando. Seguía ordenando, mirando de reojo. Yo intentaba hacerme el gracioso, el copado, me tiraba abajo a propósito, me hacía el humilde, el poeta, cualquier cosa con tal de que al menos me dijera algo. Les pedí fuego. Me senté con ellas con su permiso a fumar un cigarrillo. La rubia seguía su interrogatorio.

-          -¿Che y tus amigos en que andan? ¿Por qué estás solo?
-          -Están allá con unas minas. Yo quería estar un rato solo, tranquilo. –Pensaba que diciendo eso quedaba como alguien interesante, misterioso que prefería estar solo, contemplando la noche. También declaraba que el resto de las minas no me interesaban. Que elegía la soledad a las barriales.
-          -Ah, qué onda, ¿no te divierten?
-          -Si, son buena onda, pero tenía ganas de estar un rato tranquilo. –Sentía como la harpía rubia me estaba midiendo. Sabía mejor que nadie lo que estaba pasando y se movía como pez en el agua.
-          -¿Más buena onda que nosotras?
-          -No, eso imposible. Ustedes son las mejores. – Cada palabra que decía me hundía un poco más. La rubia me tenía atrapado en su red. Había que cortarla abruptamente.
-          -¿Che, y alguno tiene onda con alguna?
-          -No sé la verdad. Pero podes ir y confirmarlo vos misma. – Por fin la había callado. Podía tener un alto costo, pero no fue así. Por el contrario, vi como Juli sonrío tímidamente ante mi propuesta a la harpía para que vaya a confirmarlo. Para que se vaya a la mierda. De todas maneras recogí un poco el guante. No quería tampoco tenerla en mi contra. –Es chiste boluda, pasa que te veía muy interesada. Igual, si quieren vamos para allá, todo bien, tenemos vino.

Fue esto último lo que ablando a la harpía. La “hermana del sapo” se moría de ganas de ir a ver a Robert; y yo esperaba que Juli sintiera lo mismo. Nos fuimos los cuatro para la ronda.
 Éramos diez en total. Nosotros “los chetitos”, las barriales que no se tomaron muy bien la intromisión de la “hermana del sapo” que ahora se llamaba Andrea, la rubia narigona harpía que se presentó como “poli”, apodo que le encajaba a la perfección; y por último, Juli. El ruido parecía haber llegado a Cachi. La noche recién empezaba. Quedaba todavía más de media damajuana, un fernet de las barriales sin hielo, y bastante porro. Las rosarinas no aportaban nada más que su presencia. Agarramos todas las provisiones, los instrumentos y nos fuimos lo más lejos posible para no molestar. Antes, sumamos al solitario hombre de la moto. Era un yankee que estaba viajando por todo Latinoamérica con su Harley. Tenía cuarenta y cuatro años, había dejado todo para cumplir su sueño de hacer de la ruta su vida. Hablaba poco español, pero parecía buena onda, y tenía whisky bueno. Con Morgan ya completábamos el equipo de once.

-          -Ya fue. No caminemos más. Acá estamos bien, ya estoy cansada.- dijo Poli, que era una de las pocas que no cargaba nada.

Preferimos hacerle caso para no escuchar más sus quejas que habían empezado desde que tuvimos la idea de irnos del camping. Sacamos las guitarras para romper el hielo y de paso demostrar un poco de lo que éramos capaces. De lo que era capaz. Juli no conocía esa faceta de mí. Casi que no conocía nada de mí ni yo de ella, pero yo sentía una conexión que parecía venir de tiempos pasados. Desplegamos todo el repertorio de memoria, con una invitada de lujo. Andrea, “la hermana del sapo” tenía una voz encantadora y con cada nota desnudaba a Robert, y este la desnudaba con cada acorde. Se podía sentir el fuego entre ellos. También el frío entre Juli y yo. Una helada que se hacía cada vez más dura. Morgan la tenía atrapada con sus encantos obvios. Un cliché tras otro. Hacerse el boludo con el idioma, contarle de sus viajes, de su vida anterior víctima de un sistema opresivo, de su odio contra Bush, y todos los artilugios necesarios para levantarse a una sudaca que quiere ser hippie, que no cumplió veinte todavía y es la primera vez que sale de su ciudad natal. Mis clichés no eran competencia. Ni la guitarra, ni spinetta, ni mi morral de llamas ni nada. Era un nene de pecho al lado del motoquero que surcaba las rutas en su Harley. Y tenía que soportar además como una de las barriales, Sabrina, apoyaba sus manos en mi pierna, me cantaba con una voz horrible y me pedía canciones de los piojos. Todos la estaban pasando muy bien menos yo. Hasta Poli estaba mejor que yo. Dormía plácidamente sobre una bolsa de dormir. El Panza se cagaba de risa con Yami y La negra, las otras dos barriales. Lucho estaba compenetrado con el cajón. Robert y Andrea estaban cada vez más cerca. Morgan y Juli también. Yo miraba fijamente al Panza. Era mi única salvación. Ya no estaba enojado con él. Ahora me tenía que servir para luchar contra el yankee, lo quería de mi lado.
Tardó un rato en darse cuenta de que lo miraba. Tardó, pero me conocía bien, sabía lo que tenía que hacer.

-          -Che Morgan, ¿Vos sabes tocar la guitarra? Tocate algo. Eu Morgan, morgui. Play guitar. ¿Sabes? – Doce años de inglés y el Panza no podía articular ni una frase.

Morgan no sabía tocar la guitarra, tampoco le interesaba. Lo único que quería era irse con Juli a su tumba negra, perfecta. El Panza no le daba tregua y seguía insistiendo. Le sacaba charla, le preguntaba cosas en un spanglish primitivo. ¿Cómo pude haberme enojado con un amigo como ese? Robert y Andrea dejaron la música para darle paso a los vasos, a los besos y a los abrazos. Yo largué la guitarra automáticamente y entonces Lucho se fue apagando hasta escuchar solo la charla incoherente entre el Panza y Morgan, con algunos bocados de Yami y la Negra. Sabri me seguía hablando de Los piojos. De los recitales en Atlanta con su vieja, y del tatuaje que se había hecho cuando ella murió con una frase de una canción. Golpe bajo que no pensaba recibir. Con la mayor elegancia posible desvíe el emotivo monólogo a la conversación general de la ronda, de la cual se había adueñado Morgan relatando una tras otra anécdotas de viajes de la forma que podía. El Panza y Lucho lo escuchaban asombrados. A cada relato, más presumido me parecía. No bastaba con querer levantarse a Juli que ahora quería robarse a mis amigos. No lo pude soportar. Otra vez me escapé a la soledad de la nada, con mis turbios pensamientos. No quería llamar la atención, solo quería estar un rato solo, intentando pensar en otra cosa, en Romi quizás, en lo que sea que me aleje de esa ronda que me resultaba patética. No dije nada. Me levanté y me fui. Nadie pareció enterarse. El viril motoquero seguía hablando de osos, de rutas cubiertas de hielo, y a todos se les caía la baba. Poli seguía durmiendo y Robert y Andrea hace rato nos habían dejado. Sentí envidia por ellos, después me alegré por él.

Me acosté en la tierra y saqué el atado chamuscado de cigarrillos. Esta vez me había percatado de llevar conmigo un encendedor. Volver a pedir uno sería desnudarme en histeria y celos. Pité profundamente, el humo entró por toda mi garganta y me llenó. Me puse a pensar en Romi. Lo mucho que la quería, lo buena que era. Me sentí como el culo por lo que le había hecho. Pero también pensé que de todo esto podía aprender, que esto me iba a hacer valorar más a la persona que era ella. ¿Debería contarle? ¿O tenía que hacer como si nada y seguir total había sido un simple beso? Todavía tenía varios días para darle vuelta al asunto. ¿Y ella, que estaría haciendo allá en Brasil? ¿Habrá estado con otro? No, no creo que fuera capaz. La extrañaba. ¿La extrañaba? ¿Qué mierda me estaba pasando? Hacía una semana llorábamos abrazados en Retiro sin querer soltarnos. Ella a lágrima suelta y yo en silencio. Y ahora estábamos más lejos que nunca. A miles de kilómetros el mar de la montaña. Estaba tan confundido que no podía llorar, ni hacer ninguna mueca. Solo fumaba mecánicamente, pausado, hasta que una voz me sacó de un tirón de ese estado.

-          -Como habla este tipo, por favor. Qué pesado que es. Al principio era interesante, ahora ya me parece un pelotudo importante.

Me levanté de un salto. No llegué ni a medirlo. Fue tal la sorpresa de su voz que no pude disimular. Me acomodé frente a ella. Saqué un cigarrillo. Ella lo tomó y lo prendió. Yo seguía esperando. Lo había estado desde que la vi ordenando sus cosas en el camping. Pero ahora tenía la pelota en mi poder. Esta vez, la que me buscaba era ella, así que simplemente espere a que siguiera hablando.

-          -¿Vos en que andas? Haciéndote el misterioso acá solo.
-          -También me cansé del yankee y me vine un rato acá a estar tranquilo a fumarme un cigarrillo.
-          -Hubieran seguido con la guitarra que era más divertido.
-          -Sí, lo que pasa es que estaban todos enganchados con las historias del tipo. Además Robert y Andrea estaban en otra claramente.
-          -Uh si, ¿Cómo están esos dos no? Hasta las manos.
-          -Hacen un buen dúo. - Le vi una pequeña sonrisa, igualita a la que me había regalado cuando enfrenté a Poli en el camping.
-          -Es verdad. Igual podrías haber seguido cantando vos solo, y tu amigo con el cajón. – Ya quería tirarme encima. El mar había quedado lejísimos.
-          -Puede ser. Pero pensé que ya era medio molesto.
-          -No te hagas el humilde. No te sale.
-          -No, no me quise hacer el humilde. Pero ya habíamos cantando bastante, tampoco queríamos aburrir.
-          -Como digas. ¿Vos cómo estás?
-          -Bien. – ¿Bien?, solo eso se me ocurrió contestar. ¿Qué era esa respuesta? ¿Qué significaba esa pregunta?
-          -Ah,  bueno, cuanta onda la tuya.
-          -Es que sí, no sé, estoy bien. No sé qué queres que te diga. Tranquilo. - Titubeé, fui un boludo, un cagón, un descortés. No sé qué clase de táctica seductora es ser un pelotudo pero a mí me estaba funcionando.
-          -¿Qué quiero que me digas? Básicamente que me digas algo, que no te hagas el boludo. Hace dos noches terminamos a los besos y a los abrazos en Salta y ahora, desde que llegué a este pueblo que no me miras, no me hablas, lo único que haces es tocar la guitarra y cantar. Todo bien, te sale bárbaro, pero que te pensas,  ¿Qué me vas a conquistar así, haciéndote el boludo, tocando la guitarrita? No flaco, hacete cargo de lo que pasa.

Yo no entendía bien que era lo que pasaba pero no tuve alternativa. Ella la tenía, a la pelota, a las pelotas que yo no. La besé con fuerza, como hacen los machos. La envolví toda, la cuidé, la revolqué por toda la tierra. Nos prendimos fuego. La apreté contra todo mi cuerpo. Le hice sentir de que estaba hecho. Incrédula, lo comprobó con toda su mano. Me agarró con fuerza, me lo estrujó. Me dolió, pero no me importó. Era su bronca que rápidamente se convirtió en calentura, y en suavidad. Yo le comí todo el cuello, le agarré el culo con fuerza, con las dos manos. Y después sus pechos. Dos tetas perfectas, redondas, no muy grandes, pero suaves. Entraban una en cada mano. Eran esponjosas y estaban tibias, paradas. Seguí investigando su pequeño cuerpo, simétrico y hermoso. Bajé por la espalda que se doblaba, se erguía y se volvía a doblar. Llegué hasta el culo, esta vez por adentro de sus pantalones de bambula,  lo masajeé, le clave las uñas. La mano derecho siguió camino al muslo y subió hasta encontrar la gloria, hasta humedecerse, hasta empaparse. Me quedé a jugar un rato ahí, a explorar como un niño. Los dos jugábamos, nos investigábamos, nos disfrutábamos. El fuego era cada vez mayor. Le bajé los pantalones hasta las rodillas, después los míos. Por un segundo quiso frenar pero ya era tarde. Imposible apagar tal incendio. ¿Que importaba que nos vieran? ¿Qué importaba el futuro? Le corrí la bombacha, me abalancé contra su cuerpo y cogimos, primero con fuerza y después bajando el ritmo de a poco hasta quedarnos quietos. En paz. Solo oyendo nuestras respiraciones. La luna seguía ahí arriba, las estrellas también en esa noche de Cachi. Los demás no sé dónde estaban. No nos importaba. Allá, las montañas no dejaban pasar al mar.