viernes, 7 de marzo de 2014

Lucía y la noche eterna

"Lo que se calla en la primera generación, la segunda lo lleva en el cuerpo" Francoise Doltó


La casa había quedado completamente deshabitada. Hasta los recuerdos se habían esfumado. Lo único que quedaba era un viejo piano de cola alemán. La gran cantidad de polvo confundía las teclas negras de las blancas, y la luz que entraba por el gran ventanal dibujaba una enorme sombra sobre la pálida y triste pared al tiempo que el sol bailaba entre los cristales dispersos. En la habitación, una gran mancha sobre el piso de madera que se extendía como una cuerda hasta la bañadera.

Un gran rato antes en el aeropuerto de Ezeiza:

“Última llamada, por favor todos los pasajeros del vuelo 573 destino  Barcelona acercarse a la puerta 14.”

En algún kilómetro de la autopista, alrededor de unas setenta personas se adueñaban de los carriles con una gran bandera que decía: “SI no nos aumentan al menos un 30% la dignidad vamos a cortar todos los accesos al aeropuerto”  Si quedara lugar en la tela creo que seguiría así el mensaje: “…si mandan policías a reprimirnos, no nos va a quedar otra alternativa que utilizar todo lo que tengamos a nuestro alcance como arma de lucha; estamos cansados que nos traten como títeres. Los títeres no sufren hambre, nosotros SÍ!”

Dos kilómetros más cerca de Buenos Aires, en la misma ruta, dentro de un Peugeot 206 blanco, en el asiento trasero, Serafín Torres gritaba desconsoladamente.  La misma transpiración con la que había juntado cada centavo del pasaje a España ahora inundaba todo el tapizado de la parte trasera del bólido. Cada avión que veía en el cielo tenía un asiento libre con su nombre, cada esperanza una lápida con su nombre y cada insulto un nombre distinto. Los políticos, la situación del país, el gen sudamericano, la policía que no reprime, la que reprime, las personas que se mueren de hambre y cortan las rutas, las ofertas de las aerolíneas, la distancia entre el aeropuerto y su casa, su esposa, el viejo profesor, el remisero por llegar con cuatro minutos de retraso, la vida misma por ser vida, él mismo por haberse dedicado a una profesión tan inestable como es la música, sus padres por las dudas.

Un gran rato antes que el rato antes en Ezeiza y alrededores:

-         -  Es la gran oportunidad de tu vida, la orquesta sinfónica de Barcelona es de las más prestigiosas del mundo y el pianista es una de las figuras más importantes de ella.

-         - Pero Sr Castelli, ¿usted realmente cree que tengo la habilidad suficiente para semejante reto?

-          -Por favor Serafín, fui tu profesor durante años. No solo eso, soy como un padre para vos, nadie mejor que yo para saber de lo que sos capaz.

-         - ¿Pero que va a pasar con Lucía? ¿Va a dejar su trabajo con todo lo que le costó llegar?

-           -Yo entiendo que es una decisión difícil. Conozco a Lucía como como nadie en este mundo, ella si es una hija para mí. La críe solo luego de que su madre muriera y te puedo asegurar que ella daría su vida por irse de este país en eterna decadencia. Toda su vida se la pasó diciendo que su sueño era vivir en París. Barcelona es lo más cerca de lo que alguna vez realmente soñó. No lo dudes más. Si hace falta, yo la convenzo, ella me escucha siempre.

Un rato después que aquel encuentro con el profesor pero antes que Ezeiza y alrededores:

-          - Es una oportunidad que no puedo dejar pasar. Ya estoy cansado de tener que trabajar quince horas por día, de dar clases a chicos sin talento, de tener que soportar al director de la escuela con sus contendidos obligatorios de una música lamentable, de tocar las mismas tristes canciones cada domingo a la noche en ese bar de mala muerte hace más de tres años.

-        -  ¿Y mi trabajo? ¿Acaso mi vida, mis gustos, mis intereses no valen nada?

-        -  Yo sé todo el esfuerzo que hiciste para llegar a donde estás, pero también creo que en Europa las oportunidades se multiplican y alguien con tu experiencia no tardaría mucho en encontrar algo mejor. Además, el Sr Castelli me dijo que tu sueño siempre fue irte para allá. Y creo que te conoce muy bien.

-         -  Él es como un padre para mí.

-         -  Lo mismo dijo él. Por eso creo que esto va a cambiar nuestras vidas rotundamente. Es lo que necesitamos como personas, como pareja.

-         -  Pero en el caso de que te acepten, ¿él  vendría con nosotros? Te pregunto porque es tu profesor hace varios años.

-         - Ya es tiempo de que le suelte la mano. Además, se supone que si tengo el talento para la orquesta sinfónica, ya no preciso de un profesor.

-        -   De todas maneras pienso que sería de gran ayuda tenerlo cerca.

-        -  No lo necesito. Y creo que él a mí tampoco. Si no, no me hubiera dado esa oportunidad. Ya me cansé de sus órdenes. No entiendo como vos todavía no te cansaste.

-        -  Si te cansaste de sus órdenes, ¿no deberías entonces rechazar su oferta?

-        -  Es cierto, digamos que está es la última vez que lo voy a escuchar.

-         - Con todo lo que hizo por vos, hablar así. Que injusto

-        -  ¿Injusto? Ya estoy cansado de que lo defiendas, no me interesa si te crío, si te hizo ser lo que sos. No me interesa más nada que tenga que ver con su cara. En parte me voy para no tener que verlo más, no tener que soportar sus “cátedras” ni tus adulaciones a cada frase estúpida y estudiada que sale de sus horribles labios. Y si vos no queres venir, no vengas. También me cansé de aparentar ser una pareja feliz y “normal”. ¿Qué quiere decir “ser normal”? Acaso es levantarse todos los días a la misma hora, desayunar siempre las mismas tostadas, mirar las mismas películas, decir siempre las mismas frases estereotipadas, tener sexo una vez por mes por lástima. ¿Lástima ante quién? ¿Ante el mundo, ante vos, ante mí? Basta. Basta de ir dando pena por la vida, basta de ser sumisos, basta de ser “normales” ante los demás para que digan que somos una pareja adorable, cristiana y prolija. Me cago en todos ellos, me cago en él. Me voy, vengas conmigo o no.

Varios años antes que todos los ratos anteriores:

Lucía, con tan solo seis años de edad había quedado huérfana. Su madre luchó durante año contra un cáncer que terminó por derrotarla. Su padre biológico lo único que dejó antes de huir fueron  sus espermatozoides. La única persona que tenía a su lado era el Sr Castelli, un prestigioso músico famoso por dejar su huella en casi todos los lugares del planeta. Cuando la madre murió, Lucía fue trasladada a la casa de su abuela materna a pesar de su deseo de quedarse con el Sr Castelli. Él luchó contra todo para que la niña vuelva, y finalmente por sus “influencias” y por haber demostrado ser un gran padre sustituto logró convencer a los jueces que aceptaran entregar a la pequeña al famoso músico. Además la abuela ya era bastante anciana y le costaba cuidarse a ella misma.

Luego del fallo judicial a favor del Sr Castelli, él y Lucía decidieron festejar yendo a comer al lugar preferido de la niña. Una vez que terminaron las hamburguesas y el helado, volvieron caminando de la mano iluminados por las luces de la ciudad. Por fin la vida volvía a tener sentido.

Era la primera noche de la pequeña en su casa sin su madre. Una sensación ambivalente invadía su cabeza.  Por un lado, la alegría de volver a su cuarto, su cama, sus muñecas, sus olores. Por otro, la ausencia de su madre como un fantasma que lo invade todo. No podía estar sola. Al menos por esa noche. Se paró en el marco de la puerta de la habitación del Sr Castelli y tan solo con mirar sus ojos adivinó las intenciones de la pequeña. El flamante padre aceptó el pedido de la niña y haciéndole lugar en la cama, la invitó a subir. Ella se acercó y apoyo su cabeza en el pecho del hombre. Él la rodeó con su brazo izquierdo y puso el otro en las piernas de la niña. Esa fue la primera de muchas noches.

Varios años después de aquella noche, y un rato después de la frustrada llegada a Ezeiza:

Nadie le devolvería el dinero invertido en el pasaje ni la ilusión de ser parte de la orquesta de Barcelona. Ahora se encontraba volviendo a su casa, abatido, seco de llorar y transpirar. Sabía lo estrictos que eran los europeos. Su oportunidad era mañana. Y mañana, ya era ayer.

Mientras abría la puerta, las palabras dichas a Lucía volvían como un boomerang y ni imaginaba lo que se vendría.

-        -  ¿Qué haces acá? Deberías estar volando a Barcelona?

-        -  Ni me lo digas. Culpa de una manifestación no pude llegar a tiempo al aeropuerto. Parece mentira, uno se quiere ir de este lugar de mierda por este tipo de problemas y paradójicamente culpa de uno de ellos, se ve obligado a quedarse.

-        -  ¿Pero qué manifestación?

-        -  ¿A quién carajo le importa si eran peronistas, piqueteros o pelotudos? Lo que importa es que ahora perdí la oportunidad y tengo que volver acá con esta rutina insoportable. Volver a ver tu cara de culo todas las mañanas, soportar tu comida, tu indiferencia, tus palabras vacías, tus ojos vacíos, tu corazón vació. En algún punto esta oportunidad no solo era estrictamente profesional, sino que era una forma de desprenderme de todo esto. Sobre todo de vos. Y del viejo. De ese viejo de…

Milésimas después de “ese viejo de...”:

En el momento en que Serafín pronunciaba estas palabras algo sólido impactaba su cráneo y lo hacía caer sobre la madera y los cristales se desplegaban por todo el contorno corporal. Con gran esfuerzo logró girar la cabeza y al hacerlo lo vio parado a su lado. El Sr Castelli, su viejo profesor, su figura viril y masculina se erguía como un monstruo gigante desprendiendo lava de sus labios. En una mano los restos de botella, en la otra un hoja plateada y brillante. El zapato impactaba una y otra vez en el rostro del joven hasta dejarlo casi inconsciente. Una vez que las defensas fueron casi nulas, el viejo puso boca para abajo a lo que quedaba de Serafín. Con el cuchillo de su mano derecha realizó un tajo vertical en el pantalón del moribundo mientras que con la izquierda, que había quedado libre después de haber hecho estallar los vidrios contra la pared, desabrochaba su cinturón y comenzaba a hamacarse violentamente sobre la víctima. Luego de varios minutos de un movimiento regular y perturbador, trasladó la carne muerta hasta la bañadera y la dejó allí hasta que se secara por completo.

Lucía, que hacía varios minutos que había abandonado la escena del crimen, esperaba acostada, completamente desnuda y con las piernas abiertas. La música a todo volumen, la puerta del dormitorio entre abierta y expectante, la sonrisa inundada de lágrimas, el ruido de los pasos cada vez más cerca, la oscuridad total.