La luna de
miel duró un día y una noche más. Después nosotros dejamos Cachi para volver a
Salta y ellas decidieron quedarse. Nos despedimos tímidos, y sabiendo que la
ruta nos iba a cruzar otra vez, que no hacía falta planear ninguna estrategia
porque la atracción y la poca originalidad nos iba a volver a juntar tarde o
temprano en algún otro pueblito perdido por ahí.
Llegamos a
Salta con la idea de dormir en algún hostel barato y al otro día salir temprano
para purmamarca. Encontramos un cuarto para cuatro casi regalado en el centro
de la ciudad. A dos cuadras había un cyber. No tenía intención de leer nada y
menos de mandar algo, no sabría que decir, no quería mentir, así que me quedé
descansando con Robert mientras los otros dos se reportaban. Cuando volvieron,
Lucho, que estaba de novio con una amiga de Romi me encaró.
- - Mirá
loco, toda esta situación me pone un poco nervioso. Esto de ser tu cómplice y
de hacerme el boludo con Belu no me gusta nada. Recién en el mail que le mandé
le dije que los dos las extrañábamos mucho, que hablábamos de ellas, que nos
encantaría que estuvieran acá con nosotros y toda una sarta de estupideces
románticas que son mentira. ¿Qué pasa si se enteran de todo esto? De rebote la
voy a ligar yo que no tengo nada que ver solo porque a vos te pintó jugar a la
parejita de hippies por los caminos del norte. Además yo a Romi la quiero y no
me parece bien que le hagas esto. No quiero ponerme en moralista pero soy tu
amigo y no me puedo guardar lo que pienso. Por lo menos andá y hablá con ella,
de lo que quieras, pero mentile vos.
Lucho tenía
razón. No podía meterlo en el medio, tampoco se lo había pedido pero entendía
lo que me decía. Entendía su incomodidad. Se lo hice saber, le pedí perdón si
le había hecho sentir mal por algo y me fui al cyber.
Lindo: ¿Cómo estas mi
amor? Seguro que re bien. Yo la verdad que también. La estamos pasando bárbaro,
el lugar está buenísimo y las playas son espectaculares. Con las chicas todo
perfecto. Mucho mejor de lo que me esperaba la convivencia. Ayer fuimos a una
cascada con unos cordobeses que conocimos. Son copados aunque tienen otra onda.
Me acordé mucho de vos ahí, seguro te encantaría el lugar, serías feliz acá. Y
yo también si vos estuvieras!! La verdad es que te extraño muchísimo. No pensé
que iba a ser tan difícil, pero cada cosa que hago, o lugar que vamos pienso
que sería genial que estuvieras ahí conmigo. Pero por otro lado me pone
contenta estar acá con mis amigas, y que vos estes haciendo el viaje que tanto
querías. Contame un poco como la están pasando. ¿Por dónde andan? ¿Cómo son los
lugares? Te extraño mucho, tengo muchas ganas de verte! Igual no pensemos en
eso y disfrutemos los días que nos quedan.
Te mando muchos besos,
te amo!
Romi
Me sentí un
poco mal después de leer el mail, no lo puedo negar, pero también sabía que
cuando me volviera a cruzar con Juli volveríamos a estar juntos. No podía
cargar con la culpa. Por otro lado no tenía la menor idea de que responderle,
no quería mentirle pero tampoco tirarle toda la verdad en un mail y cagarle sus
vacaciones. Ella no se lo merecía. Era
mucha información para procesar así que decidí irme sin contestarle. Mañana
sería otro día y podía volver antes de irnos para purmamarca.
Esa noche el
Panza era el único que quería salir. Como yo le debía una y además necesitaba
despejarme le hice la segunda y nos fuimos para la Balcarce, donde noches atrás
había empezado mi periplo con Juli. Como era un día de semana había poca gente,
la mayoría mochileros como nosotros. Nos sentamos en uno de los bares y nos
pedimos una cerveza. Charlamos un rato de mi situación, siempre bajo el
pragmatismo de mi amigo que me convenía. Después el Panza invitó a unas minas a
la mesa. Eran tucumanas y estaban de viaje de egresados. Estaban muy exaltadas
y no paraban de hablar ni reírse. Estallaban con cada comentario del Panza que
estaba bastante afilado. Tenían bastante más plata que nosotros y mucho
aguante. La mesa se fue poblando de botellas. Se nos sumó un amigo salteño que
había conocido a las chicas hace unos días. Tenía más plata y más aguante.
Invitó varias cervezas más. Tengo que admitir que la salida superaba bastante
mis expectativas. Había salido con unos mangos en el bolsillo y ahora estaba
borracho cantando zamba a los abrazos con un salteño. Nos sugirió seguir la
cantinela en un karaoke que estaba a la vuelta. Yo siempre los odié pero en ese
momento me pareció una idea genial así que nos fuimos hasta allá los seis. El
lugar estaba completamente vacío salvo por el tipo que lo manejaba. Los
primeros en pasar fueron el Panza y el salteño que a esa altura eran como
gemelos separados al nacer. Después pasó una de las chicas alentadas por las
amigas que no paraban de elogiar su voz hasta hacerle creer a la pobre que
cantaba bien. La despedimos con una ovación de pie y ella hizo reverencias. Mi
turno no tardó en llegar. Me subí al improvisado escenario y desplegué todo mi
conocimiento de Alcides. Recibí menos aplausos de los que merecía. El salteño,
bastante más rápido que el porteño ya estaba con una de las tucumanas en un
rincón del tugurio. El Panza abrazaba a otra mientras no paraba de hablarle. La
que quedaba fue la única que valoró mi actuación. Era la más callada de las
tres pero ni bien bajé se me sentó al lado y empezó a hacerme preguntas. Yo
estaba completamente borracho y le respondía como podía. Cuando me quise dar
cuenta la tenía encima y me abrazaba. Esquivé algunos de sus besos.
Definitivamente no quería tenerla arriba mío y menos besarla. Le pedí por favor
que se bajara. Ella no entendía nada. Le comenté que no tenía nada que ver con
ella, que de hecho era muy linda y simpática pero que no podía hacer nada
porque estaba de novio. Ella insistía, como si me conociera, pero yo no daba
tregua. Yo no quería ser infiel, y no lo era. Con Juli era diferente. Por
suerte termino desistiendo y alejándose no sin antes escupir todas las maneras
posibles de decirle a alguien que es un cagón. Fue a buscar a una de sus
amigas, la que estaba con el Panza. La situación era patética, y todo gracias a
mí. El tipo del lugar seguía manejando la consola pasando canciones con la
letra que ahora se dibujaba en la espalda de la chica que yo había rechazado, y
que estaba reunida con el Panza y su flamante enamorada tratando de llegar a un
trato justo para los tres. Desde el baño venían los ruidos de la puerta que
golpeaban los cuerpos del salteño y la chica restante. Yo estaba sentado con
los brazos caídos y la pera pegada al pecho. Era por escándalo el menos
atractivo de los siete. Junté fuerzas y decidí escaparme sin decir nada.
Escuché un grito mientras cruzaba la puerta pero seguí mi camino.
Me alivió
despertarme y ver que la cama del Panza estaba impoluta. Yo sabía que era capaz
de convencer a la amiga. Esta vez fui el
último en levantarme. Hubiera seguido durmiendo de no ser porque Lucho no
paraba de putear.
- - Dale
pelotudo, levántate que nos tenemos que ir o nos van a cobrar un día más. El
chabón está muy pesado con el horario ¿Dónde mierda se metió este hijo de puta?
Era claro
que Lucho seguía caliente conmigo. Me parecía muy exagerado de su parte pero no
quería darle más motivos así que con la resaca a cuestas me levanté y en quince
minutos tuve todo listo para irnos. Que gran ciudad pensé sentado en el cordón
de la calle mientras cargaba energías con el sol de la mañana. Me olvidé por
completo del cyber y de Romi.
* * *
Todos los
colores que había en las montañas. Eran mucho más que siete. Fue amor a primera
vista. Hace diez días que estaba viajando y ya era la segunda vez que me
enamoraba. Me imaginé viviendo ahí con mis hijitos, con mi guitarra, con mi
mujer, no sé bien cual, pero con alguna; levantándome cada mañana con los
cerros, los pájaros, la feria. Cuando se nos inundó la carpa la primera noche
me propuse meditarlo mejor.
Purmamarca
era la vedette, unos de los platos fuertes de todo el norte. El camping estaba
repleto de pibes como nosotros. Ni una sola familia. Lo divertido esta vez era
mirar como todos los grupos eran iguales con algunas pequeñas diferencias. Se
podían contar una guitarra cada cuatro personas, una quena cada diez, una
remera de los redondos cada siete, un equipo de mate cada tres, un abrelatas
cada seis, una linterna cada ocho, un porro prendido cada cinco minutos,
treinta y cuatro cigarrillos consumiéndose todo el tiempo y nueve personas
escapándose por hora de las garras de la señora que cobraba. Una gran familia
de borrachos, músicos amateurs y cocineros optimistas.
Me dormí
temprano. Necesitaba recuperar horas de sueño, y además quería aprovechar la
mañana para caminar un rato solo, y de una vez por todas empezar el libro que
me había llevado. Llegué hasta uno de los cerros que se escalaban fácilmente.
Me preparé el mate y abrí El guardián
entre el centeno. Después de intentar leer la primera página tres veces,
desistí y lo guardé en mi morral. Mi cabeza no estaba apta para empatizarse con
otra historia.
¿Por qué
sentía una imperiosa necesidad de cambio? No entendía lo que me estaba pasando.
Yo era feliz. Tanto como se puede, pero lo era. ¿Por qué entonces querer
cambiar? ¿Por qué patear el tablero y sacudir la comodidad? Para sentirme vivo
quizás, para mantenerme en movimiento en una vida que no para si no queres que
pare, pero que si te quedas ahí, quieto, se queda quietita a tu lado. El que no
frena es el tiempo, pero la vida si, puede quedarse anclada a tu cuerpo, y te
quedas mirando como las cosas mutan, las personas crecen, odian y aman; pero
vos seguís en el mismo lugar, con menos tiempo por delante, pero con la misma
vida, aburrida, estática. Con una felicidad acotada, que de a poco se vuele
tedio. Y el cambio, ¿Qué es lo que garantiza? ¿Felicidad acaso? No. Pero nos
asegura movimiento, y ahí encontramos más posibilidades de ser feliz. Y también
de sufrir. Pero de todos los tipos de sufrimientos, éste, el activo, es el
menos doloroso.
Volví al
camping para estar un rato con mis amigos. Tantas cosas habían pasado esos
últimos días que mi cabeza se había olvidado que estaba viajando lejos de casa
con tres grandes amigos. Necesitaba su calor. Su olor. Compramos fiambre, pan y
soda y nos fuimos a la plaza con las guitarras. Nos pasamos la tarde
empachándonos de historias viejas, riéndonos como chicos, sin parar, con los
pómulos doloridos. La panzada de la amistad, que había olvidado estos días y que
era un bálsamo para mis neuronas. De pronto se había hecho de noche, y las
risotadas seguían. Ya no importaban la comida, ni el frío que había bajado, ni
Romi, ni Juli, ni el tiempo, ni la quietud, ni el sufrimiento y la felicidad.
Las canciones se sucedían como las botellas, los porros, los cigarrillos y las
nuevas amistades. La plaza estaba llena de vida. Habían llegado “las barriales”
también y nos abrazábamos como amigos de toda la vida. Eso pasa en los viajes.
Todo sucede a otra velocidad, mucho más rápida. Los amores, las amistades, las
peleas, las reconciliaciones. Antes de volver para el camping después de agotar
nuestras gargantas, arreglamos con las barriales para ir temprano al día
siguiente para el salar. Ellas paraban en el camping de atrás de la iglesia.
Bajamos de
la combi apunados. Durante el viaje, la altura pasó los 4000 metros, y la
sensación en el cuerpo era nueva, ajena, como un estado límbico, de mareo y
ensueño. Casi anestésico. El salar era un gran desierto blanco y gris por la
lluvia. El sol rebotaba en la sal pálida
y castigaba los ojos de aquellos que nunca pensamos en llevar anteojos negros.
Así y todo, apunados y casi ciegos, el lugar nos pareció increíble. De repente
parecía que el mundo se había terminado ahí. Como si se hubiera quedado sin
material, sin montañas. Había una parte sin pintar para que cada uno la llene
como quiera, o pueda.
La idea era
irnos esa misma tarde para Tilcara, pero como nadie nos apuraba y estábamos muy
bien en Purmamarca decidimos quedarnos una noche más. Además, había grandes
chances de que Juli y las amigas se aparecieran. Robert y yo no pensábamos
movernos del colorido pueblo.
Cada
contingente nuevo que aparecía por la plaza aumentaba nuestra ansiedad. Podrían
camuflarse perfectamente entre los balis, los abrigos de llamas y las rastas.
Las buscamos por todos lados, pero nunca aparecieron. Se habían hecho desear, y
habría que esperar hasta la mañana siguiente a las nuevas masas de jóvenes para
ver si entre ellas, se asomaban Poli, Andre y Juli. Me fui a dormir temprano
para que amanezca más rápido.
Cada vez que
la volvía a cruzar me invadía una timidez extraña. Las primeras horas me sentía
una carga para ella. Pensaba que quizás había tardado varios días en ir para
Purmamarca con el único objetivo de no cruzarme, y que al verme se sentiría
agobiada. También pensaba que si me veía ahí, todavía en el mismo lugar luego
de varios días, iba a suponer que era pura y exclusivamente por ella. Lo único
que me aliviaba era que pensara que también lo hacíamos por Robert y Andrea.
Eran un gran escudo contra mi inseguridad.
Intenté
disimular la emoción lo más que pude cuando nos las cruzamos. Robert y Andrea
en cambio se abrazaban y besaban como si se hubieran vuelto a ver después de
veinte años. La impunidad que les daba la soltería. Ya estaban agarrados de la
mano recorriendo la plaza mientras yo intentaba pasar al menos un minuto por
reloj sin mirar a Juli para que no se espantara. Me había construido en mi
imaginario a una chica tan frágil, tan perfecta que se partiría al primer golpe
con la realidad; cuando no cabía ninguna duda de que el único que se podía
romper si lo soplaban era yo.
Las
acompañamos hasta el camping y nos fuimos a buscar algo para comer mientras
ellas se acomodaban. A la media hora aparecieron con todo a cuestas. A Poli no
le gustó mucho el lugar ni el ambiente y prefirieron mudarse atrás de la
iglesia, a dónde habían parado las barriales. La entendí, no quería perder a
sus amigas el tiempo completo. Era un buen indicio en el fondo. Poli era
insoportable, orgullosa, gritona e histérica. Pero era totalmente transparente,
directa. Decía lo que pensaba sin ningún tipo de filtros. Y eso, me facilitaba
el camino muchas veces. El alegato textual de ella para no quedarse en el
camping había sido que “además de estar
lleno de rastas sucios con la guitarrita, mis amigas se la iban a pasar
garchando con ustedes y yo me iba a quedar sola
cagada de embole”. Gracias Poli.
Después de
los lomitos encaramos los siete para las montañas que están en frente del
pueblo. Las que tienen menos prensa. Las que tienen menos colores. Pero las
mejores para ir si se quiere ver a Purmamarca en su esplendor. Desde arriba se
pueden ver los famosos cerros de colores envolviendo el caserío, y más atrás
una gran cadena de montañas con distintos tonos de verde. El grupo estaba
sólido. Hasta Lucho parecía ya haber olvidado el conflicto moral que le traía
el flamante amorío entre Juli y yo. Y Poli, que a la primera impresión daban
ganas de tirarla por el precipicio, ahora, con los mismos tipos de comentario,
nos hacía reir a todos. Y hacía un gran dúo con el Panza. Era la única que lo
ponía en vergüenza. Los dos se potenciaban recíprocamente y todos salíamos
ganadores de ese duelo.
La tarde
pasó entre porros, música y un monólogo de Poli bajo los efectos de la
marihuana que se basó en un estudio sociológico de las diferentes clases
sociales, drogas y el camino inexorable que nos tocaría en la vida. Todas ideas
que nos erizarían la piel en la boca de algún mandatario, pero que en la
inocente voz de esa chica nos hacía estallar a carcajadas. De pronto apareció
la noche, y sin que nos diéramos cuentas las pocas luces del pueblo se
empezaron a hacer notar desde arriba. También las estrellas. Estábamos bastante alto para hacernos los
guapos, y bastante fumados para mantener la cordura. La montaña ya era negra de
por sí. La paranoia se empezó adueñar de todo. ¿Por dónde habíamos subido?
¿Tendríamos que pasar la noche ahí muertos de frío? ¿Acaso era ese el destino
inexorable del que hablaba Poli?
Después de
elaborar y discutir algunas teorías que rozaban lo ridículo, por fin Lucho tomó
la posta del grupo y con su celular cual faro en la oscuridad nos fue guiando
por un pequeño camino. Nadie sabía con seguridad si era el mismo por el que
habíamos subido, pero todos lo tomamos con una decisión irrevocable. Dimos
varias vueltas, frenamos otras tantas veces para certificar que el precipicio
no nos agarrara desprevenidos. El norte está lleno de precipicios. Me gusta
andar entre ellos, me hace sentir más vivo. Cuando la muerte está a un paso de
nuestro cuerpo, estamos más vivos que de costumbre. El problema es cuando se
hace de noche. Ahí la adrenalina y el vértigo le ceden su lugar al miedo. Y con
miedo, uno se vuelve mucho más torpe, así que hay que tener mucho cuidado, caminar lento, paso a paso, y siempre atrás
de Lucho y su faro. Tardamos cuatro veces más en bajar que en subir, pero
llegamos. Desafiamos a la física, y a la muerte.
Ya sanos y
salvos, la idea era encarar para el camping de las chicas y preparar un buen
asado. Siempre que la tarde resaltara por encima de las demás, había que
culminar el día con algún pedazo de carne en la parrilla y muchas cervezas y
vino. Sobraban los motivos después de haber bajado a oscuras.
Toda esa
aventura me armó de valor, de amor, de ganas de vivir. La agarré de la mano a
Juli y la invité a sentarse al costado de la ruta, los dos apoyados sobre las
barandas. No les avisé a los demás. Simplemente nos quedamos atrás, y cuando se
dieron cuenta ya estaban lejos.
- - ¿Qué
cagaso no?
- - Si,
puede ser. Igual fue divertido.
- - Más
o menos, yo soy bastante cagón con estas cosas.
- - El
chico de ciudad.
- - Nada
que ver, no es por eso. Me parecía medio cualquiera bajar de noche fumados de
una montaña que no conocemos. Además, ni que fueras de un pueblito vos.
- - Te
estoy jodiendo boludo. No te pongas así. ¿Siempre sos tan serio?
- - No.
– La abracé. Ella me miró, sonrío y apoyó su cabeza en mi hombro.
- - ¿Qué
lindo lugar no?
- - Sí,
es tremendo. Todos los lugares me gustaron, pero este pueblo me partió la
cabeza - Sabía que todo ese idilio, esos días de verano se iban a terminar pero
mientras había decidido que tenía que disfrutarlos. El cuerpo ya estaba en el
barro.
- - ¿Te
puedo hacer una pregunta?- De repente despegó su cara de mi cuerpo.
- - Si,
decime.
- - ¿Qué
va a pasar con todo esto?
- - ¿Con
qué?
- - No
te hagas el boludo. Digo, ahora todo muy lindo, bajamos de la mano las
montañas, está todo bien. Pero después, cuando se termine el viaje y vos te
vuelvas a buenos aires y yo a rosario. ¿Qué va a pasar?
Era una
pregunta que estaba tratando de evitar hasta el final del viaje. No quería
arruinar los últimos días. Tampoco sabía que contestar. Por donde elaborar una
respuesta para dejarla tranquila al menos hasta que todo esto se termine, y
poder pensar mejor en mi casa, en mi aburrida ciudad, con una pareja que por
más lejos que estuviera, era una gran mujer, una gran novia.
- - Te
soy sincero. No sé. Me sorprendiste con tu pregunta. No me la esperaba.
- - ¿Y
no pensabas hablar de esto? ¿Te ibas a seguir haciendo el boludo hasta que cada
uno se vaya para su lado? Te sale bien hacerte el boludo.
- - Pero
no es eso. Simplemente es que no sé que contestarte, no sé que hacer. No
esperaba que pase esto. Yo vine con tres amigos a pasarla bien, a viajar un
poco, y ahora estoy acá hasta las manos con vos que te conozco hace una semana,
y me preguntas esto y no tengo idea que decir. No me puse a pensar en eso.
- - Tu
idea era seguir así una semana más, después cada uno a su ciudad, vos con tu
noviecita, y yo sola como una pelotuda extrañándote. Bien, te felicito, sos
todo un hombre.
- - No,
por favor, no me digas eso. Sabes que no va a ser así. Además, es más jodido
para mi que tengo que ver que hago con mi novia. No es fácil mi situación,
entendeme.
- - ¿Qué
te entienda? Nadie te obligó a nada. Si vos estuviste conmigo es porque
quisiste. Hacete cargo flaco. La verdad sos un cagón al final. Te la jugas de
poeta pero cuando hay que ponerlos sobre la mesa te quedas sin palabras, sin
poesía. Mejor vamos, a ver si los chicos necesitan ayuda con algo.
Ayuda. Nunca
la había necesitado tanto. Realmente no sabía que hacer. No podía acomodar en
mi cabeza todo ese vendaval de cosas, de emociones de una semana a otra. Por
eso prefería reprimir los pensamientos. Yo no sé si era un cagón como ella me
decía, o si era honesto con el momento. ¿Acaso no era preferible pasarla bien
la semana que quedaba y después ver que podría llegar a pasar? ¿Por qué tener
que plantear esto ahora? ¿Cuál era la necesidad? Volvimos uno al lado del otro
pero la sentía más lejos que nunca. Ella miraba para adelante y caminaba con un
paso firme como queriendo esconder lo que sentía, la bronca, la tristeza. Yo
miraba para abajo y caminaba en zigzag, queriendo demostrar que todo esto me
preocupaba, que me sacaba del eje. Fue el segundo asado seguido que la pasé
como el culo.
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