martes, 21 de octubre de 2014

Después de la ceguera

La otra tarde mientras esperaba que el plomero termine de arreglar los infinitos problemas que existían en mi baño se me ocurrió una idea para cambiar el mundo. Durante más de treinta años me quemé las pestañas tratando de hacer de este planeta un lugar mejor, y aquella tarde, parado en el umbral del living, con la mente en blanco mirando, como si fuera una vaca curiosa y tonta como el hombre hacía su trabajo, una revelación se me presentó de manera intempestiva. Algo tan simple que me pareció extraño que haya tardado tanto tiempo en darme cuenta. Me había complicado tanto armando teorías, juzgando gente, dividiendo aguas, desechando creencias, religiones, ídolos, demonios que me sentí un completo tonto. Y fui feliz de sentirme así. Por primera vez en tantos años me sentí desnudo, como un papel en blanco que antes fue árbol, pero que tenía todo para ser escrito. Me la había pasado llenando papeles que por ser incapaces de ser borrados terminaban picados por el laberinto de mi vida o siendo fuego que calentaba poco tiempo y al instante volvía a ser noche y frío. Me había tenido que aprender, culpa de mi orgullo, todos los mandamientos de alguien que busca no ser parte de nada y al mismo tiempo tratar de entender como encajan todas esas partes en este rompecabezas deforme. Me había imaginado a mi mismo recibiendo premios, y luego entregándolos, y más tarde, criticándolos. Me había servido el mejor vino con los ojos vendados y había mentido descaradamente para ser un poco más respetable. Me había enfrentado a los religiosos con las definiciones de las enciclopedias de internet, y había rezado por los miles de ateos sin corazón. Me había estado cocinando durante años en un jugo tibio creyendo que hervía, y de esa manera me había evaporado tantas veces como creí hervir.

Es la hora de empezar entonces, de dejar de buscar la libertad en lugares equivocados, y dejarse llevar por ella a lugares desconocidos. Es la hora de entender que la razón no es lo que se tiene para ganar una discusión sino que es el motor que nos hace seguir adelante con la sangre animal que dispara el corazón. Es la hora de darse cuenta que la simpleza es parte de una complejidad sincera, como las líneas finas de una mirada profunda. Es la hora de levantarse, de mover las piernas, de caminar en la oscuridad sin miedo, de ser parte del reflejo que contrasta. Es la hora de hacer de nuestras miserias, las obras de arte más honestas. Es la hora de respetar al silencio como parte fundamental del lenguaje, pero también es la hora de decir todo aquello que no debe ser callado.

-          - Listo, ya está.
-          - Muchas gracias. ¿Cuánto te debo?
-          - 500 pesos.
-          - ¿500? Que barato
-          - ¿Te parece? Mirá que en realidad era una boludez el arreglo.
-          - Hizo más de lo que usted piensa.
-          - No sé de que estás hablando pero te agradezco. En general los clientes se quejan por el dinero que les cobro.
-          - Y…la verdad es bastante caro, pero gracias a vos creo que mi vida va a cambiar.
-          - Bueno pibe, me alegro si tu vida cambió pero yo tengo que seguir laburando.
-          - Si claro, acá tenes la plata. Una cosa más antes de que te vayas.
-          - A ver.
-          -  ¿Cuál es tu deseo? ¿Qué es lo que te mueve? ¿Lo sabes? 

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