De los parlantes del pequeño equipo despegaba el riff de
whole lotta love y la voz de Robert Plant despertaba al barrio. El rock era la
banda sonora de esas calles de Ramos mejía,
gracias a Oscar, un rockero de la vieja escuela que desde su kiosco de
diarios musicalizaba el asfalto de la calle Pasco. Las señoras no entendían
mucho aquellos sonidos, pero le tenían mucho aprecio al hombre que hacía
treinta años que trabajaba en el barrio. Los adolescentes en general tampoco
eran adeptos al rock and roll y en general pasaban sin levantar la oreja. De
vez en cuando algún melancólico que había entrado ya en la mitad de siglo de
vida movía la cabeza cuando sonaba alguna canción de los Who y daba su
aprobación con el pulgar arriba al señor kiosquero. Todo tipo de personas
pasaba por ahí, la señora que iba a hacer las compras, la señorita profesional
con sus tacos, los hombres de traje y corbata, los jóvenes de camisa y
pantalón, los adolescentes de remera y zapatillas anchas, los niños de
guardapolvos blancos, los viejos de botón hasta el cuello y pantalón hasta el
ombligo, las madres con sus coches y sus bebes, las madres con sus conjuntos
deportivos y sus bebes profesores de gimnasia, los que no tenían a donde ir,
los que no sabían de donde venían, los vampiros que regresaban a sus tumbas,
las parejas enamoradas, las acostumbradas, las enamoradas a las costumbres, y
todo el espectro de gente que uno pueda imaginarse dentro de un barrio
bonaerense. Sin embargo, de todos ellos, cada vez menos eran los que paraban en
el kiosco. El negocio estaba pasando sus peores años. Ya casi nadie compraba
diarios porque los tenían en las pantallas de sus computadoras. Se fue
perdiendo la hermosa costumbre de la mancha de café sobre el papel. Muchas
revistas habían dejado de venderse en la zona y se amontonaban unas a otras
cubriéndose de polvo y olvido. La crisis se agudizaba cada vez más y Oscar no
sabía cómo salir adelante. No podía esperar un milagro, estos son las excusas
de los vagos, de los que esperan, y no de los que hacen. El mayor problema para
él, era que a su edad era muy difícil comenzar un camino nuevo. Al menos esa
era su creencia, la de muchos.
Era sábado a la noche. Los domingos eran su único día libre
en la semana así que había decidido salir a tomar algo por la zona para
liberarse un poco de todo el trajín de la semana, y de la crisis financiera y
existencial que lo agobiaba. Se subió a su viejo y fiel auto y fue hasta el bar
que atendía El turco, que después de tantos años de cervezas y música ya podía
considerarse un gran amigo de Oscar.
- Turco,
¿Cómo va eso?
- Oscarcito,
que lindo verte. Hace rato que no venías por acá. ¿No te habrás enganchado
alguna mina por ahí que te tiene agarrado no?
- Ojalá
turquito, estoy solo como loco malo. ¿Vos como andas? ¿Cómo viene el bar?
- Bien
che, no me puedo quejar, el alcohol no pasa de moda por suerte. El rock un poco
si pero todavía hay gente que no perdió el buen gusto.
- Decímelo
a mí, voy a tener que empezar a poner otra música en el kiosco a ver si al
menos se acerca alguien porque como viene la mano no sé donde voy a terminar.
- Y, está
fulera la cosa, pero tranquilo Oscarcito, ya van a venir tiempos mejores. Tomá,
está es invitación de la casa.
- Gracias
turco. ¿Toca alguien hoy?
- Claro,
hoy vienen unos pibes que la rompen. Tocan covers pero le meten su onda. Para
vos que te gusta Elvis, hacen una versión de “Always on my mind” medio blusera
que suena increíble. Te van a gustar, quedate a verlos.
- ¿A qué
hora tocan?
- Ahora en
un rato. Ya deben estar por llegar.
Mientras el turco iba y venía, Oscar, acodado a la barra,
solo movía el antebrazo desde su boca a la madera. El resto de su cuerpo parecía
haber perdido cualquier tipo de vida útil. Ni siquiera lo que estaba adentro
del mismo parecía tener signos vitales. Estaba en pausa, suspendido en el
tiempo y espacio. La mirada hacia ningún lugar en particular, los oídos
abiertos, dejando entrar sin ninguna contaminación mental, las canciones que se
sucedían, los pedidos de los demás clientes, los gritos del turco, los crujidos
de las puertas de los baños, las botellas destapándose, los vasos chocándose,
las carcajadas de los más jóvenes envalentonados, los balbuceos de los
borrachos conocidos, y los cantos amateurs de todos los cantantes amateurs del
bar.
- ¿Podes
creer que no viene la banda al final? ¿Che, me escuchaste lo que te dije? Oscar,
che, ¿me estás escuchando? ¿Qué te pasa? Parece como si estuvieras hipnotizado.
- ¿Cómo?
¿Qué decis?
- ¿Qué te
pasa? Te estaba diciendo que los pibes estos, los de la banda al final no
vienen. No sé qué problema tuvieron con la camioneta pero no van a venir. Una
cagada. Hace bastante que no pasaba esto. Voy a ver si lo llamo al colorado a
ver si está para pasarse a tocar unos temas en la viola al menos.
La oportunidad estaba ahí. Pero para eso, primero tenía que
salir de la hipnosis que se había apoderado de su cuerpo y mente. Segundo,
tenía que enfrentar sus miedos, y tercero, hablar con el turco. La parte de
enfrentar sus temores puede postergarse quizás.
- Turco,
esperá. ¿Quién es el colorado?
- Es uno
que vive acá cerca que a veces viene con la guitarra y toca un par de
canciones. No es gran cosa, pero antes que nada.
Respiro profundo, bajó apenas la mirada y se animó a
decirlo.
- Yo puedo
tocar si queres. Es decir, si necesitas, obvio, pero sino no importa. Te digo
porque quizás necesites. Pero como quieras, sino llamalo al colorado, o no sé.
Se había metido en una zona pantanosa y no sabía cómo salir.
Por suerte el turco lo ayudo a regresar a la normalidad.
- Pará, no
te pongas nervioso que no te entiendo nada. ¿Me acabas de decir que vos sabes
tocar la guitarra?
- Sí, pero
olvidate, mejor…
- Pará,
callate un poco. No sabía que tocabas. ¿Y también cantas?
- Sí, pero
turco…
- Basta,
deja poner excusas. Hace años que nos conocemos. ¿Cómo no me lo habías dicho
antes? Podrías haber tocado. ¿O hace poco que estas con esto? Mirá que
mantenemos cierto nivel acá. El colorado no será Jimi Hendrix pero algo toca.
¿Hace cuanto que tocas?
- Y…hace
rato ya. Desde que era chico. Mi viejo tenía una guitarra en casa, y me
llevaron a un profesor. Al principio no me gustó mucho pero poco a poco me fui
enganchando. Después, más de grande también tomé clases de canto.
- Pero
mira vos. ¿Y nunca te presentaste en vivo?
- Solo una
vez. En la adolescencia. Pero no me fue muy bien así que a partir de ese día
decidí que solo iba a tocar para mí. Así que olvidemos esto y llama al colorado
mejor. No sé para que te dije todo esto.
- No,
para, quiero escucharte ahora. Dale Oscar, si acá están todos borrachos, son un
público fácil, les cantas un par de temas de rock y les alegras la noche. Acá
tenemos amplificador, guitarra y micrófono. Eso sí, yo confío en vos, en que no
sos un desastre.
- Eso es
lo de menos. El problema es que tengo pánico escénico. Me cuesta muchísimo
enfrentarme a los demás.
- Pero
decime una cosa. ¿A vos te gusta tocar la guitarra? ¿Te gusta cantar?
- Más que
nada en el mundo turco, es mi pasión.
- Entonces
andá y hacelo.
- El
problema es que me da mucho temor, mirá como estoy transpirando ya de solo
pensarlo. Me llegó a sentar delante de todos y creo que me puedo llegar a
desmayar.
El turco, que era una persona expeditiva, no iba a quedarse
toda la noche escuchando los lamentos y los traumas de su viejo amigo.
- A ver.
Sandra, baja un segundo la música, haceme el favor. Sí, la música, dale, un
momento nomás. Gracias. Muchachos, muchachos escuchen. A ver por favor,
silencio por favor muchachos. Sí, che vos, callate un poco por favor. Miren, la
banda que iba a venir tuvo un inconveniente y no van a poder tocar, pero no se
preocupen que esta noche tenemos un invitado de lujo que nos va a deleitar con
su voz y su guitarra. El amigo Oscar, en unos minutos va a subir a cantarse
unos temas. Gracias por la atención.
Ahora sí Sandra, ya podes subir la música de nuevo.
- No me
hagas quedar mal Oscarcito que te presente como si fueras el nuevo Johnny Cash.
Después de estas alentadoras palabras, el turco se fue y lo
dejó completamente indefenso, desnudo,
vació de palabras y de mente. Otra vez
hipnotizado. Lo había expuesto ante un par de decenas de borrachos, y algunos
empleados, entre ellos Sandra. No tenía idea que hacer, que pensar, que sentir.
Podría salir corriendo inmediatamente y no volver a pisar ese bar, pero viviría
escondiéndose en su refugio de diarios hasta que por fin la crisis lo terminé
de matar. Además, era lo que había hecho hasta ahora. Vivir escapándose, de él
mismo, de sus deseos, de sus pasiones. Quizás este momento no apareció de
casualidad. Quizás sí, quizás hubo mucho de estos momentos que dejó pasar en
sus más de cincuenta años de vida, pero ahora estaba ahí, con la posibilidad en
la palma de su mano, con la guitarra en la palma de su mano si así lo eligiera.
No fue otra sino Sandra la que lo empujó a ese abismo tantas veces fantaseado
en su cabeza.
- Ya está
todo listo señor así que cuando quiera se sube y arranca. Acá tiene un afinador
para la guitarra, usted regule el volumen que quiera. Suerte.
Ya no quedaba alternativa, no podía escapar después de que
la chica le había preparado el terreno. Así lo hiciera por no ser descortés con
la señorita, o por amor al arte, era el momento de ir al improvisado escenario
y desnudarse ante el público. El show, esta vez, debía comenzar.
Cuando levantó la mirada y pudo ver como todos esos ojos
esperaban expectantes a que sonara el primer acorde, el silencio se volvió
aterrador. La guitarra se le escurría de las manos mojadas, el micrófono le
daba pequeñas descargas cuando rozaba con los labios húmedos, y los pies no
podían quedarse quietos. De pronto se encontró en un mundo hostil, un mundo que
no podía manejar, que desconocía, que estaba por fuera de su zona de comodidad.
No había ningún diario, ninguna revista para vender, no había otra canción que
sonara. A partir de ese momento, él, era su propia canción.
FIN
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