El
Panza insistió en quedarse a pasar la noche en el pasillo del hospital. Lo
acompañamos para no sentirnos mal, y para que no se mandara ninguna cagada. A
la mañana entramos a ver a Robert. Estaba en una gran habitación con varias
camas pero casi ninguna ocupada. Hacía mucho calor, y tan solo había un
ventilador en el medio que refrescaba un segundo y seguía girando. Había pasado
menos de un día desde la última vez que estuvimos juntos los cuatro, pero yo
sentía que fueron años. Lo sentía en el cuerpo. Todos los sentíamos, sobretodo
Robert que nos miraba con los ojos cansados, la boca seca, y el brazo derecho
partido en mil pedazos. Lo primero que pensé fue si iba a poder volver a tocar
la guitarra. Tendría que pasar mucho tiempo para recuperarse probablemente. Después
de impactar contra el auto, había caído con todo su peso sobre su codo. El
hueso le atravesó la piel. Sin embargo parecía contento de vernos. Se terminaba
el viaje, eran los últimos días y no eran precisamente como los hubiéramos
imaginado.
Nunca nada, es o termina siendo como
primeramente lo fue en nuestra cabeza porque ahí adentro las cosas y las
personas están quietas; y acá, afuera, todo se mueve y se dobla. Nuestros
impulsos brotan descontrolados ante nuevos estímulos y no hay nada que los
pueda frenar. Podemos hacernos los tontos, podemos estirar la mentira hasta
romperla y cuando se quiebre vamos a estar ahí desnudos ante el mundo. Las
montañas y los caminos son una pintura. La más linda de todas, pero una pintura
al fin. Lo que lo hace diferente es atravesarlos. Hasta allá fuimos, a ver esa
gran obra de arte, y a llenarla de nuestras necesidades, de nuestras mierdas,
de peleas, desamores y hospitales. No existen dos cosas iguales. Si un auto te
atropella en la esquina de tu casa y tenés suerte de salir vivo, te
avergonzarías de contarlo. Si te pasa en el medio de la puna de vacaciones con
tus amigos, es una anécdota. Y en el fondo, lo que vinimos a buscar es eso. La
escenografía es la mejor, sin dudas, pero lo que realmente importa es lo que se
mueve.
Estuvimos
un rato largo en la habitación. Robert no recordaba nada. Lo poco que sabía era
gracias al médico y al tipo que lo había atropellado. Había llegado al hospital
en un estado de shock. Ahora estaba más tranquilo pero muy sensible. Ni bien se
puso hablar no pudo contener el llanto. Ninguno de los cuatro pudo. Habíamos
pasado el límite, uno de nosotros estaba en la cama de un hospital agradeciendo
contarla. En ese momento nos miramos incrédulos, sucios y flacos, con la cara
llena de tierra y lágrimas. Nos prometimos cuidarnos, para siempre.
Después
de las lágrimas, los abrazos y las teorías de lo que podría haber sido pero no
lo fue, dejamos a Robert descansando y con la promesa de buscarlo por la tarde
cuando le dieran el alta. Nosotros también estábamos cansados.
El
panza y Lucho se fueron a dormir al camping, y yo me fui a dar una vuelta por
el pueblo. No tenía sueño, y por más que lo tuviera no iba a poder dormirme a
pleno rayo de sol quemando nuestra carpa. Mientras caminaba sin ningún destino
vi que en mi dirección venía caminando Morgan. Automáticamente me metí en el
primer negocio que había. Era un cyber. Me quedé parado mirando a la chica que
lo atendía. Me saludó, y me preguntó si quería pasar a una máquina o a alguna
cabina. Le pregunté el precio y le dije que tenía que buscar plata primero. Me
miró con extrañeza y después levantó los ojos. Giré la cabeza y ahí estaba él
como una sombra que no me dejaba en paz. No paraba de sonreír y darme golpes
amistosos preguntándome como la habíamos pasado con el ácido. La chica parecía
asustada con la situación. Le dije que era un amigo de Estados Unidos. Que
podía cobrarle lo que ella quisiera, que se aprovechara. Me miró con vergüenza.
Le pedí dos computadoras, y le dije que mi amigo pagaría por las dos.
Después
de leer hasta la última noticia de fútbol tomé coraje y abrí mi mail. Tenía
varios. Algunos familiares y otros tantos de Romi. Tres en total. No sabía bien
por cual empezar, o si leer solo el último. Finalmente opté por ir en orden
cronológico. El primero era una descarga eléctrica, bélica. Escrito casi sin
pensar, sin poner comas ni mayúsculas. Un escupitajo en el medio de mi cara. El
segundo, supongo que enviado minutos después era una adaptación formal del
anterior con algunos perdones perdidos por ahí. El último era toda una
declaración de principios.
Coco,
durante estos últimos días pensé mucho. Escribí y borré una y otra vez. Creo
que después de todo llegué a una conclusión.
Yo no sé
realmente lo que sentís por mí, no sé si me amas y tampoco creo saber yo que
significa amar. De todas maneras, de algo estoy segura. Y es de conocerte. Me
di cuenta de porque necesitabas tanto hacer este viaje. Necesitabas demostrarte
que podías solo, que podías valerte por vos mismo. Necesitabas probar cosas,
salirte del libreto, expandirte. Probablemente hayas hecho varias de esas
cosas, y creas que era lo que realmente te faltaba. Probablemente quieras
cambiar el mundo, quieras vestirte de otra manera y caminar por calles que
nunca caminaste. Probablemente quieras muchas cosas que acá no tenías. Pero te
digo una cosa. El viaje termina, el verano termina. Cuando te bajes en retiro ya
no va a haber norte ni nada, y todo aquello que relucía bajo el sol de las
vacaciones se va a empezar a ensuciar con el aire de Buenos Aires.
Escribo esto
porque ya me cansé de llorar, y después de tanto llanto mi cabeza se limpió. De
todos modos siento un profundo dolor que va a tardar en irse. Lo único que
espero de vos, es una charla, sincera y de frente. No te pido más nada.
Buen viaje,
Romi.
Lo
leí varias veces. Después le pregunté a la chica del cyber si tenía impresora.
Negó con la cabeza. Me sentí perdido, me sentí completamente fuera de tiempo y
lugar. Miré para todos lados, solo estaban la chica, una señora en otra
computadora y Morgan. Los tres me resultaban extremadamente ajenos, como de
otro lugar, de otro planeta. Busqué una explicación en sus caras, en sus
espaldas, en su indiferencia. Quería volver a ser un chico, volver a ese
momento donde me avergonzaba agarrar de la mano a una chica, volver a tomar
jugo, o gaseosa, ir a la plaza con mi viejo, sacar a pasear al perro, escribir
frases de canciones en mis cuadernos, fumar mi primer cigarrillo. No quería
tener en frente de mi cara la prueba de que había crecido y que alguien estaba
sufriendo mucho por algo que yo conscientemente estaba haciendo. Pero no había
alternativa. Tenía que empezar a demostrar que podía caminar esos nuevos
caminos.
Romi, ¿Cómo
estás?
Antes que
nada quería pedirte perdón por tardar tanto en contestarte, por hacerte esperar
y sufrir, y sobre todo por no ser sincero con vos. El último mail que me
mandaste me hizo entrar en razón aunque no estoy del todo de acuerdo con lo que
decís. Puede ser que sea verdad que todo es lindo y nuevo porque estoy de
vacaciones, pero también es cierto que estoy eligiendo eso, y por algo es. Yo
no busqué que las cosas fueran así, simplemente se fueron dando. Me pasaron
muchas en este viaje que me hicieron crecer, que me hicieron caer en la cuenta
de que necesito un cambio, que necesito conocer cosas nuevas, mundos
diferentes, y dejar de estar siempre en los mismos lugares y con la misma
gente. No puedo saber que es lo que va a pasar cuando vuelva a Buenos Aires, a
la vida tal como la dejé, pero si puedo hacer que esa vida active, que empiece
a moverse por otros lados, que cambie. Y creo que es eso lo que voy a buscar,
lo que quiero hacer. Te pido perdón pero ya no puedo seguir escondiéndote esto.
Cuando vuelva vamos a tener una charla sincera, cara a cara. Espero que estés
bien.
Coco.
Después
de mandarlo sentí un gran alivio. Me había sacado un gran peso de encima. El
insoportable peso de la ambigüedad. Ahora podía caminar más liviano los pocos
días que me quedaban de viaje. No había más futuro que las horas que me
quedaban. Lo primero que quise fue ver a
Juli. Fui rápido hasta el camping pero no estaba. Ninguna de ellas. Me crucé
con uno de los rosarinos pero no sabía donde estaban. El Panza y Lucho dormían.
Volví para el centro y fui directo a la plaza, a la feria, tenía que estar ahí.
Y ahí estaba. Mucho más linda que otras veces, mucho más mía. Y yo de ella.
- - Ya está.
- - ¿Qué cosa? ¿Por qué estás tan feliz? ¿Qué pasó?
- - Le dije a mi novia lo que me pasaba. Ya podemos estar juntos
sin culpa.
- - Yo no tengo culpa.
- - Es cierto. Bueno ya podemos estar juntos. Ya no hay trabas.
- - Me alegro che.
- - ¿Qué te pasa? ¿No te pone contenta esto?
- - Sí, pero igual tengo miedo.
- - ¿De qué Juli?
- - De esto. Mirá si cuando volvemos nos damos cuenta de que fue
cualquiera, de que nos dejamos llevar por el verano. Además no te olvides que
yo vivo en Rosario.
- - Son trescientos kilómetros. Nada más
- - Ni nada menos.
- - Pero Juli, no te entiendo, me dijiste que tenía que ponerme
los pantalones y ahora que me animé, que me la jugué por esto, te echas para
atrás.
- - Sí, lo sé, tenés razón. Pero así y todo no puedo evitar
sentir un poco de cagaso por lo que va a pasar.
- - Pero no nos preocupemos por eso ahora. Disfrutemos los
últimos días que nos quedan acá. Nos quedan tres noches para estar juntos.
Hagamos que sean inolvidables.
-
* * *
- - Che Robert, ¿Cómo te sentís?
- - Bien, molesta un poco el yeso, pero la saqué barata. Lo que
sí, no vuelvo a probar la pepa boludo, a ver si la próxima me mata.
- - No digas boludeces chabón que hoy es la última noche y hay
que dejar todo.
- - No jodas Panza, con el porrito y la birra estamos bien.
- - ¿Y a vos que te pasa romeo? ¿Tu noviecita no te deja tomar
pepa?
- - Callate salame, vos toma lo que quieras pero no jodas al
resto.
- - Obvio papá, hoy voy a tomar de todo. Merca, pepa, porro, lo
que tenga Morgan.
- - No hagas boludeces Panza que mañana nos tenemos que ir
temprano.
- - Te estoy jodiendo coquito. ¿Che y que vamos hacer? Nos
tenemos que despedir a lo grande.
- - No tenemos un mango.
- - Juntemos lo que tenemos y vemos para que alcanza.
- - ¿Y el camping?
- - Es lo de menos eso.
- - Acá vigilan, no es como Cachi o Purmamarca.
- - Ya veremos eso, ahora la prioridad es esta noche.
Juntamos los billetes. En esta pequeña sociedad
comunista salí claramente beneficiado. Era el que menos aportaba y podía gozar
de lo mismo que los demás. El Panza con sus billetes extras y Lucho que siempre
tenía un canuto escondido. Tardamos un rato en convencerlo pero lo puso todo, o
casi todo. Robert era de los pobres. Más de lo que pensábamos. Nos fuimos con
las chicas, los rosarinos Ariel y Sebastián, Morgan que siempre estaba rondando
y la de rastas que tocaba la guitarra, para la pollería. Todos sabían que era
nuestra última noche. Todos tenían que aportar. Llegamos hasta la puerta pero
estaba cerrada. Lucho propuso ir al bar de siempre. ¿Cuál era el bar de
siempre? ¿Había en este pueblo un lugar donde siempre íbamos? ¿Ya nos habíamos
convertido en borrachos del lugar? ¿Ya tenía nombre nuestro tabernero de
confianza? Yo al menos no lo recordaba. El “bar de siempre” era aquel lugar
lúgubre donde la primera tarde casi nos vamos a las piñas con Lucho. Un kiosco
con un par de mesas llenas de borrachos del lugar. Curiosamente estaba vacío
cuando llegamos. Parecía que ya habían dejado hasta el alma en la cancha y se
habían vuelto como podían a sus casas. Lo raro era que no había nadie ni
siquiera del otro lado del mostrador. Después de varios gritos y aplausos
recién salió una mujer. No parecía tener comida, y mucho menos ganas de
cocinar. Pero nosotros teníamos al Panza, que te terminaba convenciendo por
cansancio. Pedimos todas las empanadas que pudieran hacer ella, su marido y sus
hijos. Pedimos varias cervezas, vinos y además cerramos con llave el lugar. De
pronto se transformó en un evento privado nuestra despedida del norte. Hasta
nos dimos el gusto de aplicar el derecho de admisión contra algunos curiosos.
Dejamos entrar a unas chicas amigos de los rosarinos, y a un par de pibes por
pedido de Poli. Éramos una gran banda. Solo faltaban las barriales que se
habían quedado ancladas en el frenesí tilcareño. En este pintoresco contexto de
fiesta íntima empezaron a girar las botellas, los porros y las empanadas;
siempre bajo la precisa selección del DJ
Chajá, que no era otro que Robert con una gorra y unos anteojos negros. De
a poco se fue descontrolando, hubo trencito, gente vomitando en el baño,
algunos a los besos en los rincones, otros a los abrazos en el medio del lugar,
peleas, reconciliaciones, gente vieja, y gente nueva; y todo lo que hace a una
verdadera fiesta. Morgan no paraba de tomar merca con Ludmila, la chica de
rastas, y esta vez por suerte no nos ofreció. Con el porro, la cerveza y el
vino barato nos arreglamos muy bien para estar bien arriba. Vamos por los
instrumentos me sugirió Lucho. Instintivamente busqué la aprobación de Juli,
era mi última noche y quería hacer todo lo que ella quisiera. Se prendió
rápido, y hasta ofreció ayudar para traer las cosas, pero Lucho insistió en que
no, en que íbamos él y yo nomás. En el camino a la puerta también rechazó al
rosarino.
- - Que despedida ¿no?
- - Linda.
- - Sí. Fue un lindo viaje en definitiva.
- - Pasaron muchas cosas.
- - Muchas.
La
última cuadra hasta el camping la caminamos en silencio. Agarramos las dos
guitarras y el cajón, y nos fuimos, otra vez en silencio los primeros metros.
- - Che, ¿Y con Juli qué onda? ¿Qué piensan hacer?
- - No tengo idea. Por el momento no puedo pensar. Supongo que
una vez que vuelva a Buenos Aires y ella a su casa, vamos a pensar bien y
veremos si esto da para que siga o no.
- - Está bien. Entonces con Romi ya fue ¿no?
- - Pienso que sí. Después del último mail creo que se terminó
todo. Igual me tengo que juntar a hablar.
Media
cuadra en silencio otra vez.
- - Che Lucho, te quería pedir perdón si en algún momento te la
hice pasar mal loco.
- - No pasa nada Coco, me puse muy hinchapelotas en un momento,
lo reconozco. También de paso te pido perdón. Quizás lo hice un poco de
egoísta, pensando que me podía perjudicar mi relación con Belu.
- - No boludo, ¿Qué decís? Lo hiciste porque sos mi amigo y te
pareció que me estaba mandando una cagada. Y yo lo valoro a eso, me costó, pero
después de pensarlo bien, me di cuenta de que tenías los huevos para venir y
decirme lo que pensabas. Los otros dos no tengo idea que es lo que piensan.
- - Están en la suya Coco, ni se meten, te quieren así, como sos.
- - Ya lo sé, pero no quería dejar de decirte que valoro mucho
que me digas las cosas de frente si te jodieron. Sos un gran amigo.
- - Y vos también hermano, y no te quiero dar más sermones. Lo
único que te digo es que ahora pienses bien que vas a hacer. Para que no sufra
nadie.
La
última media cuadra volvimos a estar en silencio, pero esta vez abrazados.
Dentro del bar, todo era distinto. Había ruido, pero ya no de festejo, había
abrazos pero no de amistad. Los cuerpos de Morgan y de uno de los rosarinos se
revolcaban entrelazados por todo el lugar. Los gritos e insultos tenían un solo
destinatario; y en un rincón, un par de las chicas parecían consolar a otra que
no se llegaba a ver. Me acerqué y pude distinguir las largas rastas rubias. Nos
miramos desconcertados con Lucho. Habíamos tardado poco más de media hora y
ahora la fiesta se había convertido en una guerra. Morgan y el rosarino, mis
dos enemigos, se batían a duelo por todo el salón. El argentino parecía más
entero, y le pegaba una piña tras otra, pero el yankee parecía no sufrirlas. Su
cara y su cuerpo eran una roca sólida, impenetrable. Tanto, que su rival empezó
a cansarse. En ese momento, el Panza y el otro rosarino se metieron a
separarlos. Había quedado Morgan de un lado del bar con la cara llena de sangre
y rabia, con la dentadura blanca amenazante. Del otro, todos nosotros; algunos
seguían insultando, otros discutiendo, y otros llorando y consolando.
- - Robert, ¿Qué mierda está pasando?
- - Este yankee hijo de puta se quiso abusar de la mina de
rastas.
- - No quiso, abusó. – agregó Andre.
- - ¿Cómo? ¿Acá delante de todos?
- - No. La mina se fue al baño, al fondo, y el chabón la siguió.
- - ¿Nadie vio que la seguía?
- - No sé, quizás. Pero todos pensamos que estaban juntos.
- - ¿Y qué pasó?
- - Ari fue al baño y al rato aparece corriendo Morgan y atrás
él, puteando y gritando para que no lo dejemos salir.
Mientras
Andre y Robert me ponían al día, el Panza trataba de calmar a Morgan que cada
vez estaba más desencadenado. Se trepó a la barra y se pasó para el otro lado.
Atrás suyo había una pileta y una mesada larga donde había varias cosas
secándose. Entre ellas, un cuchillo. Lo agarró y se quedó duro, con los ojos
inyectados mirando fijo a Ariel, el rosarino. Todos nos callamos, incluso el
Panza. Era un silencio demoledor y expectante. Solo se oía la respiración
agitada de Morgan, los mocos de Ludmilla, y todos los corazones acelerados. Era
un silencio que hizo tanto ruido que despertó al dueño del bar, que apareció
justo por atrás. Sin dudarlo, se acercó hasta Morgan para intentar sacarle el
arma, pero antes de poner una mano encima, el filo del cuchillo atravesó el
costado izquierdo del hombre, justo debajo de las costillas. Solo una vez bastó
para que caiga al piso de rodillas. La sangre brotaba caudalosa sobre su pierna
hasta tocar el suelo. Morgan seguía parado, inmóvil con el cuchillo goteando en
su mano derecha. Su cara se iba empalideciendo como si la sangre de su víctima
le hubiera robado el color. El Panza, Sebastián, el otro rosarino, y Juli
fueron corriendo inmediatamente a socorrer al hombre que se estaba secando
detrás de la barra. Uno de ellos, creo que fue Sebastián, aunque no recuerdo
bien por la confusión del momento, aprovechó la palidez del yankee para sacarle
el cuchillo de la mano. Ariel y Lucho salieron corriendo al hospital a buscar
ayuda. De pronto la fiesta se oscureció.
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