A los cinco
minutos de haberme metido ese cartoncito en mi boca, me agarraron unas ganas
galopantes de cagar. Me excusé con el grupo y me metí corriendo en la pollería
de la esquina. Solté todo lo que venía cargando desde que había llegado a
Humahuaca. Fue como una liberación. Sospecho que el ruido llegó a Tilcara, y
quizás también hasta Brasil. El baño era tan pequeño que había que contornear
el cuerpo para cualquier maniobra que quisiera hacerse. El calor adentro
competía con el mismísimo infierno, y el agua caía a chorros por toda mi
cabeza. El olor infecto se colaba por toda mi piel. Estuve un rato largo. Había
mucho que sacar. Cuando por fin terminé, abrí la canilla para lavarme la cara,
las manos, pero fue en vano. El agua era invisible. Me sequé la transpiración
con la remera que venía usando hace días y esquivando los charcos salí del
baño. En la barra pedí un vaso con agua. Una parte la tomé, otra la usé para
lavar mis manos y el resto la cabeza. La señora me miraba con gran extrañeza. Le
agradecí y me fui para juntarme otra vez con los pibes.
- - Uh
loco, ahora sí que estoy liviano.
- - ¿Qué
paso Coco? Te fuiste corriendo. Cómo te pegó ¿Eh?
- - No
boludo, me agarraron unas ganas de cagar tremendas. Laxante nos dio este hijo
de puta. Era todo chamuyo eso de la pepa.
- - ¿Vos
decís? Miralo a Robert como está. No habla hace diez minutos. Está más loco que
las cabras.
- - Pura
sugestión Panza. No pega una mierda esto. Al final tanta historia para nada.
- - Fumemos
un poco. Quizás lo activa.
- - ¿Cómo
sabes?
- - Ni
idea boludo. El Seba siempre que toma después fuma y viste como queda.
- - Y
bueno dale, ya fue. No hay nada que perder.
- - Tengo
una sorpresita coquito querido. Algo que me estaba guardando para una ocasión
así.
- - ¿Qué
cosa? No me vengas que tenes merca porque en esa no te sigo ni en pedo.
- - Ja.
No boludo. Tengo un porro tremendo que me convido la mina que me cogí en
Tilcara. No sabes lo que es.
Fumamos
todos menos Robert. Incluido Morgan que nos convidaba de su whisky. Eran las
cuatro de la tarde y el sol no daba tregua. Con Lucho fuimos hasta el campin a
buscar los instrumentos. Las pocas cuadras se hicieron bastante largas pero
sirvieron para terminar de sanar las viejas heridas. Llegamos hasta la carpa a
los abrazos y carcajadas. De vuelta paramos en el bar de la noche anterior.
Compramos una cerveza y un agua y fuimos hasta la plaza. Cuando llegamos
estaban solo el Panza y Morgan riéndose cada uno en su idioma.
- - ¿Y
Robert?
- - Ni
idea, le pintó irse a caminar.
- - Ah,
le pegó fuerte. ¿No dijo a dónde iba?
- - No.
De repente desapareció. ¿Ustedes? Trajeron una birra. Que grandes.
Le pasé la cerveza,
después saqué la guitarra y nos pusimos a improvisar un poco. Lucho me seguía
con el cajón y el Panza con unos coros muy agudos y a destiempo. Morgan que
miraba toda la escena, dejó un segundo la botella de whisky en el pasto, sacó
una pequeña bolsa de su bolsillo, metió el dedo, levantó un poco de lo que
había dentro y se lo llevó a la nariz. Después se sumó a la banda como segundo
corista. Era una versión muy libre de Simpathy
for the devil, pero nosotros nos creíamos los Rolling Stones en el medio de
la puna tocando para una multitud que de a poco iba creciendo. El primero en
arrimarse era un chico que no pasaba el metro sesenta, muy flaquito con un
sombrero que seguro pesaba más que él y con una melódica en la mano. Se puso a
soplar y acertaba una de cada cinco notas, pero a nadie parecía importarle. Después
se acercaron otros dos pibes. Uno con una guitarra y una cerveza, que dejó en
el centro como señal de ofrenda, o de contraseña para entrar en la orquesta. El
otro no traía nada en las manos pero vestía la camiseta de Rosario Central. Inmediatamente
me acordé de Juli. Mientras seguía inventando la letra de la eterna canción
pensé que quizás podría ser amigo o conocido de ella. Quizás era el ex novio
también pensé, y había llegado hasta ahí para ponerme los puntos. Lo miré mal
un segundo, al toque corrí la mirada, y más tarde lo volví a mirar esta vez
sonriéndole y haciendo una seña para que se acomoden, para que se sumen a la
ronda.
La canción
fue mutando mientras la plaza se llenaba de gente. El Panza saltaba, se reproducía,
no le daba el espacio para tanta alegría. Lucho no bajaba la intensidad ni un
segundo del cajón. Era el corazón de Humahuaca latiendo y transpirando el
verano. Yo había dejado la guitarra en las manos del amigo del pibe de Rosario
Central, que ahora era mi nuevo compañero. Robert, seguía sin aparecer.
- - Qué
bueno esto loco. Nos habían dicho que Humahuaca era más tranquilo pero llegamos
recién y ya se armó tremenda ronda.
- - ¿De
dónde vienen?
- - De
Tilcara. Demasiado bardo ese lugar. Estuvimos unos días y nos fuimos porque
íbamos a terminar mal.
Era
rosarino. Había estado en Tilcara hasta hace unas horas. Si bien era un pueblo
atestado de gente en enero, era casi
seguro que se había cruzado con Juli. Si es que no se conocían de antes, lo
cual era bastante probable también. Tenía que desviar la conversación. Quería
hacerlo, quería saber de ella. Parecían haber pasado siglos desde la última vez
que me miró enojada al costado de la ruta. Defraudada. Por otra parte, tampoco
tenía la certeza de que ella y sus amigas hubieran ido para Tilcara, aunque
tenía de mi lado el alto porcentaje de que la mayoría vamos para los mismos
lugares.
- - Sí,
nosotros aguantamos dos noches nomás. Creo que si nos quedábamos una más me
moría.
- - Totalmente.
Es un descontrol.
- - Conocimos
una rosarinas en Salta.
- - Si,
está lleno.
Me sentí
demasiado estúpido. Demasiado porteño con ese comentario. Era obvio que había rosarinos
viajando por el norte. También habría cordobeses, tucumanos, santafecinos no
rosarinos, chaqueños, de todas las provincias, quizás uruguayos; y claro,
porteños boludos como yo.
- - ¿Che,
y hasta dónde viajan?
- - Hasta
Bolivia si el camino nos deja. ¿Ustedes?
- - La
idea era ir para Iruya un par de noches y ya pegar la vuelta para Buenos Aires
pero ahora que se cagó la ruta no sé qué vamos a hacer. Che perdón que sea
medio molesto con lo de las rosarinas, lo que pasa es que uno de los pibes
estaba con una y quería saber si se las habían cruzado en Tilcara.- No sé si
por miedo o por pudor pero no le dije nada de lo mío con Juli.
- - ¿Cómo
se llaman?
- - Juli,
Andrea y Paula creo, aunque todo el mundo le dice Poli.
- - Ah
sí, las conocemos hace años. ¿Cuál es la que está con tu amigo?
- - Andre.
- - Ah
menos mal.
- - ¿Por?
- - Porque
si era Juli, a tu amigo lo veía mal chabón.
En el mismo
instante en que esas últimas palabras salían de su boca y se transformaban en
flechas que iban en dirección a todo mi cuerpo, el ácido se disparaba con
fuerza por todas mis venas. Tartamudeé. Trastabillé. De repente sentí un gran
mareo, y me empezaron a picar primero las piernas, después los brazos y por
último la cabeza. Se me erizaron todos los pelos. El corazón rebotaba como
adentro de un pinball. Empecé a hamacarme, a ponerme en puntas de pie y luego
bajar, y así sucesivamente. Recién cuando el huracán amainó un poco pude seguir
hablando.
- - ¿Por
qué? ¿Qué pasa con Juli?
- - Nada.
Hace un año más o menos salió un par de veces con mi amigo, pero nada serio. Y
la otra noche se reencontraron en Tilcara y estuvieron juntos de nuevo. Igual
nada más. ¿Vos tenías onda con ella?
- - No,
nada que ver.
Vi al amigo
que estaba con la guitarra disfrutando con el Panza, con Lucho y con los demás,
y sentí un odio que subía de los pies a la cabeza y se tambaleaba. Me tropecé y
me caí sobre una chica que estaba sentada a mi izquierda. Me preguntó si estaba
bien pero no pude contestar. Solo me levanté ayudándome con los brazos y me fui
gateando para atrás. La luz del día dejó todo al descubierto. Se me acercó el
rosarino y me preguntó si necesitaba algo. Le dije que por favor me trajera una
botella de agua. El pecho se me empezó a cerrar como si lo estuvieran apretando
con una prensa. Era una sensación desconocida, la garganta se había vuelto
finita como un hilo de plomo que no dejaba pasar casi la respiración. Yo me
rascaba intentando abrirla pero era en vano. Me volqué la mitad de la botella
en la cara y la otra me la fui tomando en pequeños tragos.
- - Che
loco, ¿estás bien? Tenes la cara pálida.
Yo solo podía
mirarlo, con bastante miedo, y ponía las manos sobre sus rodillas para sentirlo.
- - ¿Queres
que llame a tus amigos?
Yo seguía
apoyado sobre su cuerpo como un ciego que busca sostenerse en el medio de una
tormenta. De repente se levantó y sentí que el mundo se me venía encima. Me
deje caer sobre el pasto.
- - ¿Qué
haces ahí boludo? Ja. Levantate Coquito.
- - …
- - Che,
¿estás bien Coco? A ver, dame una mano.
Entre los
dos me levantaron y el Panza me llevó abrazado hasta un árbol lejano intentado
disimular lo que ya todo el pueblo sabía. Un pibe borracho y drogado en enero
en el norte. Nada nuevo bajo el sol.
- - Quedate
acá un rato sentado, tranquilo. Respira hondo. Te voy a buscar agua.
- - No,
por favor bancame, no te vayas.
- - ¿Pero
estás seguro que no queres agua? Te va a hacer bien.
- - No,
gracias, ya me trajo el rosarino. Además estoy un poco mejor ya.
No estaba
nada mejor, pero no quería quedarme solo. Tenía mucho miedo, a todo. A todos. Además
sentía una rabia incomparable. Era un enojo que viajaba por mi cuerpo y se
amontonaba en mi lengua endureciéndola. Quería insultar pero no me salían las
palabras. Quería mandar a todos a la mierda. A Juli, al pibe de la guitarra, y
sobre todo a mí. El Panza se sentó a mi lado, en silencio. Me conocía bien, y
sabía que esta vez no bastaba con un par de chistes. Sabía que lo mejor era
quedarse ahí quieto, callado, acompañando, abrigándome. Nos quedamos los dos
ahí un rato. Pueden haber sido segundos, pero también días y quizás años
enteros. Era la primera vez que tomábamos ácido. Yo no lo disfrutaba para nada,
al contrario lo estaba padeciendo. Me sentía completamente paranoico, como si
todos los que estaban presentes menos el Panza, conspiraran en mi contra. Y el
jefe de esa banda conspirativa era, claro, Morgan. Él nos había drogado. Él
había hecho que se cruzaran Juli y el rosarino. Claro que era él, que sentía
envidia porque aquella noche en Cachi, yo había estado con Juli. Él, que había
luchado con osos, que desafió las rutas con su Harley, no se bancaba perder con
un sudaca con resabios de pubertad. Ahora me empezaba a cerrar todo. Que yankee
hijo de puta pensaba. No contento con separarme de Juli, había hecho
desaparecer a Robert con alguno de sus trucos de sugestión para que se pierda
por ahí a flashear colores; y Andre se vaya con otro, quizás con él mismo. Pero
qué tipo sin ningún escrúpulo. Era obvio que en cualquier momento iban a
aparecer las tres chicas, y con Robert desaparecido y yo completamente
disminuido, se iban a ir con los rosarinos. Y Morgan, como un perro viejo que
no deja comer si él no come, disfrutaría desde la oscuridad de su alma, tomando
whisky, tomando merca, riéndose de nosotros, gritando para sus adentros que así
es la vida, que no es un juego, y que es muchas más dura y cruel de lo que realmente
pensamos. Pero no podíamos dejarnos ganar por un yankee. No en mi país.
- - Panza.
¿Vos crees que todo esto estuvo armado?
- - ¿Qué
cosa? ¿De qué hablas Coco?
- - Esto.
Morgan, las pepas, el rosarino de central, su amigo que estuvo con Juli.
- - No
entiendo un carajo Coco. ¿De qué amigo hablas?
- - El
que toca la guitarra. Ese estuvo con Juli. Varias veces en Rosario, y acá en
Tilcara una vez.
- - ¿Y
qué es lo que está armado?
- - Eso.
Que Morgan nos drogó a propósito para alejarnos de Juli y de Andre. Fijate como
está Robert. Ni siquiera está. Lo hizo desparecer por ahí. Y a mí me dejo
indefenso. Y claro, ahora va a llegar Juli y va a ver al rosarino tocando la
guitarra lo más bien, después me va a ver a mí completamente hecho mierda, y
con quién crees que se va a quedar.
- - Estas
diciendo muchas pelotudeces Coco. Juli va a estar con quien quiera. Esto no es
una competencia para ver quién se queda con ella. No es un objeto. Va a estar
con vos si quiere, si la tratas bien. Pero así, como estas ahora, lo dudo
hermano.
- - Ya
sé. Me quiero matar. ¿Para qué tomamos eso Panza?
- - Yo
estoy bárbaro. La estaba pasando espectacular hasta que vos empezaste con tu
show. No le eches la culpa a la pepa. Es tu cabeza la que está mal.
No recuerdo
cuando había sido la última vez que lloré tanto. Lloraba por los ojos, por la
nariz, por la boca. El llanto era como el río caudaloso, y mi cuerpo la ruta
que se quebraba en mil partes.
- - Dale
pelotudo, no te me pongas a llorar. Dejate de joder.
Yo intentaba
frenar pero cada espasmo y cada palabra del Panza eran un impulso para volver a
romper con más fuerza. Lo abracé. Busqué un refugio. El pecho caliente me fue
calmando.
- - Panza,
contame algo.
- - ¿Qué
querés que te cuente?
- - No
sé, lo que sea, cualquier cosa que me saque de acá.
- - Vamos a dar una vuelta. Dale parate.
Nos fuimos a
caminar un rato. El Panza, que estaba bien arriba con el ácido, me contaba una
cosa atrás de otra casi sin respirar. Cuando se emocionaba así la voz se le
volvía finita, y después gruesa y carrasposa. Pasaba por todas las
desafinaciones de la exaltación. Me agarraba con su brazo, me miraba con los
ojos grandes y redondos como pelotas. Se reía y la boca inmensa parecía que iba
a comerme. Tenía la cara roja. Yo lo había empezado a disfrutar por fin. Fuimos
hasta un almacén. Compramos unos CJ, los cigarrillos jujeños, y una cerveza
Norte. El Panza siempre tenía unos pesos extra para estos momentos. Yo lo
parasitaba. El sol empezaba a esconderse atrás de las montañas. Subimos el
monumento del indio y nos sentamos a disfrutar la birra. Apareció un niño a
cantarnos su copla. Le comentamos que no teníamos plata, y que ya estábamos
presos de su profecía. Nos miró desconcertados, se quedó parado como esperando
algo, y a los pocos segundos se fue. Cuando terminamos la botella, decidimos
bajar a la ronda, a ver a mi guitarra, a ver a Lucho. Nos interceptó antes de
llegar a la plaza.
- - ¿Dónde
estaban boludos?
- - Nos
fuimos a dar una vuelta por ahí. ¿Qué onda la plaza?
- - Bien,
tengo las manos hinchadas de tocar. Como pegó lo del yankee.
- - Ni
me lo digas.
- - Che
está tu noviecita con las amigas. Llegaron recién.